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domingo, 24 de julio de 2016

TIEMPO


         Cada vez que encuentro entre las personas que me comentan a alguien desconocido mi alegría es doble porque se cumple el objetivo de comunicar que es desde el principio una de mis pretensiones y porque me obliga a conocer a una persona nueva con la que poder intercambiar y de la que poder aprender. Esta semana anterior me ha pasado con Vicente Cotorrea que me escribe desde Santiago de Chile. Mi indicador de visitas marca muchos visitantes, pero si no me comentan, yo solo puedo saber su número y agradecerlo sin más. Pero en el caso de Vicente, al devolverle yo la visita como suelo hacer con todos, me encuentro en su blog un diálogo con su nieto que me inspira este comentario.

         Vicente establece con su nieto una secuencia de diálogo, de esas que todos los mayores hemos tenido algunas veces con los pequeños en las que nos adentramos en las cuestiones más profundas de la vida y hacemos enormes esfuerzos de explicación para que alguna parte de lo que estamos comentando que nosotros sabemos que tiene un contenido muy profundo, le llegue al pequeño con la mayor sencillez posible pero con toda su carga. En mi respuesta, aparte de agradecerle  su visita y de invitarlo, como hago siempre, a que sigamos intercambiando comentarios, cosa que me importa mucho, le valoro su esfuerzo de explicación a su nieto  pero le digo que lo importante de la secuencia que nos cuenta no es lo que abuelo y nieto se están diciendo sino lo que están viviendo. Exagerando un poco podría llegar a decir que si no se dijeran nada la vivencia podría tener casi el mismo valor porque lo que más importa no es lo que se dicen sino lo que viven.

         Mi última hija, Elvira, llegó a este mundo cuando yo tenía 53 años. Hoy tiene 16 y yo pinto los 70. Hemos vivido montones de secuencias de abuelo y nieta, que es como nos han confundido muchos de los que se han cruzado con nosotros. Hemos aclarado muchas veces que éramos padre e hija pero estoy seguro que la mayoría, con la que no hemos hablado, seguirá pensando en función de las apariencias. Aunque su madre y yo nos separamos cuando ella tenía cinco años me he pasado estos últimos once viajando continuamente a Salobreña, en la costa de Granada que es donde viven las dos, para vivir con Elvira la mayor cantidad posible de momentos y de situaciones, de acuerdo con su madre por supuesto con la que hay suficiente relación, al margen de lo que digan los requisitos legales que entienden todo lo que quieran de leyes pero no necesariamente de niños. Somos tiempo y allí donde nos encuentren los minutos que pasan implacables, allí es donde verdaderamente estamos y de allí somos. Los niños se apegan a las personas que están tiempo cerca de ellos. Es verdad que hay muchas formas de relación y no todos los momentos son lo mismo de productivos y profundos pero si no hay momentos no puede haber relación como tal.


         El tiempo es como un martillo que nos va cincelando minuto a minuto y secuencia a secuencia y allí donde nos encuentre como que nos clava, nos define y nos construye en función de las personas que nos rodean y de las vivencias por las que atravesamos. Mi Elvira y yo hemos merendado en la playa siempre, tirados como perros, por puro gusto de estar junto al mar. Una tarde se me ocurre decirle: Mira Elvira, es que yo quiero que cuando tú seas mayor puedas decir a tus hijos o a quien quieras: Yo me acuerdo que por las tardes, mi padre y yo merendábamos en la playa, tirados como perros. Y ella me respondió dura y cortante: Pero tú no te vayas a morir. Me fui por la tangente hablándole generalidades de la muerte para quitarle dramatismo a la secuencia pero la orden me quedó clarísima.


6 comentarios:

  1. ¡ay, el tiempo, Antonio, ese lecho sin cama y mar sin otra orilla que el amor!
    ¡ay, Antonio, a cuánto alcanza mirarse en las pupilas diáfanas de hijos, padres o nietos
    antes que naufragar desconsiderados!!!!

    (¡😀😀😀😀😀👍en alza ka mejoría!!!.😀😀👍)

    Besos

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  2. Qué suerte tiene Elvira al tener en tu persona padre y abuelo, siempre tendrás una gran importancia en su vida, porque has estado, has sido, te has esforzado por estar a su lado a pesar de los inconvenientes. Eso es amor. Emotivo tu post. Un abrazo.

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  3. Gracias, amigo, por esta entrada sugerida en parte por otra mía, También agradezco que hayas abierto tu intimidad familiar. Has ganado otro poco de afecto y de respeto de mi parte.
    Abrazos,


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  4. Hola Antonio, me sale mi felicitación espontánea, porque tu hija disfruta de un padre jovial, que sabe positivizar los momentos más hermosos y también por la buena relación que mantienes con su madre a pesar de no vivir juntos, porque los hijos lo saben agradecer.
    La verdad es que es un regalo leerte.
    Un beso desde Valencia, Montserrat

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  5. Es tan difícil a veces la tarea de la paternidad... Me encantó tu texto, tan sincero, tan auténtico.
    Un abrazo.

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