En los
primeros ochenta, cuando tocamos levemente el poder público en educación de la
primera infancia adoptamos la opción de favorcer la estructura de escuela como
la mejor fómula de atención. Consideramos que era indispensable instaurar la
cercanía, incluso la intimidad como el clima afectivo idóneo para que los
menores se manifestaran sin trabas ni espaciales ni sociales, con sus ritmos
particulares y dominando sus tiempos. No solo nos pronunciamos por la escuela,
también por el pequeño grupo, preferiblemente su propia clase, como espacio más
conocido. Creímos encontrar el mejor clima para que los pequeños se sintieran
en un contexto propicio donde no necesitaran emplear energías en preocuparse
por su seguridad y pudieran entregarse por completo a la función de
manifestarse y de relacionarse. O sea a su propio desarrollo.
Aparecieron
entonces las primeras respuestas masivas a las demandas para tiempos de
vacaciones. En navidad y en Granada se
le llamó Juveándalus y se nos ofreció apadrinar y responsabilizarnos de
aderezar un gran espacio que albergara a miles de niños de todas las edades a
la vez y que permaneciera abierto todo el día. En un principio nos negamos
horrorizados pero a la vista del desmadre de la primera experiencia algunos decidimos participar para
que al menos lo que se hiciera con los pequeños mantuviera una cierta
coherencia con los valores educativos y no se dejara llevar por el aluvión del
número, por la angustia de la prisa y del ruido y al final aquello se
convirtiera en un conglomerado sin orden ni concierto que volviera a los niños
locos en vez de hacerles pasar un rato agradable. Algo se pudo conseguir en los
años siguientes pero la fuerza del tumulto fue de tal magnitud y las energías
tan limitadas que estos encuentros masivos solo han servido para justificar
unos servicios de acumulación de niños atendidos que los políticos se han
encargado de que aparezcan en la prensa y poco más. No creo que haya importado
a nadie el nombre propio de ningún pequeño ni sus particularidades personales.
Es
verdad que mi valoración de esas concentraciones masivas en recintos
mastodónticos no es muy positiva que digamos pero es que no soportan la más
elemental crítica. Como dato diré que traigo el tema a colación precisamente
hoy porque este año es hoy cuando cierra sus puertas el presente, cuando
estamos todavía a poco más de la mitad de las vacaciones navideñas. No puedo
entender cuales son los intereses que motivan estas concentraciones masivas sin
mucho orden y sin ningún concierto. Lo que sí puedo asegurar es que el
beneficio de los pequeños, desde luego, no está entre ellos. He titulado bomba
este trabajo porque parece que el beneficio último es el de que se lo pasen bomba.
Y se quedan tan panchos familias, autoridades y no sé quién mas. Como si bomba
fuera lo más de lo más. Parece que nos hemos dejado llevar por el trazo grueso
a la hora de ofrecer servicios y ya no importan para nada los matices sino
poder justificar miles de visitas que se han logrado concentrar aunque no hayan
servido más que para titulares de periódico.
En los
primeros ochenta todo era nuevo en España. Salíamos de tanta miseria espiritual
e intelectual que cualquier impacto podía tener un valor, aunque solo fuera el
de deslumbrarnos. Hoy han pasado ya muchos años y tenemos experiencias
suficientes para discernir lo que significa pasárselo bomba, un fuego fatuo a
fin de cuentas que deslumbra en un instante pero que lo mismo que llega se va
sin dejar huella y un servicio a la infancia con sus medidas acordes a la edad,
sus espacios adecuados, sus dotaciones de personal que sepa lo que tiene entre
manos y que persiga mas la profundidad de las vivencias que ofrece que el
número de usuarios que las utilizan por hora. Seguramente pueden valer
diferentes servicios educativos para momentos distintos, no lo niego, pero
todos han de adaptarse a las personas a las que van dirigidos. Hoy somos
capaces de discernir una propuesta encaminada a mostrar actividades de impacto
y no confundirla con otra que busca que los pequeños interactúen con los
elementos que se les ofrecen. No es bueno confundir el culo con las témporas.
Excelente análisis de una realidad que muchos hemos vivido...
ResponderEliminarUn cordial saludo
eso pasaba en los setenta
ResponderEliminarpasaba en los noventa, no tan cercanos
pasaba desde que la Doctora en Medicina, María Montessori, previó los derroteros por los que habría de precipitarse la escuela
los padres
los mandamases
los come y calla...
feliz nos cumpla el 2016!!
abrazos
Lo mismo te deseo a ti en este año que acaba de empezar. En lo tocante a la escuela, es cierto que con Montessori llego el escándalo liberal y liberador pero en España, razones franquistas nos retrasaron bastante en todo. Un beso
EliminarNo es fácil meterse en este charco de Juveándalus. Cuando nosotros apostamos por estar allí nos vimos desbordados por la presencia masiva que se convirtió en un control del tiempo que cada niño podía estar en cada actividad y en una carrera contrarreloj de los profesionales por lograr los objetivos previstos, bajo la presión de los familiares que apremiaban cuando sus hijos estaban fuera y se quejaban cuando tenían que sacarlos.
ResponderEliminarPero si no se está allí con criterios educativos, entonces todo es un despropósito multiplicando por miles el modelo de los parques de bolas.
Al valorar aquello veíamos que lo que mejor funcionaba era cuando los niños venían organizados, ya fuera por sus colegios o por asociaciones de atención a la infancia, pero entonces fue cuando cerramos nuestras escuelas en navidad y ya no hemos vuelto por allí
Bienvenido, Manuel, de tus vacaciones de navidad. Es cierto que el tema es un buen jardín en el que hay mucho que rascar. Como en cualquier otro en el que se quiera profundizar. En aquel momento era nuevo, como tantas cosas y hoy ya es puro desmadre, como tantas cosas también, pero creo que hay que arriesgarse y asumir el riesgo. Aunque solo sea por coherencia personal. Un abrazo de añonuevo.
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