Después
de poner por las nubes a Manuel Ángel la semana pasada, creo que con toda
justicia, por lo que no me desdigo ni mucho ni poco, también quiero decir que
podría hacer glosas parecidas con casi todos mis compañeros, pero no quiero
pasarme y me he centrado en Manuel porque casi es de la familia con tantos
comentarios con que nos ilustra. Probablemente no sería realista reivindicar la
presencia en la calle de los pequeños al mismo nivel del grupo de Manuel, pero
eso no quiere decir que sea malo. Al contrario. Desde que los grandes de la
Escuela Activa al principio del siglo XX comenzaron a demostrarnos las
excelencias de la escuela al aire libre, tenemos pruebas suficientes como para
haber comprobado de sobra que la vida normal y sus incidencias diarias compite
y gana de calle a cualquier libro de texto, por más riguroso que intente
ponerse.
Es
posible que no haga falta llegar a tanto, es cierto. Manuel le ha pillado el
tranquillo a la calle y forma un paisaje con su grupo y con algunos otros adultos
colaboradores casi tan cotidiano como los coches que circulan o los abuelos que
pasean. Lo que sí podemos es reafirmar e insistir, siempre será poco, en su
conveniencia para que venzamos el miedo, cada día mayor a medida que la
seguridad se impone hasta límites insoportables y no renunciemos a un buen
paseo sin muchos reparos si no encontramos unos objetivos suficientes porque
nuestra sola presencia en la calle ya va a ser un objetivo suficiente para
justificar la salida. Recuerdo mis últimos tiempos docentes en los que casi
huía de esquemas preconcebidos y habernos tirado a la calle más de una vez y
más de dos, con la única finalidad de dar un paseo.
Este
año, por ejemplo, por si los atractivos normales de la diversidad de tiendas y
personajes que en cada barrio se convierten en cátedra de conocimiento y de
comunicación para los pequeños no son suficientes, se nos meten por los ojos
esos bofetones de amarillo de los jaramagos que animados por las lluvias tan
abundantes de los últimos tiempos, los tenemos hasta en la sopa. Mi amiga
Nieves, de Las Palmas de Gran Canaria, me cuenta que ella los ha probado en
sopa y que no le decían mucho. Yo no los he probado en sopa pero los llevo
metidos en el sentido desde hace años. A lo tonto a lo tonto, ya les he compuesto
tres poemas que ni yo mismo sé de dónde han salido, pero a los que tenemos esta
manía de escribir, eso nos pasa con mucha frecuencia. Este año los tengo de
nuevo rondándome la sesera y no sé si me voy a librar de fraguar algunos versos
en su honor porque es que los tenemos por todos los rincones. No puedo entender
de dónde sacan tanta fuerza.
Sé que
cada día se nos ponen a los maestros más trabas relacionadas con la seguridad
que a la postre sirven para desincentivar los deseos de salir de paseo. No quiero
decir que muchas de las trabas no tengan sentido. Hace unos años casi todos
viajábamos sin cinturón de seguridad y hoy nos parece aquí una barbaridad, o
los casos en las motocicletas, o las gorras para cubrirse del sol o tantas
otras cosas. Sé que muchas de ellas son verdaderos hallazgos protectores de la
salud pero también sé que todo ese conjunto de seguridades que se reclaman se
puede convertir con facilidad en un laberinto de dificultades que, en la
práctica, les quiten a los maestros las ganas de sacar a los niños a la calle y
permitirles que participen de las ciudades y del campo y que aprendan de la
realidad de la vida y no solo de los libros de texto y de los espacios
cerrados.
Hace unos días estuvimos viendo la combinación de poemas y cuadros de José Guerrero que hay ahora en el museo de Bellas Artes y bajamos a la escuela por el Barranco del Abogado. Según dejamos atrás el ordenado bosque de la Alhambra, nos metimos en una fronda de jaramagos donde dejaban de verse las cabezas de los niños, que iban y volvían por ese tramo jugando al escondite.
ResponderEliminarPero donde los jaramagos forman casi barrera, llenándome de amarillo al atravesarlos cada mañana, es en el cerro del Aceytuno, cuando bajo buscando las Cuevas Coloradas en mi camino a la escuela. Su esplendor oculta la mortandad que está provocando la cochinilla del carmín en las chumberas.
Dicen que con los jaramagos se hace la mostaza blanca; pero no veo que nadie los siegue; lo mismo que nadie recolecta ya la cochinilla que fue la razón de ser de traer las chumberas a Europa.
Y vas contando la vivencia y yo voy pensando a la vez que te leo: ¿Quién sería capaz de explicar una vivencia semejante si no mete a los pequeños en ese fregado vegetal y los hace que vivan cómo desaparecen en la vegetación, con la seguridad de que el final feliz está prácticamente garantizado?. Me alegro de que hayamos llegado a donde hemos llegado. Un abrazo
EliminarBien ...
ResponderEliminarSaludos
Mark de zabaleta