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domingo, 11 de octubre de 2015

ANDREA


         Andrea no es un nombre concreto. Era una niña de 12 años que hace unos días acaba de morir, una vez que su familia había logrado, después de cuatro meses de tortura médica, que el hospital le quitara la sonda gástrica que la mantenía con vida a base de sufrimiento y le administrara sedantes adecuados para que se fuera de este mundo con dignidad y en paz. Pero podía llamarse Gonzalito, que dejó este mundo a los 11,  después de que su madre, mi amiga Dori que en paz descanse también, quedara destrozada de la columna de traerlo y llevarlo a cuestas a todos los sitios del mundo donde creía encontrar una pista de mejora para su hijo que nunca pudo aportarle una palabra, un beso, un gesto de alivio más allá de su presencia. La muerte de la madre fue por causas ajenas a su hijo pero en los 11 años que compartieron juntos no faltaron penalidades que influyeran en su salud.

         No sé por qué estoy llorando. No siento pena por Andrea que ha vivido 12 años dentro de una familia que la ha tratado con dignidad  hasta el punto de luchar por permitirle irse de este mundo en paz cuando han entendido que la niña había tirado la toalla y estaba sufriendo innecesariamente. Será porque los viejos nos volvemos muy sentimentales y abrimos las compuertas de las lágrimas mezclando sentimientos. Se me cuela en la mente el pequeño ahogado en la playa o tantos pequeños y mayores como vemos buscando un lugar en el mundo que los acoja, o los miles que todavía mueren por una simple diarrea,  en el mismo mundo que derrocha millones a manos llenas para encontrar el arma más mortífera posible y se justifica por ello. Quizá deseo para todos  la dignidad de trato que ha tenido Andrea con familiares mirando por ella hasta en la hora y defendiéndola hasta su último aliento. Todos tenemos que morir. Lo sabemos desde el principio pero no valen lo mismo unas muertes que otras. Yo deseo morir como Andrea y que todos tengamos  una  muerte  amiga como la que ha tenido Andrea. A lo mejor lloro por eso.

         En España hubo un ministro de justicia que defendió en el parlamento que no se podían tolerar los abortos legales ni siquiera cuando se tuviera la certeza de malformaciones en el feto. Hoy ya no está pero porque se fue él. Pensé en aquel momento que los niños que hubieran nacido con malformaciones en aquellos días se les podían haber dejado en la puerta de su casa para permitirle que hiciera todos los méritos del mundo cuidándolos y ofreciéndoles el amor al que sin duda tienen derecho ya que según su opinión las familias preferían abortar antes que pasarse como Victoria con su Víctor va para 30 años lavándolo cada mañana, poniéndole la bolsa de los excrementos, inyectándole su alimentación a través de la sonda gástrica y cargándolo de la cama a la silla de ruedas y viviendo para él. Ya se me han quitado las lágrimas y ahora siento mucho cabreo de pensar que un señor ministro desde su tribuna del parlamento se atreva a condicionar hasta este punto la vida de una familia mientras él va y viene, ajeno a las consecuencias de sus decisiones.


         La defensa de la vida es una idea noble pero se pervierte si no precisamos primero lo que entendemos por vida. Vivir a cualquier precio muchos no estaríamos de acuerdo. Desde el más escrupuloso respeto a quien pueda pensar de otra manera es también exigible el mismo a los que pensamos que en el hecho de vivir debe haber límites porque existen estados de vida en los que la propia dignidad de las personas se queda en evidencia y se debe tener derecho a decidir los límites que ni la ciencia ni el ministro más atrevido o temerario es quien para involucrar a terceras personas. Es el respeto a la conciencia de cada uno el que debe regir los límites en los que podemos decir basta y aceptar que la ciencia se debe poner a nuestro servicio para mantener nuestra dignidad hasta el final a través de medios paliativos, que los hay, antes que empecinarse en prolongar la vida a cualquier precio manteniendo sufrimientos innecesarios  para los enfermos y para los familiares que los cuidan.


7 comentarios:

  1. De las lágrimas de ternura a las de rabia, qué doloroso es tener que perder el tiempo y la energía en luchar lo que es inherente a la dignidad que todos merecemos.
    Un abrazo

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  2. Un tema que has sabido tratar magistralmente.

    Saludos

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  3. A ver si los políticos se ponen a trabajar en las cosas importantes de una puñetera vez. Deberían haber separado en la legislación claramente lo que son derechos y lo que es la moralidad de cada uno (por ejemplo, del médico, del juez, etc).Por no resolver esto, están creando mucho sufrimiento.
    Abrazos.

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  4. Hola Antonio, mucho tiempo que no paso por tu blog, espero que me disculpes.
    El caso de Andrea como de otros, lleva su controversia, pero cuando la vida llega a su fin, hay que usar calmantes suficientes para que no se sufra, otra cosa es quitarle la alimentación y la hidratación, sin ellas es causa de muerte segura. Lo normal es que se trate el sufrimiento y que se muera sin hacer nada más. Hoy día se abusa más de la distanasia que de la eutanasia.
    Un saludo en mi sexto aniversario de blog.

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  5. mientras Iglesia y Estado se empeñen en arbitrar vidas cono muertes, muertes como vida churras como merinas o viceversa, conciencia laxa con moralidad unilateralmente administrada, poco hay que hacer.
    De momento, este caso, flagrante sin paliativos, de Andrea, nos coloca un poco en el disparadero de pensar. Y pensar pero sin prejuicios, a ver a qué facción hago más la reverencia, a qué facción denosto...
    Sigo pensando que no es tarea sencilla administrar justicia. Y harto difícil marcar los límites de las decisiones ajenas. Aún con tanto agravante, me parece fundamental que sean los padres, como hacedores de vida, quienes valientemente adopten la última decisión, cuando es la dignidad y la vida de sus hijos lo que está en juego. Y eso no es eutanasia ni nada parecido.
    (óle por el artículo, sinceramente)

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  6. Manuel Ángel Puentes18 de octubre de 2015, 0:30

    Esta semana he estado pendiente de los comentarios que suscitaba tu entrada sobre la digna muerte de Andrea y las indignas posturas de algunos profesionales. Daba por supuesto que te ibas a encontrar con duras reacciones contrarias a tu postura pero, aparte de los silencios (ha habido bastantes menos intervenciones que en las semanas anteriores), me muestro gratamente sorprendido del tono de tus comentaristas.

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    1. Reconozco que el tema es de los que ponen los pelos de punta y yo no quisiera en ningún momento verme en el pellejo de esa familia. Los padres reclamando que los médicos permitan a su hija irse de este mundo. Ahí es nada. Pedro puesto que el tema ha llegado a la luz me parecía que había que pronunciarse desde la rotura interior que la situación ya de por sí supone. Un abrazo

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