No sé
si para este tiempo, recién salidos como estamos de tanta felicidad provocada
por todos los estamentos sociales, sea el mejor momento para detenernos en el
dolor en sus diversas variables, pero no cabe duda que se trata de un aspecto
de la vida presente en cualquier
momento, que influye y que hasta nos determina. Si no somos capaces de hacer
que nuestros menores asuman el dolor con entereza y con posibilidades de
convivir con él y de sobreponerse a muchos de sus estragos tendremos personas
incapaces de afrontar la realidad que lo mismo nos enfrenta a situaciones de
gozo que nos sume en situaciones de dolor, bien en nuestros propios cuerpos o
en los de seres completamente cercanos a
nosotros y llega a determinar nuestras vidas con situaciones coyunturales, como
puede ser el caso de accidentes traumáticos, como definitivas cuando se trata
de enfermedades crónicas que han de conviven con nosotros.
No
tenemos cerca las personas que queremos sino las que nos vienen dadas. En muchas
ocasiones tenemos que convivir con la enfermedad, con el dolor, con la
discapacidad en familiares muy cercanos que pueden vivir incluso bajo el mismo
techo. En esos casos nuestra vida está tan determinada por esa circunstancia
que ya va a formar parte de nosotros para siempre. El núcleo familiar se ha de
configurar contando con esa particularidad y lo mejor es asumirlo desde el
principio y entender cuanto antes que tenemos que vivir incluyendo el fenómeno
de la enfermedad, del dolor o de la discapacidad que corresponda como parte
integrante de nuestra vida. Sucede con mucha más frecuencia de la que creemos
los que no vivimos rodeados de un fenómeno de esa naturaleza. Es razón más que
suficiente como para que nuestra vida se desenvuelva para siempre empobrecida y
enriquecida, según los casos, pero nunca al margen.
A
veces somos nosotros mismos los que tenemos que enfrentar el dolor en nuestra
propia persona, bien de manera coyuntural como puede ser una herida, una
rotura, una infección de relevancia que nos puede obligar a guardar cama
durante un cierto tiempo, con lo que tenemos que aprender a integrar esa
particularidad como un condicionante, tanto para nosotros como para los que nos
rodean y responder de manera constructiva a tratamientos que pueden ser largos.
En otras ocasiones puede ser la propia muerte que se nos haga presente en
alguien muy cercano y que con mucha frecuencia hace que los menores
desaparezcan de la secuencia del dolor como si no fuera con ellos, con lo que
no participan del duelo colectivo y son incapaces de entender que el miembro
que ha desaparecido ya no vuelva a estar presente en sus vidas como hasta
entonces porque la muerte no es posible entenderla si no se la ve.
Quizás prima más el instinto protector e intentamos evitar situaciones no armónicas; aunque siempre he sido partidario de que la protección no se debe dar ocultando las situaciones, sino explicándolas conforme a la capacidad de cada uno.
ResponderEliminarPero cuando muchos de nosotros no aceptamos hablar siquiera de la muerte y obviamos esos discursos, ¿qué se puede esperar?
Saludos,
De nuevo tengo bloqueada la posibilidad de entrar a comentar tu blog y el recurso de hacerlo a través de Google + no me resulta satisfactorio, pues prefiero formar parte de los comentarios en el mismo blog. Así que vuelvo al truco de mandártelo y que tú lo metas en el blog.
ResponderEliminarDel dolor ya hemos hablado otras veces, referido a muertes cercanas. Pretender ocultar al niño las causas del dolor hace que, cuando inevitablemente se lo encuentre de frente, no sepa cómo afrontarlo. Los psicólogos han inventado el palabro de la resiliencia para describir lo fuertes que nos hace sufrir y seguir andando.
Me alegra leer tus comentarios de nuevo. No te preocupes que si tú haces un comentario', ya buscaremos la forma de que pueda ser leído y conocido por los que nos siguen. Un abrazo.
EliminarUn artículo interesante ...
ResponderEliminar