Resulta
un poco incomprensible para el común de los mortales que todos los científicos
consultados estimen que a los tres años una persona tiene ya el cincuenta por
ciento de sus capacidades desarrolladas. La educación tiene que darse prisa si
quiere llegar a tiempo para influir en capacidades fundamentales en la vida.
También que a los tres años, aunque nos parezca que una persona está empezando
a vivir, ya dispone de una serie de
estructuras básicas de comportamiento asumidas que le sirven cada día para orientarse en su
vida.
Sé que
también hemos tratado este tema en ocasiones anteriores y seguiremos tratándolo
en el futuro si disponemos de vida para ello porque es un asunto capital pero
me interesa hoy asociarlo a las relaciones horizontales que tienen una
importancia significativa. A lo largo del primer año de vida los pequeños han
vivido solos en el sentido filosófico de la palabra. Sin otra relación que su
persona de referencia, casi siempre una o una por encima de las demás. Los
vemos en pequeños grupos cuando van a la escuela pero cada uno evoluciona por
su cuenta, sin contar con nadie, solo
ocupados en sus intereses o necesidades. Alguna vez se miran porque viven cerca
pero nada más. Su ocupación se centra en satisfacer sus necesidades cuando las
sienten y reclamar a la persona de referencia. A partir de los dos años sí que
empieza en los pequeños grupos una cierta conciencia de que forman parte de un
conjunto, que las necesidades que tienen son más o menos las mismas y que los
cuidados que necesitan no se pueden resolver todos a la vez sino que se han de
realizar por turnos, lo que significa que hay que aprender a aguantarse un poco
hasta que a cada uno le llegue su momento. Al principio son como islas que sólo
comparten espacio físico pero poco más.
Hacia los dos años empiezan a ser capaces de
reconocerse como compañeros que pasan mucha parte de su vida juntos y que, una
vez fuera de la clase no son completamente desconocidos sino que pueden
mirarse, reconocerse, llamarse la atención y puede que hasta acercarse y
realizar alguna acción que los incluya y que les recuerde que viven en un mismo
grupo. Esta situación puede ser muy beneficiosa si se sabe aprovechar porque en
las familias no suele haber pequeños de la misma edad. Las relaciones con sus
hermanos, cuando los hay, suelen ser con mayores y tienen sus límites porque
los intereses son muy distintos en cada caso y los tiempos compartidos gozosos,
importantes pero limitados.
Cabe
la posibilidad de que las familias asuman estas necesidades de los pequeños
como suyas, las consideren respetables y positivas y se atrevan a relacionarse
entre ellas, bien para compartir tiempos fueran de la clase, lo que permite que
se vaya fraguando lentamente el concepto amistad que no es idéntico al de
familia, y les permita proyectar en común, compartir experiencias que no tengan
que estar inducidas por los maestros, sino elegidas por ellos mismos y explotar
ese concepto de horizontalidad en las relaciones, cosa que la familia no suele
aportar y que resulta muy beneficioso para el conocimiento individual de los
pequeños y para la solución de una gran cantidad de problemas que vistos
individualmente cada uno de ellos puede suponer un drama y que si se pueden
afrontar en grupo, la mayoría pueden resolverse de oficio sin que ningún
miembro tenga porque extrañarse de que se den porque les ocurre a todos ni de
cómo resolverlos porque la propia convivencia se encarga en la mayor parte de
los casos de encontrar las mejores salidas sin especiales esfuerzos.