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domingo, 26 de junio de 2016

CALOR


         Con la distribución del tiempo de clase que tiene el actual calendario escolar hay dos meses,  junio y septiembre, verdaderamente endemoniados por las temperaturas que hay que sufrir mientras se imparten clases. Tradicionalmente se intentan paliar sus rigores a base de impartir sólo media jornada porque los centros educativos no tienen aire acondicionado en parte porque no se conocía hace unos años y hoy que se ha generalizado resulta bastante poco rentable hacer una inversión significativa cuando la mayoría, si tienen algún aparato compensador, es la calefacción porque el combate contra el frío sí renta más al abarcar todos los meses en que se necesita suplemento  ambientador.

         Puede ser una fórmula para salir del paso la de concentrar las clases en la mañana y salir de los centros en el momento en que el sol aprieta y el aire se hace irrespirable, tanto en los espacios libres de los centros como en las clases, sobre todo en las clases. Es verdad que la fórmula de cortar la docencia a mediodía alivia el calor pero en realidad lo que hace no es eliminarlo de ninguna manera sino sencillamente desplazar el problema para que sean las familias las que tengan la obligación de volverse locos buscando actividades, lugares o momentos que permitan a los pequeños desenvolverse en temperaturas un poco más livianas y llevaderas. Encontrar piscinas, asistir a lugares de cine y actividades recreativas con aire acondicionado, consumo de bebidas frías, helados que hace algunos años eran una especie de premio casi festivo y que hoy ya son productos de uso corriente sobre todo en verano pero ya hasta durante todo el año, aunque fuera de los meses de calor, en menor proporción.

         Cada vez nos rodeamos de más dispositivos que nos albergan: coches, viviendas, lugares de ocio, en donde los aires acondicionados nos permiten   vivir con la falsa idea de que los veinte  o veinticinco grados sea nuestro entorno natural cuando basta con abrir una puerta y salir a la calle para darnos cuenta de que el mundo está ahí y de que en el mundo la vida precisa de nuestra adaptación para aprender a sostener temperaturas por debajo de cero grados durante los meses de invierno y ahora, en los meses de calor, por encima de los treinta grados y hasta en los cuarenta durante bastantes días. Recuerdo los malabarismos de mi infancia para lograr que los interiores no se convirtieran en un verdadero horno. Blandiendo  las toallas al modo de capotes toreros lográbamos hacer salir a las moscas que se habían colado en el interior de las viviendas y a base de persianas se combatían los rayos del son directos haciendo de los interiores zonas de sombra  y penumbra que con el cuidado de no dejar aberturas durante las horas fuertes de sol se lograba amainar la torridez asfixiante del verano. Al anochecer se podían abrir rendijas porque ya las temperaturas se habían suavizado algo.

         No estoy defendiendo aquella forma de vida en comparación con la que se ha impuesto hoy, a pesar de que cada día vemos experiencias de alta tecnología destinadas a rentabilizar los beneficios de aquella, sencillamente porque era más sostenible que la producción ilimitada de energías compensatorias que logran hacernos la vida más grata, es verdad, pero al precio de que cada vez seamos más dependientes y menos capaces de adaptarnos a fríos y calores, sin que para ello tengamos que invertir recursos inmensos que hoy sabemos que son limitados y que cada vez nos cuestan más tenerlos a nuestra disposición cuando los necesitamos. Estamos en un tiempo en el que, sin tener que envidiar el pasado por primitivo y por cruel, sobre todo con los que teníamos menos recursos, sí nos puede ofrecer pistas de mejora de las condiciones de vida limitando costes y buscando beneficios sostenibles y al alcance de nuestras manos. 

7 comentarios:

  1. No hay rigor que cien años dure.
    Ni por calor ni por frío.

    Me pregunto qué ocurrirá cuando rigores y no rigores devengan en edenes, que deben ser como el cuentico cuentau del paraíso terrenal....!
    Aquí, con el cierzo que no amaina, sobra toda cavilación de aires acondicionados y calefacciones ...


    besos

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    1. Los acondicionamientos tradicionales a inclemencia de frío o de calor tienen su punto, pero es verdad que el progreso puede permitir mayores cuotas de bienestar. Un beso

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  2. Manuel Ángel Puentes26 de junio de 2016, 14:27

    En esos tiempos de nuestra infancia y adolescencia las clases acababan más o menos como ahora, coincidiendo con el inicio del verano, pero el retorno a las aulas se retrasaba hasta el 4 de octubre, con el otoño ya iniciado, para envidia de nuestros amigos franceses que se volvían a su tierra con la virgen de agosto, dejándonos libres el campo con las chicas de la pandilla estival. Claro que, para nuestra desgracia, las francesas también se iban.

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    1. La verdad es que no nos hemos puesto a razonar de verdad sobre lo que sería conveniente o no con relación a la distribución del tiempo de trabajo y de vacaciones. No estaría mal proponérselo en serio alguna vez. Un abrazo

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  3. Hola Antonio.Cuando éramos pequeños y teníamos menos comodidades,nos las ingeníabamos para salir del paso.
    A mi el aire acon icio0nado no me gusta mucho, porque a veces me produce faringitis.
    Recuerdo que en mi casa mi madre me bañaba en el "safareig" quiero decir el lavadero para lavar la ropa que teníamos en casa, se llenaba y a refrescarse y en invierno en barreños de agua caliente y las estufas de petroleo que se compraba en latas y nos hicimos mayores y fuertes.
    Bueno ahora hay las piscinas.
    Desde Valencia te mando un abrazo, bueno un beso que hace mucho calor, Montserrat

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  4. Quise decir aire acondicionado,he tecleado mal.

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