Entre el
comienzo de la marcha y las primeras palabras al final del primer año de vida y
el dominio de la musculatura corporal hacia los tres años se produce la gran
revolución del músculo, de cualquier músculo del cuerpo. Es el momento de la
vida más peligroso porque la capacidad muscular es inmensa, debe ponerse en
marcha toda y la capacidad de protección es muy precaria. Es el contexto físico
y las personas responsables del cuidado las que han de ejercer como pontoques
de seguridad. Durante esos dos años de locura física hay que aprender a usar
los músculos para nuestro desarrollo y evolución y, lo que resulta más difícil,
el equilibrio de las posibilidades y peligros de cada músculo o grupo de
músculos. Como un torrente de agua que fluye imparable y que hay que encauzar a
la vez que va tomando posesión del espacio que necesita, siempre con el peligro
de desbordarse e inundarlo todo a la vez que se pierda. Inmenso y muy
desconocido reto para la educación como puede suponerse.
La
revolución física es de tal calibre que se pone a prueba toda la estructura
familiar que en muchas ocasiones se muestra impotente para modular tanta
energía a la vez y con desesperación reclama inútilmente que alguien se los
quite de enmedio porque ya no pueden más. Es comprensible aunque la vida no
entiende de resistencias y empuja con toda su fuerza. Las necesidades de quien
viene creciendo no esperan y piden paso sin piedad. Como colofón de toda la
marabunta muscular nos encontramos con que la persona no dispone de más
resortes de previsión que sus propios límites que tendrá que conocer a base de
topetazos, de caídas, de rozaduras…, de limitaciones físicas en definitiva. No
hay fuerza humana capaz de detener el impulso vital en esta edad salvo quien se
proponga destrozar la energía que brota como un volcán a base de represión pura
y dura con incalculables y gravísimas consecuencias para la vida de quien
crece.
Tenemos,
por tanto, que saber que este desenfreno muscular existe, que es completamente
normal, que necesita un campo de experimentación lo más grande posible, pero
que ha desenvolverse en unas condiciones de protección más altas que nunca
porque su capacidad de dominio está naciendo al mismo tiempo y tiene que
aprender a dominar toda esa fuerza a base de golpes y de ayuda de quien esté a
su cuidado. Es la etapa de la vida que más ayuda necesita. No hay otra edad que
tenga tantos riesgos físicos como la que va entre el primer y el tercer año de
vida. La familia se desespera y se muestra impotente en muchas ocasiones y una
institución educativa adecuada puede convertirse en un remanso de paz para los
adultos a la vez que en un inmejorable campo de pruebas para los pequeños, que
pueden disponer de espacios, de objetos y de personas más idóneos que sus
familiares para el ejercicio casi infinito que necesitan activar en estos dos
años.
Veo y
compruebo una vez más que cuando uno habla de esta edad aparece un maremágnum
tan grande de fuerzas que han de activarse en poco tiempo que tiende a
desesperarse. Afortunadamente la vida es muy sabia y tiene previsto en cada uno
de nosotros recursos suficientes como para encarar y dar salida a la enorme
batalla que se libra en el cuerpo de los pequeños. Reconozco que no faltan
momentos de desesperación y de impotencia porque nos sentimos poca cosa para
encauzar tanta fuerza de golpe. Los días, de todas formas no pasan a la vez
sino uno detrás de otro y el tiempo permite repartir las energías e incorporar
los aprendizajes que se van adquiriendo de un día a otro y sacar fuerzas,
muchas veces ni uno mismo sabe de dónde, para permitir el ejercicio físico e
incorporar con cada experiencia los aprendizajes correspondientes que hacen que
cualquier acto no sea el mismo si se produce hoy que si se produce mañana
aunque parezca el mismo.
Como bien sabes, Duende es una escuela llena de escaleras desde su misma puerta. Cuando la presentamos nos gusta decir que en nuestra escuela los niños desarrollan sus capacidades motrices desde el principio y como un elemento esencial de la vida cotidiana.
ResponderEliminarAnte una escalera hay dos opciones: bloquearla con puertas y protegerla con bandas blandas o aprender a subirlas y, sobre todo, porque es lo más difícil, aprender a bajarlas. Nuestra opción es esta última.
La conozco bien como sabes y estoy completamente de acuerdo contigo. Una prueba palpable de que los peligros tienen una dimensión u otra según el contexto en el que se desenvuelvan. Duende no es la única que tiene escaleras pero es verdad que es la que presenta más dificultades. Más merito cuando se constata que los pequeños no sufren accidentes por este motivo. Un abrazo
EliminarUn tema muy importante para el niño ...
ResponderEliminarSaludos