Estoy
seguro de haberlo contado aquí porque significó una lección que no he podido
olvidar desde 1979 que sucedió y ha sido referente en mis cursos muchas veces.
Era una visita de un niño de ocho años, no recuerdo bien si de motu propio o
como acompañante. Su cara era un poema que me hizo preguntarle por las notas de
fin de curso y me dijo que muy malas. Le pregunté que qué sabía hacer y me dijo que era un hacha arreglando coches
porque se pasaba mucho tiempo en el taller de su padre.
– Si te hubieran examinado de arreglar coches, qué
tal.
– ¡No veas! ¡Seguro que sobresaliente!
Y no hubo más. Tampoco quise profundizar en el tema
pero me quedó claro que la escuela que examinaba y calificaba a este pequeño no
era la suya. El siempre sería de los malos porque los conocimientos que él
albergaba eran despreciados sistemáticamente y los que le exigían le resultaban
ajenos.
También
recuerdo en los años finales de mi formación, en pleno auge de los test de
inteligencia, habernos referido en clase
a las preguntas sobre las que había que pronunciarse en el sentido de por qué
esas en concreto y de cómo se partía de vicios desde el principio. Se ofrecían unos ítem con contenidos que cualquier alumno
que se sometía al test tenía que asumir
y responde, tanto si el contenido de la pregunta tenía que ver con su cultura
como si no. Las culturas que los planteamientos ofrecían eran urbanas, con unos
términos y unos ejemplos que resultaban conocidos y cercanos a quienes vivían
en ciudades y en ambientes en los que las palabras eran su medio de
comunicación habitual pero que para todo
lo que significaba el mundo rural y las
culturas en las que las palabras tenían mucho menos valor de uso porque se
regían por otros parámetros más ligados a los hechos pero tan legítimos para el
conocimiento estarían siempre en
inferioridad de condiciones.
Y es
que al final no es la escuela la que está hecha para las personas sino las
personas para la escuela. Sé que lo mismo podríamos decir de que tampoco los hospitales están hechos para
los enfermos sino los enfermos para los hospitales y así sucesivamente, pero
recuerdo que nuestro tema es la educación y a ella nos ceñimos para recuperar
el hilo. Cuando tú mirabas los ojos de nuestros niños por la mañana encontrabas
la respuesta en un momento. Sabías perfectamente que esos pequeños llegaban a
su escuela y que en ella se podría discutir lo que se trataba dentro a lo largo
de la jornada de trabajo pero de lo que no se podría dudar es de que esas personas se sentían en su espacio y
de que nada de lo que allí se tratara iba a ser ajeno a sus necesidades o a sus
intereses.
Como
pretendo ser justo quiero aclarar que hablo en pasado porque mi vida laboral ya
hace unos años que terminó pero me consta que ese tipo de escuela sigue viva y
que sería cuestión de examinar a los pequeños que acceden a ella cada mañana
sólo con lo que llevan escrito en los ojos porque en ellos se reflejan con
bastante claridad las intenciones y las expectativas con las que acceden al
recinto escolar. No puedo decir que esa actitud previa sea garantía de ningún
resultado final concreto pero no creo que nadie en su sano juicio sea capaz de
negarme el importante valor que lleva implícito una actitud positiva a la hora
de acercarte a una institución en la que crees ya de antemano. El camino del
conocimiento es largo y complejo y en realidad nos pasamos toda la vida
aprendiendo porque el aprendizaje es la esencia de la vida. Pero nuestra
actitud al enfrentarnos a él es esencial hasta para superar la dificultad y hasta
para valorar la dificultad de su superación. El tema del fracaso no puede ser sólo
de los pequeños sino de nosotros o, por lo menos, de todos.
Lo que son las cosas: al acabar el curso se nos pide desde la dirección pedagógica que guardemos todos aquellos materiales que sirvan para ilustrar cómo los niños son protagonistas de muchas de las tomas de decisiones en nuestras escuelas; pues con ese material se va a optar desde el ayuntamiento a un premio de UNICEF.
ResponderEliminarSi ese chico, del que te he oído hablar alguna vez, estuviera en nuestras escuelas, hubiera podido proponer un proyecto de trabajo sobre mecánica y su padre con su taller hubiera sido un elemento fundamental de nuestra pedagogía.
Estoy seguro que no os faltarán propuestas. La experiencia queda un poco lejos. Fue en el 79. El, niño tendrá cerca de 30 años y ya ha llovido desde entonces. Fue en el Polígono, en Arlequín dos, que luego se llamó FÄBULA cuando nuestra cooperativa se dividió. Ahora paso por allí y el edificio es sólo un solar deshabitado. La energía ni se crea ni se destruye pero siempre se transforma. Un abrazo, amigo y ánimo con el proyecto ese.
EliminarUn tema realmente clave ...
ResponderEliminarSaludos