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domingo, 25 de septiembre de 2016

PRINCIPIO


         Junto a la puerta de mi casa  hay una frutería de la que me nutro habitualmente y mantengo una relación frecuente y fluida con las tres dependientas. Una de ellas está de baja porque acaba de parir hace un par de meses,  después de un embarazo complicado a lo largo del cual ha engordado muchísimo. No puede dar el pecho a su hijo que pesó menos de tres kilos al nacer porque los medicamentos que está tomando pueden afectar a su leche materna. Casi todos los días se pasa por la frutería con el carrito y con el bebé. Sus compañeras me dicen que está insoportable, que parece que nadie ha tenido un hijo hasta que lo ha tenido ella y que no hay más niño en el mundo que el suyo.

         Afortunadamente algunos usamos tiempo para hablar  con las dependientas de la frutería. Podemos preguntarnos por la salud y contarnos en cómodos plazos cotidianos las incidencias de nuestras vidas. Ahora se lleva la palma el hijo de la Johana porque todos los días aparece en algún momento y no para de contarnos la vida y milagros de ella con su hijo y de su hijo con ella. Las compañeras están hasta el gorro porque parece que no ha nacido ningún hijo en el mundo más que del suyo. Sé que no me pueden escuchar ni ellas ni la madre del recién nacido pero yo intento añadir detalles de los pequeños por si sirviera,  pero me doy cuenta una vez más que Johana, la madre primeriza,  no me escucha. Quizá no puede escucharme o tal vez es eso exactamente lo que tiene que hacer. No ve nada en estos momentos que no pase por su hijo. Las propias complicaciones de su embarazo, que no han sido pocas,  hacen que todavía se vuelque más en su hijo y sus compañeras, aunque no se lo dicen a la cara,  se quejan de que parece que no hay otro niño en el mundo  más que el suyo.

         Estoy seguro de que no es verdad pero tampoco es mentira. En la vida de una persona desde que es concebida se reproduce en cierto modo la historia del género humano y cada uno hemos sido lo único en el mundo al principio de nuestra vida. Nuestros apegos afectivos se han fundamentado en que para alguien hemos sido lo más importante del mundo y lo único. El paso del tiempo nos ha ido cambiando de lugar en la relación con los otros. Hemos ido aprendiendo que no éramos lo único que había en el mundo pero esa sensación de ser lo único nos ha fortalecido y nos ha aportado la seguridad imprescindible para crecer. El refrán nos dice que no hay mal que cien años dure, ni bien tampoco. A medida que crecemos, tanto nosotros como quien nos cuida,  nos vamos dando cuenta de que el mundo sigue ahí, que no somos el mundo pero que sí formamos parte del mundo y vamos asumiendo nuevos equilibrios en los que nuestro papel dentro del conjunto va cambiando.  De ser lo único que existe en los primeros momentos, por un proceso de desgarros permanente, nos vamos alejando de ese centro inicial mentiroso pero imprescindible para ocupar cada día un papel más alejado hasta llegar a ciertas edades en las que, sencillamente, desaparecemos del mapa.


         Sin embargo las primeras sensaciones no se olvidan jamás. La buena educación sería la que fuera capaz de ir aceptando los distintos papeles que la vida nos tiene reservados a medida que nuestro tiempo va pasando y llegado el caso, desaparecer sin dramatismo sino como parte de un proceso natural. En cierto modo eso es lo que hacemos, aunque no siempre de buen grado. Lo que más echamos de menos son justamente esos momentos en los que hemos sido todo para alguien y en cualquier época de nuestra vida podemos reclamarlo con pasión como si fuera el momento más deseado y que nunca terminamos de olvidar.


domingo, 18 de septiembre de 2016

CONTRASTES


El lunes pasado, día 12 se habló de record histórico de temperatura en un mes de septiembre 40 grados y dormí destapado y con la ventana abierta. Al día siguiente, martes nos encontramos con 20 grados menos. Imposible para el cuerpo adaptarse a semejante diferencia. Tuve que salir a cenar con unos amigos de Cantabria y no supe qué ropa ponerme. Pasé frío en la calle, llovía para más inri después de más de dos meses sin ver una gota y cuando volví a la casa era curioso que en la calle casi tiritabas y dentro de la vivienda los materiales no habían tenido tiempo de adaptarse a la nueva situación tan repentina y seguía haciendo el mismo calor que el día anterior. Calefacción natural, al menos durante unos días hasta que el fuerte frío se modere, como ha pasado, y el calor se vaya de los muros poco a poco, como está pasando también.

El comienzo del curso en medio de esta enorme amplitud térmica tan repentina que fácilmente puede dar lugar a resfriados masivos porque ni siquiera la conciencia de las familias se acopla a las situaciones de la noche a la mañana en sentido literal. Supongo que todos los lugares tendrán en momentos determinados cambios bruscos pero sí tengo claro que esta Granada en la que vivimos es un poco ciudad de contrastes, de grandes contrastes.  Aunque este año se haya notado de manera especial, no es raro vivir en el plazo de un día, amplitudes térmicas de más de 20 grados y los cuerpos no pueden estar preparados sin resentirse para semejantes vaivenes. Muchas veces nos pasa que vas a salir a la calle y no sabes lo que ponerte porque seguro que vas a encontrar inadecuado parte del vestuario en algún momento del rato que vas a permanecer en la calle. Y esto hace que las personas nos formemos un poco dentro de esas condiciones y asumamos una personalidad de contrastes también porque a fin de cuentas somos una unidad con el contexto en el que vivimos.

Yo hablo de este espacio y de sus caracteres límite pero estoy seguro que cada uno podría contar situaciones parecidas de su contexto vital. Recuerdo de estudiante cuando se nos contaba que los niños rusos tenían recomendado abrigarse convenientemente pero salir a la calle cada mañana al menos media hora con temperaturas de menos 20 grados en invierno para que sus cuerpos se fueran acostumbrando a lo que para ellos era una manera de normalidad, la de convivir con el frío. Estoy seguro que por el centro de la tierra habrá países y situaciones relacionadas con el calor con desniveles semejantes. Al final somos capaces de adaptarnos a muchas diferencias y yo no estoy reflejando la de este año sino por el hecho de lo repentino. Objetivamente todos los años vivimos adaptaciones semejantes y ya estamos acostumbrados. Lo que extraña y nos toma de sorpresa es el hecho de que se produzca en tan corto espacio de tiempo.

En esos momentos tan accidentados no es difícil que los cálculos se nos desborden y los cuerpos se resientan porque estamos desprevenidos para tanta agudeza. Han pasado unos cuantos días y ya hemos interiorizado que el verano se ha ido definitivamente por este año. Este fin de semana las temperaturas se han templado un poco hasta niveles más o menos habituales.  Esperamos, como siempre, la llegada del veranillo de los membrillos antes de final de septiembre y despediremos el calor hasta el año próximo,  cumpliendo un nuevo ciclo vital de los muchos que llevamos ya algunos colgados a la espalda. La temperatura y su evolución, los colores de la ropa, la comida o el folklore no son más que componentes de una cultura que define nuestras vidas y nuestras maneras de ser y de pensar. Por eso la diversidad no es más que la riqueza de ser distintos unos de otros.


domingo, 11 de septiembre de 2016

AGUA


         Cada curso tiene sus particularidades. Yo recuerdo principios de septiembre en los que el agua corría a mares y nos veíamos negros para  llegar cada mañana y comenzar la jornada. Este curso por el contrario, la señal de los cuarenta grados se ha resistido a claudicar y nos hemos visto envueltos en los sudores de agosto y es ahora, a mitad de septiembre, en donde ya parece que los rigores se alejan y dan paso a los airecillos frescos que anuncian el otoño. El refrán nos dice que en septiembre, el que no tenga ropa que tiemble. Sólo falta que se vaya cumpliendo.

         Los colegios no están dotados por completo de aparatos de aire acondicionado, lo que quiere decir que entrar en clase en los primeros días con los calores tan vivos se hace un poco excesivo para los pequeños y para todos. Pero es que nos volvemos muy delicados y a todo le tenemos que sacar punta y no ver más que los inconvenientes, que sin duda los tiene. Poco a poco algunas clases ya se ven dotadas de aparatitos que permiten suavizar la temperatura en las horas más tórridas del día, lo que facilita la sensación de bienestar imprescindible para cubrir los expedientes de manera razonable. Pero sin llegar a esos extremos estoy seguro que utilizando el agua, que ha sido recurso frecuente durante todo el verano, y permitiendo que los niños usen el patio y sus sombras con el líquido elemento, el tiempo de más calor se puede suavizar de manera significativa. Lo que pasa es que pensar en escuela ya implica negar algunos elementos, como el agua por ejemplo, y contar todo el día con una dotación mínima de ropa que también se podría aligerar y facilitar entre unas cosas y otras que la temperatura efectiva fuera más suave.

Nuestro concepto de escuela necesita ser un poco más relativo que el de libros, filas, zapatos, mochilas y hasta rebecas si me apuras. Una estructura en fin que obedece a nuestra imagen mental pero que en muchos casos puede andar bien lejos de la imagen real de un septiembre como el que estamos terminando de pasar. Esto demuestra una vez más que nuestro concepto de las cosas y de las secuencias de vida tiene unas proporciones mentales que no siempre se ajustan a las realidades concretas por las que atravesamos. La escuela debe estar a nuestro servicio y tener la ductilidad necesaria para que nuestra vida transcurra de la mejor manera posible porque tiene muchas posibilidades de ofrecer estatus de confort adaptados a nuestras necesidades y no vernos abocados a sufrir los rigores, no ya del tiempo en el que difícilmente mandamos, sino de toda la dotación de equipamientos que al parecer la entrada en la escuela implica y que no está relacionada con la realidad natural de los distintos lugares en los que vivimos sino en las estructuras que todo el aparato comercial nos ha ido metiendo en la cabeza y que no va destinadas a cubrir nuestras necesidades sino a someternos a la estructura comercial que ellos necesitan.

         En el fondo lo que tenemos que asumir es que la escuela, como tantas otras cosas en la vida, no es nada sin las personas. Que somos las personas las que importamos y que, estemos donde estemos, siempre conviene que seamos lo primero. Todo lo demás: espacios, distribución de tiempos, contenidos para cubrir los tiempos  en definitiva, tiene que ponerse necesariamente a nuestro servicio porque ese es el sentido profundo de la educación. Reconozco que los calurosos días de septiembre que todavía estamos viviendo pueden ser incómodos para los pequeños pero también estoy seguro que la interpretación dúctil y relajada de las posibilidades que están en nuestras manos pueden crear sin ningún problema los elementos compensatorios que cualquier jornada necesita para vivirla sin agobios y gozando todavía, como en este caso, de unos días más con el agua como referente fundamental, que tiempo habrá en los próximos meses de usar todos los elementos que los comercios nos invitan a comprar de manera tan persistente.  


domingo, 4 de septiembre de 2016

EMPIEZA


         Cualquier cosa que empieza: un día, una película, una vida…, es siempre una promesa, una oportunidad, una realidad nueva en cierto modo. Este humilde blog, en su empeño por vivir, ha cubierto ya una serie de etapas y se ha consolidado como una vida que sondea cada semana aspectos de la humanidad de las personas. Decidimos en su momento llamarlo COMO NIÑOS porque en nuestra vida se acumulan una serie de asuntos que nos afectan, que nos definen, que nos frustran y que nos perfeccionan. Quería y sigo queriendo que sobre ese fondo de infancia, unas veces real y otras inventada, fuéramos capaces entre todo el que quiera colaborar en alguna medida, consolidar un asunto de discusión que fuera tomando cuerpo y contenido con el tiempo y nos fuera ampliando el ámbito de discusión sobre la base de la humanidad, unas veces ligada a la educación y otras a las mil dudas que nos rodean con la educación de fondo.

         En este sector del mundo, estos días comienza un nuevo curso, esa rueda de ordenamiento de vida discutible siempre, en la que la estructura escolar va a establecerse hegemónica durante unos meses según la ordenación del tiempo que hemos establecido para justificar el crecimiento, cada año hacemos alusión a algún aspecto que nos parece de interés de los muchos posibles que alrededor del comienzo pueden hacerse valer. Quizá por eso hay una suerte de pudor al encarar un año más el tema del comienzo. Por una parte nos sentimos en la obligación de aportar lo más o lo menos sobre el asunto pero por la otra no quisiéramos en ninguna medida sentirnos en plan de abueletes cansinos que incapaces de pasar de un tema o que lo más que logran en su vano intento, es repetir cosas que ya han tratado en años anteriores.

         Hace ya sus buenos cuarenta años que nos movilizamos con fuerza para denominar la institución que alberga a los más pequeños como ESCUELA con su trasfondo educativo como principal atributo en contra del concepto GUARDERÍA que parece más de segunda categoría y cuya principal función es más la de tener guardados a los pequeños sin que el contenido del trabajo vaya dirigido a la consecución de unos objetivos ligados al crecimiento interior y al desarrollo de las capacidades de los pequeños. Sé de sobra que por encima de las nociones, en el contacto entre las personas lo que cuentan son las calidades de las personas en sí, al margen de las denominaciones genéricas. Pero creo que está bien intentar dignificar el trabajo con los más pequeños asociándolo a la idea de ESCUELA como un destino y no sólo al de GUARDERÍA, sin más contenidos a los que dirigirse.


         Pues que sea la noción de ESCUELA a la que se ligue nuestro destino como profesionales de la educación también hoy, que ya parece que las palabras pierden su valor o sencillamente se confunden por desgana o por falta de rigor. La Escuela que comienza estos días debería llevar adherido a ese comienzo algunos rasgos que la definen. El primero y principal es el de que cada persona es un mundo particular e irrepetible y deberíamos borrar de nuestra vista esos chorros de pequeños llorosos o con caras de pena entrando en tropel de la mano de sus familiares en un mundo ajeno en el que nadie sabe quién es cada uno y lo más que ofrecemos a los pequeños es un colgante de plástico con sus datos personales para que no se pierda en ese trasiego de gente que va y viene. En algún momento sería imprescindible que cada pequeño tuviera su nombre en boca de sus maestros y fuera tratado individualmente y se pudiera sentir único y con valor por sí mismo. De comenzar el curso formando parte de una masa a ser, al menos por un día, una persona única con su particularidad se va a derivar una noción de educación completamente distinta para el futuro.