Con
demasiada frecuencia se ha querido confundir la inteligencia con la memoria y
creo que a muchos de nosotros les será fácil recordar la secuencia de algún
pequeño recitando una parrafada delante de los mayores y siendo alabado como si
se tratara de una genialidad o de un signo especial de inteligencia. Yo
recuerdo haberlo visto en más de una ocasión y, lo que es más dramático,
haberlo sufrido en mis carnes. No se lo deseo a nadie, la verdad. A uno le
cuesta poco creerse un ser especial cuando te lo dicen unas cuantas veces y
luego viene el día a día de la vida, que te va clavando a la realidad desengaño
a desengaño porque esa distinción a la que te aúpan en un momento determinado,
con la misma rapidez que llega se va y tú sigues ahí, con tu verdadera
dimensión, día a día, teniendo que asumir con dolor que, a pesar de tus
destellos de brillo, no eres ni más ni menos que una persona como otra
cualquiera.
Defiendo
el valor de la memoria en el aprendizaje y que no debemos eliminarla de nuestra
escuela en ningún caso porque su práctica nos hace esforzarnos en ordenar lo
que vemos y lo que pensamos para que nuestros conocimientos se almacenen en
nuestro cerebro con algún orden que pueda ser reconocido en cualquier momento y
evocado cuando convenga. Puede funcionar, por tanto, como una garantía que nos
permita mostrar en un momento lo que hemos aprendido sobre cualquier asunto y
esto es bueno, muy bueno. Pero no podemos confundir esta capacidad de
almacenamiento o de evocación con la de adquirir conocimientos nuevos o de
saber incorporarlos a los que tenemos que podría ser lo que definiéramos como
inteligencia y que puede estar asociado a la memoria o no. Tenemos pruebas de
personas de gran valía que en su vida cotidiana eran un desastre para desenvolverse,
sencillamente porque su capacidad de razonar y elaborar conocimiento les
ocupaba todo el tiempo y eran capaces de olvidarse de las cosas más elementales
y cotidianas y hasta de pasar por torpes o, al menos, despistados.
Visto
con la perspectiva del tiempo hoy podemos hablar con cierta gracia de los
componentes de inadaptación de Einstein pero, si somos capaces de ponernos en
su pellejo cuando las manifestaciones se estaban produciendo, entenderemos que
esta persona vivía traumatizada y siempre con la posibilidad real de frustrarse
y ser incapaz, no ya de desarrollar todos los hallazgos por los que hoy lo
conocemos sino sencillamente por ser capaz de soportar su vida y las
consecuencias de su inadaptación, siempre dolorosas y con la amenaza real de hacerse
insoportables en algún momento. No podemos medir cuántas personas inadaptadas,
sencillamente se han quitado de en medio en un momento dado por no ser capaces
de sobrellevar las contradicciones entre su manera de ver las cosas y el mundo
que les rodeaba. También conocemos algunos ejemplos de suicidios prematuros
suficientes como para saber que no estamos inventándonos consecuencias sino
constatando realidades dramáticas.
Cuántas
veces he pensado, no sé si con razón o sin ella, si no hubiera sido mejor que
Mozart hubiera sido una persona equilibrada, con el riesgo de que su música no
hubiera llegado a las cotas que conocemos, en vez de poder disfrutar de su
música, sabiendo que es una cima de la humanidad pero al mismo tiempo estar
seguros de que sus treinta y pocos años de vida
fueron los de una persona inadaptada
que sufrió siempre por causa de esa inadaptación. En mi vida profesional
he procurado respetar en la mayor medida que he podido cualquier manifestación
para que los pequeños fueran ellos mismos todo lo que pudieran pero siempre con
la conciencia puesta en lo que podemos llamar normalidad y procurando que esa
zona se ampliara todo lo posible para que en vez de ser un camino estrecho y
tortuoso fuera una autovía con espacios amplios en los que todos los pequeños
se pudieran considerar incluidos. Hoy sigo pensando que cada persona merece
respeto a su manera de entender el mundo y a su evolución, pero que los
espacios comunes son los que debemos ampliar todo lo que podamos para que nadie
se sienta un bicho raro sino un miembro necesario del conjunto.
Es curioso plantear si hubieran sido más felices quienes con su genialidad nos dejaron la magia de su música o su pensamiento, quizás también su modo de ser felices fuese diferente.
ResponderEliminarComparto tu preocupación por abrir el foco y ampliar el espacio de lo que es "felicitable" en el espacio común.
Un saludo de domingo.
Si estuviera en nuestras manos modular y moldear todo el mundo, con su obra y perdonas incluídss, tal como nosotros deseáramos, desaparecerían teorías, realidades, aciertos y errores . pero eso ocurrirá cuando desaparezcamos todos .Más o menos.
ResponderEliminarMuy interesante manera de enfocar la verdadera enseñanza....
ResponderEliminarSaludos
Curiosamente, ninguna de las ocho inteligencias que describió Howard Gardner es la de tener buena memoria. Ser capaz de recordar no es ser más inteligente, si esa capacidad no se combina con la de analizar.
ResponderEliminarY hay diferentes memorias, Yo, que tengo buena memoria para recordar hechos ocurridos hace años, he sido siempre un desastre para aprender de memoria textos como las definiciones del catecismo o los papeles en las obras de teatro.
Pues con todo lo que aclaras, que me parece muy acertado, no hay más que darse cuenta de lo lejos que está nuestra práctica diaria de la realidad de los fenómenos con los que se relaciona. Yo también debí ser brillante en algo porque tengo memoria de decepciones muy profundas por desengaños en mis primeros años. Un abrazo
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