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domingo, 3 de abril de 2016

CALLEJEAR


         Me consta que lo hemos hablado muchas veces y, sin empacho ninguno, volvemos a comentarlo una vez más. La escuela son las cuatro paredes de los centros más los espacios deportivos pero es mucho más que eso con ser eso importantísimo. La escuela es la vida en su totalidad: los autobuses circulando, los pasos de peatones, la frutaría de la esquina, el olor del café, el supermercado, la pescadería, el colorido de las frutas, la peluquería, el concesionario de coches, los aparcamientos, las aceras en general… La escuela es todo lo que nos rodea y los pequeños son conscientes de que eso es así porque salen con sus familias y tienen ojos para ver y ven.

         Aunque todo lo anterior sea cierto, la propia existencia de por sí no nos garantiza a nadie el conocimiento por ciencia infusa de esa enorme cantidad de elementos que están cumpliendo su ciclo vital junto a nosotros. Su conocimiento, su inclusión en nuestra vida y la interrelación que mantengamos con ellos depende directamente de la manera que se nos permita relacionarnos con ellos. Y eso pertenece en gran medida a las decisiones que adopte la estructura escolar, aunque no sólo. Este tiempo de primavera que coincide también con que es el último trimestre y en general el más grato desde el punto de vista climatológico, nos ofrece las mejores posibilidades para que los menores visiten la calle de forma ordenada, que no quiere decir en filas ni mucho menos, se sientan parte de ella y den rienda suelta a su curiosidad por conocer todo lo que encuentran a su alrededor. Ya el simple hecho de callejear en grupo significa un importante estímulo para todos porque hay que saber que en educación, como en tantas cosas, uno más uno no son solo dos sino mucho más. Todo lo que se ve estará en boca de todos y cada uno lo tratará a su manera y en función de su experiencia previa.

         Es verdad que tampoco hay que perder la cabeza y estar a todas horas en la calle de modo que los pequeños lleguen a perder la noción de cual es su verdadera escuela. Alguna vez nos ha pasado que hemos perdido el son y hemos tenido que echar marcha atrás para no sacar las cosas de quicio. Me parece que un día a la semana puede ser suficiente para diversificar las salidas y al mismo tiempo no perder de vista que la escuela es nuestro punto de referencia del que partimos y al que tenemos que volver en todo momento. También conviene recordar que no se trata de salir por salir sino que cada salida, con su parsimonia correspondiente, debe ser como una esponja para los pequeños en la que deben introducir como si se tratara de un cofre, toda la información que la actividad nos da de sí, que un día puede estar relacionada con los elementos que miramos, pero que otro la verdadera lección es la información que nos llega de la boca de nuestro compañero, que puede ser tan rica como el precio al que hoy se venden los boquerones y que sin la salida no hubiéramos obtenido porque no hubiéramos disfrutado de esos momentos de intimidad imprescindibles para que surjan las confidencias.


         También conviene saber que aunque los libros de texto están diseñados para que una serie de temas que se consideran fundamentales sobre determinadas materias estén desarrollados allí, de ninguna manera significa que la vida se agote en un libro de texto por completo que sea. Es más, sería pretencioso pensar que fuera de los libros de texto no existe la vida. Muchas veces es al contrario y se hace imprescindible pasar de los libros de texto y mirar directamente a las cosas y a las personas que nos rodean que son sin duda ninguna fuentes vivas de información sobre nuestra propia vida y nuestra relación con ellos, una cátedra permanente de conocimiento y de madurez que se llama experiencia y que casi siempre es insustituible, sin menosprecio del valor de los saberes prefabricados en los libros de texto. Por tanto, a por la vida sin miedo alguno y con la confianza de que el contacto directo lo que nos va a dar es madurez y cultura que, de no ser por él, nos quedaríamos sin ella.


9 comentarios:

  1. Recuerdo con especial cariño las "salidas", no eran muchas pero las percibíamos planeadas con tiempo y mimo y se nos inoculaba el deseo por participar, así como la ingente cantidad de trabajo en el aula que suponían después, lo recuerdo de mi niñez. En cambio de la de mis hijos recuerdo muchas excursiones (por el correspondiente abono de los gastos) que les cogían por sorpresa y de las que al parecer se obtenía o eso trasladaban, poco fruto.
    Imagino que no es sencillo encontrar el equilibrio.
    Un saludo

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    1. ES VERDAD QUE EL EQUILIBRIO SIEMPRE ES DIFÍCIL Y, SOBRE TODO, OPINABLE. CREO QUE HABLAR CON LAS FAMILIAS NO ES MAL CAMINO PARA ORIENTARSE. UN BESO

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  2. En Suiza es algo que se hace desde hace muchos años. Es una gran ayuda en la verdadera formación del niño...

    Saludos

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  3. salidas callejeras y , a poder ser, demoradas en el tiempo de regresar a casa.
    Sabido es que la calle es la segunda escuela vital, si no la primera....

    besos

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    1. Es verdad que la calle es una buena escuela, sobre todo si se va con la protección conveniente y con la adecuada compañía. Un beso

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  4. Manuel Ángel Puentes3 de abril de 2016, 22:22

    Lo he contado muchas veces, pero no recuerdo si en tu blog lo he hecho: cuando trabajaba en la escuela infantil Arcilla, allá por los primeros años de los ochenta, todas las salidas las hacíamos con una cuerda a la que iban cogidos los niños. Un día fuimos al mercado de San Agustín a comprar los ingredientes de una receta que íbamos a hacer. En esos años aún no había presión para erradicar la mendicidad infantil de las calles y pasamos junto a uno de los niños que exponía en su cajón de madera los ajos y limones que tenía para vender. No le prestamos mayor atención y seguíamos andando por los puestos del mercado cuando el niño en cuestión me tiró del brazo para preguntarme muy asustado: "maestro, ¡qué han hecho?". Enseguida comprendí que pensaba que yo llevaba mi pequeña cuerda de presos y le expliqué que los niños no iban atados, que se cogían a la cuerda para no perderse. Pero al salir del mercado recogí la cuerda en un ovillo y nunca más he vuelto a llevar a los niños con una cuerda por la calle.

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    1. Todos hemos recibido lecciones parecidas en los lugares más inesperado y de las personas imprevisibles. Creo que hiciste lo correcto, agachar la cabeza, aprender la lección y seguir adelante con toda humildad. Es seguro que los niños no iban presos y que se trataba de una medida de protección pero también estoy seguro que a partir de ese día fueron mejor. Un abrazo

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  5. Hola Antonio, me ha gustado tu entrada, la vida va más allá de los libros, allí se vive la realidad.
    Me has hecho recordar mi infancia, cuando un día mi padre, yo con 12 años- me dijo que me iba a encargar de llevar la casa. Entonces se cobraba por semanas, me entregó el dinero y me dijo: A ver si sabes administrarlo.
    Bien que lo hice, me enteré de lo dura que es la vida para pasar con lo poco que se ganaba y como ahorrar. Solo cometí un error, compré las sardinas más baratas que encontré, eran enormes, mi padre me dijo que nunca más comprará lo incomible y con ello aprendí a buscar el equilibrio calidad y precio. Era una niña sí, pero me sirvió más que ir a la escuela. De todo se aprende.
    Gracias
    Un saludo

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    1. Qué gusto poder hacer que evoques una vivencia tuya tan importante. Claro que uno siempre puede cometer fallos. Todos cometemos fallos pero es que nadie aprende si no es de los errores. Me encanta hacerte evocar vivencias tan antiguas y tan vitales. Un beso

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