He
dicho ya muchas veces, y me temo que lo seguiré diciendo algunas más, que el
título que empleo en este blog COMO
NIÑOS no es más que una manera como otra cualquiera de jugar con la
ambigüedad de la infancia como fondo para hablar de la vida, para aprender cada
día a encajar los nuevos hallazgos, las nuevas dudas y las nuevas posibilidades
que el día a día me ofrece. Si los atributos de los niños son la frescura, la
espontaneidad, la curiosidad o el
dinamismo, por qué no intentarlo aunque uno ya se encuentre un poco lejos de la
edad de niño. A lo mejor no es el atributo de la edad el que más y mejor define
a un niño en definitiva. Sea o no sea como digo, pienso que el intento merece
la pena en cualquier caso y me gusta la idea de reconocerme de alguna manera en
la imagen de niño.
Y todo
esto a cuenta de cuestionar las actitudes adultas que tanto en frío como en
calor, tanto en la casa como en la escuela como en cualquier otro contexto
vital se convierten en censurables y dignas de que nos sublevemos cuando lo que
intentan es suplantar el criterio personal del afectado para convertir la vida
en un conjunto de normas que hay que cumplir y que no salen ni tienen en cuenta
los criterios personales de quienes han de cumplirlas sino que surgen de
determinados espacios de poder: adultos, modas, televisión, familia…, y
terminan imponiéndose y arrastrándonos a todos al mismo tiempo que nos superan
y nos ignoran. Son como discursos dominantes que bien en un momento determinado
como en un asunto concreto se instalan,
a veces coyunturalmente u otras de manera más estable, pero que en todos
los casos pasan olímpicamente de las opiniones de quienes van a ser los que
cumplan las normas y tienden una red de comportamientos que oprimen y que se
imponen por la fuerza de inercias difusas pero muy coercitivas.
No
quiero, una vez más, ceñirlo a los niños aunque sé que son los niños los que
principalmente viven y evolucionan bajo este paraguas criteriológico con la
excusa de que están aprendiendo, de que son pequeños, de que deben encontrar
modelos de comportamiento cuando el resultado no es otro que el de ignorar por
completo las capacidades personales que las personas traen en su individualidad
y que no solo merecen todo el respeto
del mundo sino que con sus particularidades tendrían que ser las que fueran
agrandando y diversificando la vida. Al final se van imponiendo diferentes
formas de reduccionismo y simplificación de criterios, siempre en beneficio de
pocos: industria, moda, religión, deporte…, y en perjuicio de mayorías que
terminan por sentirse sometidas, con la consiguiente carga de agresividad como
respuesta a esa forma de agresión larvada pero completamente eficaz que se nos coloca encima como si de una
figura ficticia de nosotros mismos se tratara. Una especie de costra que puede
llegar a cubrirnos por completo y hacernos desaparecer en la impostura.
Rebelarnos
contra toda forma de opresión posible no es sólo un derecho, faltaría más, sino
una obligación. En parte por nosotros mismos, por nuestra dignidad, porque no
debemos permitir que nadie viva por nosotros, pero también por la vida, por la
historia, por el futuro porque tenemos que asumir que la diversidad de por sí
es una riqueza y el mejor soporte de crecimiento colectivo. Una sola vez, hace
unos cincuenta años, alguien me invitó a un campo de futbol a ver un partido.
Nunca me he sentido tan poca cosa entre aquella multitud. Aprendí con meridiana
claridad por dónde no iba a vivir de ninguna manera. Nunca más he vuelto y,
aunque consciente de mis limitaciones, desde aquí invito de corazón a toda la
gente que huya de cualquier lugar o situación en la que se pretenda que
desaparezca en el anonimato de la multitud. Somos cada uno diferentes y
maravillas irreemplazables de la naturaleza.
Muy buena entrada. Ya nos avisaban los filósofos de la sospecha del mal que puede provocar la cultura cuando es impuesta. Un saludo
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