Cada
vez que encuentro entre las personas que me comentan a alguien desconocido mi
alegría es doble porque se cumple el objetivo de comunicar que es desde el
principio una de mis pretensiones y porque me obliga a conocer a una persona
nueva con la que poder intercambiar y de la que poder aprender. Esta semana anterior
me ha pasado con Vicente Cotorrea que me escribe desde Santiago de Chile. Mi
indicador de visitas marca muchos visitantes, pero si no me comentan, yo solo
puedo saber su número y agradecerlo sin más. Pero en el caso de Vicente, al
devolverle yo la visita como suelo hacer con todos, me encuentro en su blog un
diálogo con su nieto que me inspira este comentario.
Vicente
establece con su nieto una secuencia de diálogo, de esas que todos los mayores
hemos tenido algunas veces con los pequeños en las que nos adentramos en las
cuestiones más profundas de la vida y hacemos enormes esfuerzos de explicación
para que alguna parte de lo que estamos comentando que nosotros sabemos que
tiene un contenido muy profundo, le llegue al pequeño con la mayor sencillez posible
pero con toda su carga. En mi respuesta, aparte de agradecerle su visita y de invitarlo, como hago siempre, a
que sigamos intercambiando comentarios, cosa que me importa mucho, le valoro su
esfuerzo de explicación a su nieto pero
le digo que lo importante de la secuencia que nos cuenta no es lo que abuelo y
nieto se están diciendo sino lo que están viviendo. Exagerando un poco podría
llegar a decir que si no se dijeran nada la vivencia podría tener casi el mismo
valor porque lo que más importa no es lo que se dicen sino lo que viven.
Mi
última hija, Elvira, llegó a este mundo cuando yo tenía 53 años. Hoy tiene 16 y
yo pinto los 70. Hemos vivido montones de secuencias de abuelo y nieta, que es
como nos han confundido muchos de los que se han cruzado con nosotros. Hemos
aclarado muchas veces que éramos padre e hija pero estoy seguro que la mayoría,
con la que no hemos hablado, seguirá pensando en función de las apariencias.
Aunque su madre y yo nos separamos cuando ella tenía cinco años me he pasado estos
últimos once viajando continuamente a Salobreña, en la costa de Granada que es
donde viven las dos, para vivir con Elvira la mayor cantidad posible de
momentos y de situaciones, de acuerdo con su madre por supuesto con la que hay
suficiente relación, al margen de lo que digan los requisitos legales que
entienden todo lo que quieran de leyes pero no necesariamente de niños. Somos
tiempo y allí donde nos encuentren los minutos que pasan implacables, allí es
donde verdaderamente estamos y de allí somos. Los niños se apegan a las personas
que están tiempo cerca de ellos. Es verdad que hay muchas formas de relación y
no todos los momentos son lo mismo de productivos y profundos pero si no hay
momentos no puede haber relación como tal.
El
tiempo es como un martillo que nos va cincelando minuto a minuto y secuencia a
secuencia y allí donde nos encuentre como que nos clava, nos define y nos
construye en función de las personas que nos rodean y de las vivencias por las
que atravesamos. Mi Elvira y yo hemos merendado en la playa siempre, tirados como perros, por puro gusto de
estar junto al mar. Una tarde se me ocurre decirle: Mira Elvira, es que yo
quiero que cuando tú seas mayor puedas decir a tus hijos o a quien quieras: Yo
me acuerdo que por las tardes, mi padre y yo merendábamos en la playa, tirados
como perros. Y ella me respondió dura y cortante: Pero tú no te vayas a morir.
Me fui por la tangente hablándole generalidades de la muerte para quitarle
dramatismo a la secuencia pero la orden me quedó clarísima.
¡ay, el tiempo, Antonio, ese lecho sin cama y mar sin otra orilla que el amor!
ResponderEliminar¡ay, Antonio, a cuánto alcanza mirarse en las pupilas diáfanas de hijos, padres o nietos
antes que naufragar desconsiderados!!!!
(¡😀😀😀😀😀👍en alza ka mejoría!!!.😀😀👍)
Besos
Qué suerte tiene Elvira al tener en tu persona padre y abuelo, siempre tendrás una gran importancia en su vida, porque has estado, has sido, te has esforzado por estar a su lado a pesar de los inconvenientes. Eso es amor. Emotivo tu post. Un abrazo.
ResponderEliminarGracias, amigo, por esta entrada sugerida en parte por otra mía, También agradezco que hayas abierto tu intimidad familiar. Has ganado otro poco de afecto y de respeto de mi parte.
ResponderEliminarAbrazos,
Lo has expresado muy bien...
ResponderEliminarSaludos
Hola Antonio, me sale mi felicitación espontánea, porque tu hija disfruta de un padre jovial, que sabe positivizar los momentos más hermosos y también por la buena relación que mantienes con su madre a pesar de no vivir juntos, porque los hijos lo saben agradecer.
ResponderEliminarLa verdad es que es un regalo leerte.
Un beso desde Valencia, Montserrat
Es tan difícil a veces la tarea de la paternidad... Me encantó tu texto, tan sincero, tan auténtico.
ResponderEliminarUn abrazo.