Cada
época del año tiene sus particularidades, sus elementos que la definen y la
diferencian de cualquier otra. Me arriesgaría a decir que ésta es la del olor
y, apurando precisaríamos que alrededor del naranjo. El perfume de azahar es el
rey sin duda en calidad y en extensión. No sólo en los campos de naranjos: toda
la zona de Levante y aquí en Granada el Valle de Lecrín y sin poner ningún pero
a ese reinado, la maravilla de las mandarinas que empiezan a ser sólo recuerdo
de lo que fueron en su día. Prácticamente están desaparecidas en beneficio de
las Clementinas, casi sin huesos, con mucho más jugo y mucho más atractivas
para el mercado pero renunciando definitivamente a ese bofetón de olor que
significaba arrugar la cáscara y dejar que la mano se impregnara de su intensa
fragancia que podía durar en la piel todo el día.
Los
campos de naranjos rezuman azahar por los cuatro costados desde ahora hasta
bien entrado abril. La costumbre de plantar naranjos en muchas calles de
nuestras ciudades nos ha traído el olor de azahar hasta nuestra pituitaria sin
tener que pagar ningún canon para gozarlo. Entre la cantidad de procesiones que
se han paseado por las calles esta semana y el frío que por fin parece que
recula y se concentra sobre todo en las madrugadas, durante el día el sol se
adueña de las calles y nos reclama hasta la manga corta en el golfo del día.
Quiere decir que los pequeños pueden salir de esos cubículos con ruedas en los
que los traemos y llevamos para cumplir más o menos con nuestros tiempos, que
no con los suyos. La invitación es la de saborear la maravilla del azahar que
nos envuelve desde cualquier calle y nos impregna del perfume que un día fue
reservado para los ramos de novia como el símbolo más claro de la pureza y de
la intensidad del amor.
En
alguna ocasión he mencionado que teníamos un rosal de olor en el patio del cole
y que yo levantaba a los niños para que
olieran y decían que olía a colonia y yo
tenía que explicarles que no, que era al revés, que era la colonia la que olía
a rosas. Sencillamente los niños habían perdido el hilo de las cosas y sólo
reconocían los efectos y no las causas que los producían. Pues con el azahar
puede pasar otro tanto. Vamos andando, de pronto nos envuelve una fragancia,
pasamos de ella y la dejamos sin pararnos, mirar de dónde viene, a que flor
pertenece, en que tiempo se produce,
cómo se llama el árbol que nos la ofrece y qué pasará con su color y con
su olor, una vez que la flor haya cubierto su ciclo de vida y haya muerto. No
suelo ver a ningún pequeño, alzado por algún familiar adulto, para empaparse de
la fragancia, ahora que la tiene tan a la mano. Hablamos del azahar porque está
muy cerca pero lo mismo podemos decir de la glicinia, que también anda en flor
en estos días y nos llama con su hermoso color morado para que nos acerquemos a
ella sin ninguna reserva.
La idea,
como fácilmente se puede suponer, no es la de establecer ninguna lista
exhaustiva de olores para que el asunto se convierta en una lección más que, de
las muchas que ya nos ofrecen las estructuras bien familiares o escolares. No.
El asunto es más simple que todo eso. Se trata, sencillamente una vez más, de
pasar por la vida con los sentidos un poco alerta para que todo lo que nos
rodea, en este caso el olor que nos impregna no sea ignorado por nuestro olfato
sino que lo detectemos, lo
interioricemos, lo reconozcamos y lo relacionemos con un tiempo, con un
espacio, con un lugar y con un árbol concreto que es el que lo produce. No
tiene ningún valor especial nuestro conocimiento olfativo. Sólo se trata de un
sentido normalmente muy infrautilizado que si lo abandonamos significa una
fuente de conocimiento que hemos despreciado cuando la hemos tenido tan cerca. Poco
a poco podemos estar perdiendo muchas fuentes de conocimiento que aisladas no
significan gran cosa pero que en conjunto constituyen un importante bagaje de
conocimiento que no usamos.