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domingo, 2 de julio de 2017

RITMO


         Para una persona menor de 6 años, pensar hoy en septiembre es consumir casi el 10 por ciento de su vida. No es posible  unir conceptualmente el final del presente curso con el principio de próximo. Sencillamente su capacidad cerebral no está para esos trotes. El final de sus procesos mentales empieza y termina en secuencias más cortas. Vivían hasta hace unos días en un mundo más o menos estructurado en la escuela con unas horas de entrada, otras de comer, otras de salida y por la noche a dormir y de pronto ya se pueden levantar a otra hora , vivir casi todo el día con el bañador puesto, entrar y salir del agua casi a discreción y conocer nuevos amigos. Y nada de escuela, adiós escuela hasta olvidarse de que existe. Después, cuando pase el verano, todo un mundo para ellos, ya veremos lo que nos depara la vida, pero eso queda tan lejos en este momento…

         Cambiar los ritmos de vida puede tener su interés porque permite renovarse. Una vez que los ritmos quedan establecidos hay cosas que se ganan, una disciplina y unas secuencias que nos aportan seguridad y nos orientan sobre lo que está antes y lo que está después: nos ordenan la vida. Pero al mismo tiempo también nos definen de una manera concreta  y nos fuerzan a representar un papel ante nosotros mismos y ante el grupo en el que nos desenvolvemos con lo que eso significa de opresión y de estancamiento. Todo esto es para decir que la convivencia como cualquier aspecto de la vida nunca es perfecto: nos protege de la incertidumbre y del caos, pero también nos oprime y nos limita y nos condiciona. Por lo que los cambios estructurales, como los largos veranos,  nos liberan la mente de estructuras conocidas y nos permuten asumir estructuras nuevas en las que podamos desarrollar papeles desconocidos que amplíen nuestras capacidades mentales que, aunque no seamos conscientes, están llenas de sorpresas para nuestro desarrollo.

           Por tanto, cualquier novedad es una crisis y una crisis es siempre  una oportunidad. No hay que agobiarse con los cambios porque la propia percepción del cambio ya es un valor. El que un día amanezca y los pequeños no tengan claro qué van a hacer esa mañana permite a sus mentes desintoxicarse y experimentar el vacío de lo inmediatamente vivido. Pero esa misma experiencia del cambio, refrescante y liberadora se puede convertir en desconcertante y llevarnos a la desorientación si no se va llenando de contenido alternativo en días sucesivos. Cabe la posibilidad, ojalá que se cumpla en alguna medida, que los pequeños se centren en las necesidades internas de la casa: limpieza, compra, preparación de la comida…, situaciones completamente indispensables cada día, de las que con facilidad los menores quedan excluidos, sencillamente porque  interrumpen más de lo que aportan. Y puede que desde el punto de vista adulto sea verdad pero hay que pesar el valor de cualquier conocimiento que se pueda adquirir y de su enorme importancia para el futuro. Nos pasamos la vida quejándonos de que los pequeños no suelen ayudar en la casa sin darnos cuenta de que a eso también se aprende y no precisamente en la escuela.


           Disfrutar del agua, de la vida al aire libre, del conocimiento de nuevos vecinos y de juegos con estructuras más abiertas y elaboradas entre ellos…, un tipo de vida, en fin, que difiera sustancialmente de la que han tenido durante el curso, pero que no sea informe y desordenada sino que disponga de una estructura de orientación que permita a los pequeños vivir de otro modo y aprender que hay distintas maneras de organizar la vida y todas nos pueden aportar riqueza y aprendizajes que colaboran en nuestra maduración. Si logramos articular un tipo de vida veraniego en el que nuestros menores se sientan cómodos, los distintos periodos de la vida se pueden convertir en complementarios y útiles, aunque diversos,  para nuestro desarrollo. Pues…, ánimo y a vivir, que son dos días.

6 comentarios:

  1. Cuando llegue septiembre, ojalá podamos decir, sin equívoco y una vez más, que todo será maravilloso***!
    Un abrazo

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    1. Seguro que sí, pero ya sabes que sólo será una ilusión de quien lo diga, que no tiene por qué tener un referente con la realidad. Te mando un beso

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  2. Algunos de mis alumnos que acabaron el curso el viernes, 30, vuelven mañana, lunes 3, a la escuela de verano; hablando entre ellos discutían si mañana se incorporan al aula a la que pasaremos el próximo curso; por más que en nuestro calendario había quedado señalado el largo espacio de dos meses y una semana que nos separa del viernes 8 de septiembre en que volveremos a encontrarnos.

    Yo tengo en la memoria un ritmo del verano que sólo se interrumpía con la Fiesta Mayor, alguna visita de familiares o algún viaje corto: en la casa de mis abuelos en el Valle de Arán íbamos bajando a desayunar según nos levantábamos y cada uno teníamos asignada alguna obligación que se solventaba a continuación (la mía era comprar el pan). Hacia las once nos juntábamos la chiquillería y nos íbamos al río con algún adulto a refrescarnos y, los más valientes, a nadar en las gélidas aguas del Garona. Volvíamos para comer en familia, echando la carrera con la invariable tormenta de verano del mediodía, que nos tenía retirados para siesta o juegos tranquilos hasta media tarde, en que salíamos a buscar caracoles por los diferentes caminos que iban a la montaña. Después nos juntábamos todos los niños que estábamos en el pueblo en el único lugar de esparcimiento que teníamos: el campo de fútbol (una hermosa pradera) hasta que empezaba a atardecer. En la cena sólo nos juntábamos los pequeños, pues los mayores, o volvían más tarde, o se quedaban de velada, mientras la noche marcaba la hora de irse a la cama.

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    1. Me encanta la referencia que cuentas a tu realidad de niño. Cada vez pienso más en que deberfíamos dejar de pretender enseñar y dedicarnos sencillamente a contar nuestras vidas, que es en donde verdaderamente somos capaces de aportar algo valioso a quien pueda leernos. Seguramente sería una posición más humilde porque al final parece que siempre vamos buscando un peldaño más alto desde el que pontificar. Espero que podamos ser cada día más sencillos y más humildes. Seguro que entonces seremos más eficaces. Un abrazo

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  3. Esa incapacidad de transportarse en el tiempo es una delicia que perdemos al crecer, es un modo de vivir en el hoy, en el presente y disfrutarlo con plenitud.
    Adoro mis recuerdos del verano de mi niñez, eterno como sólo es el tiempo cuando apenas levantas un metro del suelo.
    Un saludo

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