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domingo, 10 de julio de 2016

RESPETO


         He dicho ya muchas veces, y me temo que lo seguiré diciendo algunas más, que el título que empleo en este blog COMO NIÑOS no es más que una manera como otra cualquiera de jugar con la ambigüedad de la infancia como fondo para hablar de la vida, para aprender cada día a encajar los nuevos hallazgos, las nuevas dudas y las nuevas posibilidades que el día a día me ofrece. Si los atributos de los niños son la frescura, la espontaneidad, la curiosidad  o el dinamismo, por qué no intentarlo aunque uno ya se encuentre un poco lejos de la edad de niño. A lo mejor no es el atributo de la edad el que más y mejor define a un niño en definitiva. Sea o no sea como digo, pienso que el intento merece la pena en cualquier caso y me gusta la idea de reconocerme de alguna manera en la imagen de niño.

         Y todo esto a cuenta de cuestionar las actitudes adultas que tanto en frío como en calor, tanto en la casa como en la escuela como en cualquier otro contexto vital se convierten en censurables y dignas de que nos sublevemos cuando lo que intentan es suplantar el criterio personal del afectado para convertir la vida en un conjunto de normas que hay que cumplir y que no salen ni tienen en cuenta los criterios personales de quienes han de cumplirlas sino que surgen de determinados espacios de poder: adultos, modas, televisión, familia…, y terminan imponiéndose y arrastrándonos a todos al mismo tiempo que nos superan y nos ignoran. Son como discursos dominantes que bien en un momento determinado como en un asunto concreto se instalan,  a veces coyunturalmente u otras de manera más estable, pero que en todos los casos pasan olímpicamente de las opiniones de quienes van a ser los que cumplan las normas y tienden una red de comportamientos que oprimen y que se imponen por la fuerza de inercias difusas pero muy coercitivas.

         No quiero, una vez más, ceñirlo a los niños aunque sé que son los niños los que principalmente viven y evolucionan bajo este paraguas criteriológico con la excusa de que están aprendiendo, de que son pequeños, de que deben encontrar modelos de comportamiento cuando el resultado no es otro que el de ignorar por completo las capacidades personales que las personas traen en su individualidad  y que no solo merecen todo el respeto del mundo sino que con sus particularidades tendrían que ser las que fueran agrandando y diversificando la vida. Al final se van imponiendo diferentes formas de reduccionismo y simplificación de criterios, siempre en beneficio de pocos: industria, moda, religión, deporte…, y en perjuicio de mayorías que terminan por sentirse sometidas, con la consiguiente carga de agresividad como respuesta a esa forma de agresión larvada pero completamente eficaz  que se nos coloca encima como si de una figura ficticia de nosotros mismos se tratara. Una especie de costra que puede llegar a cubrirnos por completo y hacernos desaparecer en la impostura.


         Rebelarnos contra toda forma de opresión posible no es sólo un derecho, faltaría más, sino una obligación. En parte por nosotros mismos, por nuestra dignidad, porque no debemos permitir que nadie viva por nosotros, pero también por la vida, por la historia, por el futuro porque tenemos que asumir que la diversidad de por sí es una riqueza y el mejor soporte de crecimiento colectivo. Una sola vez, hace unos cincuenta años, alguien me invitó a un campo de futbol a ver un partido. Nunca me he sentido tan poca cosa entre aquella multitud. Aprendí con meridiana claridad por dónde no iba a vivir de ninguna manera. Nunca más he vuelto y, aunque consciente de mis limitaciones, desde aquí invito de corazón a toda la gente que huya de cualquier lugar o situación en la que se pretenda que desaparezca en el anonimato de la multitud. Somos cada uno diferentes y maravillas irreemplazables de la naturaleza.

1 comentario:

  1. Muy buena entrada. Ya nos avisaban los filósofos de la sospecha del mal que puede provocar la cultura cuando es impuesta. Un saludo

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