
Pero llorar es casi un tratado en estos primeros momentos: se llora por hambre, por sueño, por frío, por calor, por necesidad de limpieza…, de modo que los que rodean al bebé han de estar alerta todo el tiempo, no para atender al pequeño cuando llora, sino para interpretar cada llanto de los que el pequeño produce y adoptar las soluciones que se precisen para satisfacer la necesidad que se demande. O sea que el llanto en un principio no es sólo un vehículo de expresión del estado emocional de quien lo produce, que sin duda que lo es, sino también una forma de comunicación muy amplia que tiene y usa el recién nacido con quienes tienen con él una relación más directa.
La interpretación de cada llanto y la solución correspondiente se encuentra muy unida a la relación en general que mantiene el pequeño con su persona de referencia, esa que vive junto a él y que lo atiende en el conjunto de necesidades que plantea. No es relevante que esa persona sea hombre o mujer, joven o mayor y hasta es posible que no sea la misma persona en todos los casos, si bien es importante que su número no sea muy grande para que pueda ser reconocido e identificado por el pequeño. Si cada día es alguien distinto, lo normal es que el bebé disperse su percepción y no se identifique con la persona que lo atiende ni se produzca el imprescindible apego con ella.

El primer valor que podemos darle al llanto es el de llamada. Cada vez que el pequeño llora, en realidad nos está llamando. Hay una primera reacción muy extendida de respuesta poco eficaz y hasta perniciosa. Cuando el niño llora, lo primero que se hace es cogerlo en brazos para que se calme. De ese modo, el adulto no ha tenido tiempo de averiguar qué es lo que el bebé reclama y el bebé se acostumbra a interpretar una sola respuesta de parte de los adultos, que es la de cogerlo en brazos. Es posible que el niño deje de llorar, pero su sistema de comunicación con el adulto se simplifica demasiado y deja de diversificar las demandas para terminar diciendo siempre lo mismo: ¡Cógeme!.

Si en el momento en que aparece el llanto somos capaces de aguantar la primera angustia, nos daremos cuenta de que no todos los llantos son iguales y es fácil que seamos capaces de entender que en cada llanto el bebé nos está demandando una respuesta diferenciada, encaminada a satisfacer la necesidad concreta que está sintiendo en ese momento: teta, dormir, limpieza, silencio, caricia….
Lo que en un principio empieza con el mismo código de comunicación para todo, el llanto, con el tiempo se v a ir diversificando y dando paso al lenguaje junto a las atenciones diferenciadas para satisfacer las distintas demandas que la crianza requiere. De no ser así es posible que terminemos satisfaciendo también las demandas de los pequeños, pero sólo con nuestra propia interpretación de las reclamaciones y a base de empobrecer el código de comunicación ente los pequeños y sus adultos de referencia con consecuencias de gran valor para el futuro.