Una
vez en la obligación de tragarnos el sapo de que la propuesta de Cantabria sobre
la distribución de los días libres se encuentra recurrida, o sea paralizada y
con amenaza de cierre, la vida sigue y por encima de inmovilismos sin cuento,
tenemos la obligación de entrar cada día en nuestra clase y cumplir con nuestro
trabajo lo mejor que sepamos. La profesión tiene eso, que unas veces la
ejercemos con ganas y con iniciativas gratificantes y otras con la estricta
conciencia de que es nuestra profesión y la tenemos que ejercer al margen de
las incidencias que se ponen en el camino.
Son
los últimos días del curso que terminará con el mes, ya hemos alcanzado
temperaturas verdaderamente endiabladas
de hasta 40 grados. Difícilmente encontraremos aire acondicionado que
las mitigue por lo que tendremos que hacer malabarismos con las ventanas y las
corrientes de aire, con las sombras, con las actividades en según qué horas del
día y a esperar que el mes termine y que cada mochuelo vuele a su olivo para
pasar el verano con su familia o a buscarse la vida con actividades de ocio al
aire libre en lugares de clima más templado. Es posible que se nos queden
pendientes algunas cuestiones de última hora que seguramente no están en el
programa pero que no por eso dejan de tener interés. Sean los pequeños del
curso que sean, desgraciadamente no les fan a faltar las notas, como si el
hecho de vivir y de educarse estuviera sometido a una permanente competición de
la cual hay que salir más o menos organizado, delante de unos y detrás de
otros.
Ya sé
que las notas no tienen el mismo carácter numérico y clasificador que en los
cursos superiores pero nadie puede negar que dependiendo del criterio del
profesional que tenga que evaluar, la conciencia clasificatoria es más o menos
explícita. No se puede evitar cuando se dan notas que unas sean mejores que
otras porque en cierto modo, de eso se trata. Los criterios científicos
promueven, sobre todo en los primeros años, buscar calificaciones globales que
no busquen tanto un ordenamiento de quién es el primero y quién el último pero
la realidad de cada día hace casi imposible que no haya en los informes finales
del tipo que sea, un cierto criterio de orden que nos deje entender quién es
primero y quien viene después. A estas alturas no me atrevo a negar de plano
cualquier clasificación pero lo que sí digo es que cuanto más tardemos en
atrevernos a clasificar a los grupos, más aire le permitiremos a los pequeños
para que se comporten como ellos mismos sin tener que sentirse en una única
fila con todos sus compañeros, delante de unos y detrás de otros.
Otro
día entraremos en las interioridades de la evaluación, que tienen mucha miga.
Hoy sólo sugerir que en vez de preocuparnos demasiado de formas de evaluación
de conocimientos o de disciplinas, como si el saber se produjera dividido en
compartimentos estancos, se me ocurre que podríamos profundizar y hablar de lo
que cada uno cree que va a hacer en verano, que nos cuente hasta donde pueda
dónde va a vivir y con quién y qué podría hacer para seguir manteniendo alguna
forma de contacto con los compañeros más amigos. Formas variadas de mantenerse
al tanto los unos de los otros, al menos con los que se deseen. No parece
razonable que los niños corten sus relaciones y las mantengan al margen por
casi tres meses, lo que hace que el comienzo del próximo curso sea como si
hubiera que empezar de nuevo y no se conociera a nadie cuando son personas que
han compartido estrechamente sus vidas y pueden seguirse enriqueciendo de otras
maneras porque la sociedad dispone de medios para ello.
¡Ay las notas! los dichosos informes que me tienen encerrado este fin de semana en casa.
ResponderEliminarAcuérdate de que ni en las cooperativas ni en los primeros años del Patronato dimos ningún tipo de papel escrito sobre nuestros alumnos, ni a los padres, ni a otros centros. De cada niño había una carpeta que se iba enriqueciendo con observaciones, registros de datos puntuales y de anotaciones recogidas en las entrevistas con las familias. Porque esa información a las familias sí la dábamos de forma regular pero siempre verbal.
Cuando un maestro recibía a un grupo, aparte de que funcionábamos por binomios pedagógicos y lo normal es que los niños nuevos de tu grupo se incorporaran con uno de los dos maestros que había tenido el curso anterior, se hablaba de los niños y se pasaba esa carpeta. Pero yo era partidario de no abrir la carpeta hasta que yo no tuviera nada que aportar a ella, hasta que yo no tuviera la imagen de ese niño, para que no me influenciara la visión del maestro anterior.
Y para el niño nuevo entonces, como ahora, partimos de lo que la familia no cuenta de él.
Pero salió una ley específica de evaluación y desde entonces tenemos que ir explicando por escrito lo que saca cada niño de su paso por la escuela y el último de los informes, el que estoy haciendo estos días, lo escribo pensando en el maestro de Primaria que lo va a leer, aunque en la entradilla figura el rótulo: Información a las familias.
Me has traído a la memoria nuestro trabajo de evaluación de los primeros años. Recuerdo yo también el tiempo de los informes finales. A mí me solían ocupar el puente del Corpus. Lo curioso es que, al menos yo, después del trabajazo, resulta que estaba satisfecho de la información, sobre todo porque intentaba, como supongo que te pasa a tí y a todos, huir de las clasificaciones y hablar de globalidades, que creo que es más útil. Recuerda que no hemos encontrado hasta el momento una solución mejor. Un abrazo
Eliminarbendita la hora en que el estadio de emérito nos ha liberado de la tortura de poner notas.
ResponderEliminarClaro que, con o sin eufemismos, la vida es eso, démosle las vueltas que queramos darle: un perenne poner noticas. A quien sea y a lo que sea..
Porque en la imperfección está la única virtud que nos salva. Y hasta la imperfección es evaluable. Y es lo que en definitiva estamos haciendo a lo largo de nuestras cortas largas vidas, querido Antonio