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domingo, 27 de diciembre de 2015

PROCESO


         Cada vez que termino un texto considero que va a ser el último y mi cabeza se muestra extenuada,  incapaz de sacar de nuevo un asunto que pueda tener algún interés para aparecer como un aporte nuevo. Pero burla burlando ya hemos sobrepasado los doscientos cincuenta y ahora hasta me tomo la libertad de no preparar nada hasta que llega el momento mismo de ponerme a escribir, que es el domingo hacia las diez de la mañana. Entonces aparecen enormes lagunas vacías de contenido o se apelotonan asuntos al hilo de la palpitante actualidad o aparece en la mente el recurso a la sistemática para tratar algún tema que se haya quedado retrasado y merezca presencia. Cualquiera de estas excusas puede ser suficiente para arrancar.

         El de hoy tiene que ver con el desesperante proceso de elaboración de las combinaciones en el comportamiento de los pequeños. La protagonista es en este caso mi nieta África y la persona enjuiciada es su padre, mi hijo Nino, sencillamente porque es la persona que está con ella amplios espacios de tiempo.  Yo suelo ser el acompañante lo menos interviniente posible para permitir al padre que aprenda a ejercer de padre, que ha llegado al cargo por encima de los cuarenta y a lo mejor las neuronas se le han oxidado un poco y a la hija que como el mundo ha de reproducir en su persona todo el proceso de evolución que el propio mundo ha producido y cada uno de los seres que lo hemos habitado hasta que ha llegado ella. Por mas millones de veces que las primeras evoluciones se hayan repetido, cada vez que aparece un nuevo ser todo es nuevo y comienza de nuevo con la misma emoción, inseguridad, sorpresa y miedo propios de la primera vez.  Por más que pretendas hacer como que sabes algo de experiencias anteriores, lo cierto es que tu comportamiento sólo tiene credibilidad si se humilla y funciona como nuevo.

         Aunque nunca los procesos se terminan de superar y siempre hay que aceptar la posibilidad de que un conocimiento nos llegue en lo que se podría denominar a destiempo,  hemos superado la etapa del primer año y hemos batallado todo lo posible y parte de lo imposible para que a la niña se le haya permitido interiorizar tranquilamente las sensaciones que la vida le ha venido ofreciendo en colores, texturas, fríos, calores, sonidos…, en fin, el programa de conocimientos que el día a día le ha venido deparando. Seguimos en ello pero ahora ha pasado a primer plano la locura muscular y estamos en ese punto en el que lo mismo da correr que pasear, girar a derecha que a izquierda, sentarse una o mil veces en cualquier bordillo porque de lo que se trata es de aprovechar cualquier posibilidad de fortalecer la musculatura, la armonía en los movimientos y gozar de sentirse capaz de dominar el mundo con sus propios medios. Suelo callarme todo lo que puedo, que puede ser que muchas veces no sea suficiente y el padre está todo el rato intentando que la niña no se ensucie, vano intento, o que sus movimientos tengan lógica, la suya naturalmente y no la de la niña, y soportando como puede la tortura de seguirla de cerca para que la seguridad le permita evolucionar sin demasiados incidentes. 


         Alguna que otra vez discutimos padre y abuelo y parezco el abogado defensor de la niña para que le permita moverse lo más suelta posible y le deje espacio para resolver sus propias dificultades y hasta para equivocarse y aprender de sus errores, siempre que no se vean riesgos significativos pero yo tampoco quiero engañarme ni jugar a ser el bueno en esta guerra de cada día. Sé que mi lugar es el de abuelo y ahí es donde me tengo que situar. Desde esa responsabilidad de segundo grado es más fácil defender algunos desmadres de la niña porque el papel del malo, del que pone las normas y del que apechuga con las consecuencias en primer término es del padre. Y la niña, como todos los niños…, a vivir, que son dos días, todo lo que se le permita o ella pueda conseguir. En definitiva, la vida; una más y siempre como si fuera la primera.


domingo, 20 de diciembre de 2015

NAVIDAD


         No sé si luchar tiene sentido ante un cúmulo de fuerzas tan desproporcionado. He dicho muchas veces y lo sigo diciendo hoy que por más que se termine imponiendo navidad, la mula y el buey, los pastorcillos y la estrella de oriente y el nacimiento sin que su madre perdiera la virginidad, al final de lo que estamos hablando es del frío y de los días más cortos de año, del miedo a la soledad y de la necesidad de las personas de sentirse cercanas unas a otras y conjurar su miedo como puedan. A partir de esas mimbres, el comercio ya se encarga de llenar esos vacíos de contenido a base de regalos que mantengan la actividad comercial por encima de todo.

         Como no voy a entrar de nuevo en una guerra más, por más clara que vea su causa la sé perdida de antemano, sencillamente acepto la pérdida, me reafirmo en mi No interior porque eso sí es mío exclusivamente y no pienso renunciar a ello y prefiero entrar en que los pequeños se encuentran con unos veinte días en sus casas una vez que ya se habían adaptado a la escuela. Y eso sabiendo que las condiciones de disponibilidad de sus padres no han cambiado sustancialmente. Lo más privilegiados van a poder disponer de la mitad de los días, bien en diciembre o en enero, la mayoría ni eso y muchos, desgraciadamente cada vez más, ya quisieran disponer de algo que echarse a la boca que no sean largas colas para conseguir ayudas para pasar como se pueda el día a día. Parece que en Madrid se ha impuesto la idea de preparar una cena para 300 personas sin techo en el edificio de Correos en plena Cibeles que tantos millones le metió el señor Gallardón cuando fue alcalde y que ahora parece que no termina de encontrársele una utilidad que esté a su altura.

         Si sigue sin llover, cosa bastante dramática para nosotros pero al parecer bastante probable, lo mejor que podemos hacer con los pequeños es echarnos a la calle con ellos “A tomar la calle, que no pase nadie…, que pase la justicia y el señor alcalde.” A estas alturas, las desgracias o las suertes son complejas y no terminan de ser ni completamente buenas ni completamente malas. Vamos viendo, por ejemplo que la ausencia de nieve hacer que los ingresos asociados al esquí bajen pero suben los de playa porque la gente enseguida encuentra un repuesto que le permita satisfacer sus deseos o necesidades de tiempo libre. Pues algo así se podría ofrecer para  los pequeños. Estoy seguro que, con un buen abrigo encima no le van a hacer ningún asco a un largo paseo por la ciudad, deslumbrándose con la cantidad de atractivos que ha preparado para este tiempo a base de luz, de colores y de búsqueda del regalo más ingenioso ya nadie en la familia quiere ser menos que nadie y hay que regalar pase lo que pase. No quiero ni pensar si esos posibles ratos de ocio son en la playa y permiten sin apenas gasto, que los pequeños disfruten con la arena y con el agua en la medida que se pueda. Más sencillo y más barato no es fácil de encontrar.



         Y eso por fuera de las casas porque por dentro, con lo pronto que anochece se pueden contar mil y una historias de las de verdad o sencillamente inventadas pero que nos lleven a vivir y a soñar con el placer de estar juntos y de lo estrechamente unidos que nos podemos sentir cuando compartimos todo un cúmulo de palabras que van de una boca a otra entrelazando  nuestras vidas. Y las mañanas, ¡por dios!, esas mañanas en las que podemos gozar tanto sin prisa, remoloneando en la cama o de una cama a otra, a la vez que nos sentimos permeables unos con otros y nos permitimos compartir nuestros mundos, sobre todo con los más pequeños para que por dentro de esas volteretas que nos llevan y nos traen sin rumbo, ni falta que hace, vayamos fraguado a base de afecto y cercanía, potentes lazos de apego que nos identifiquen como miembros de la familia y nos proyecta en grupo hacia nuevos destinos a base de abrazos.

domingo, 13 de diciembre de 2015

DESGARROS


         Sistemáticamente se ha impuesto la costumbre de que la Navidad, o sea este tiempo por el que atravesamos, sea el de encuentro, de reencuentro, de vivir y festejar en familia. Como si las horas de ausencia de luz, los días más cortos del año, nos impulsaran a reunirnos huyendo de las tinieblas y nos pasáramos el rato contando historias de unos y de otros, una forma como otra cualquiera de sentirnos fuertes. Y todo como trasfondo comercial, formando parte de anuncios de turrones, de colonias o de comidas familiares. Son como llamadas a la unidad para sentirnos, grandes, poderosos. No tengo intención de ser pájaro de mal agüero pero quiero ofrecer tres muestras en contrario, o sea de dispersión, desgraciadamente tan frecuentes como las convocatorias de reunión.

         La reina Juana de Castilla, más conocida por la Loca casó con Felipe el Hermoso y con todo el amor del mundo tuvo seis hijos de su mismo esposo. Por cuestiones políticas y territoriales fue separada de cinco de ellos para satisfacer los intereses de sus padres, los Reyes Católicos , de su esposo o de su hijo Carlos I según los casos. Con la única que pudo convivir fue con su hija menor que se quedó a ciudarla, una vez declarada oficialmente Loca y recluida en Tordesillas donde vivió más de 40 años. Entre viajes de Castilla a los Paises Bajos más los juegos de intereses familiares de cada momento, esta mujer se vio privada de la crianza de sus hijos en contra de su voluntad porque los intereses de sus más allegados se impusieron a los suyos de esposa, de hija y sobre todo de madre e incluso los de reina. Fue reina hasta su muerte y nunca reinó porque otros argumentos ajenos a los suyos propios se pusieron de por medio y la desplazaron. La llamaron Loca porque no estuvo de acuerdo con lo que estaba viviendo y manifestó su desacuerdo de la manera que supo y que pudo, tanto si coincidía con los usos de la época como si no. Hoy sabemos que probablemente fue el personaje más moderno de su tiempo y sigue siendo una figura que suscita el interés como ejemplo de coherencia personal, al margen de los convencionalismos e intereses de su época.

         En la guerra civil española se fletó un barco de niños que, para quitarlos del drama de los bombardeos fueron trasladados a la Unión Soviética, teóricamente a pasar un verano mientras la guerra pasaba porque nadie pensó que fuera a durar mucho más. Las escenas de despedidas son verdaderamente desgarradoras. He preferido ofrecer una imagen de entonces, pero con el dramatismo contenido en la figura de ese niño en la ventana de un tren y en el juguete que le acompaña. La mayoría de esos niños nunca regresaron con sus familias. Sólo a unos pocos los hemos visto aparecer de visita a los lugares de donde fueron arrancados un día, ahora como turistas que recuerdan con lágrimas en los ojos secuencias que nunca debieron vivir y regresar a sus verdaderos hogares, muy lejos ya de aquellos de los que hace tantos años fueron literalmente arrancados.


         De los millones que viven las migraciones por causas tan diversas como guerras, hambrunas u otras razones tan injustas como ellas, siempre recuerdo los comentarios de mi amiga Isabel, o Nati o tantos otros que han acompañado a sus familias a un país que no era el suyo y en el que han sido tratados como extranjeros. Con mucho dolor y con mucho esfuerzo han ido abriendo un espacio para ellos, siempre como extranjeros y un día han vuelto a arrancarlos del país de acogida para volver a su tierra por intereses ajenos a los suyos siempre y cuando han regresado a los que fueron sus hogares se dan cuenta de que ya no los reconocen y se encuentran de extraños en su propia casa, habiendo dejado a sus amigos en los países en los que han vivido y teniendo que andar viviendo en unos lugares y soñando con otros en los que ya no viven ni van a volver a vivir nunca más. El drama es tan frecuente que parece que sacarlo a la luz sea no comprender la realidad de la vida.


domingo, 6 de diciembre de 2015

SOL


         De una manera o de otra  estamos sometidos a las leyes de la vida y es la propia vida la que nos condiciona en una dirección o en otra. La semana pasada proponíamos algunos criterios a la hora de seleccionar juguetes para los pequeños y esta tenemos sencillamente que mirar al sol porque se ha instalado desde hace más de un mes y no hace otra cosa que ofrecernos su luz y su calor a pesar de que el momento climatológico pediría ya otras características. Da pena, por ejemplo, mirar a la Sierra. En un par de ocasiones ha vivido la visita de la nieve, como es normal pero la permanencia del sol ha hecho que lentamente se haya disuelto la poca nieve caída y este es el momento en que todavía no se ve el manto blanco que debiera tener la Sierra para que todo estuviera normal.

         Claro que hablar de normalidad también es un poco pretencioso porque siempre lo aplicamos al modo de ver humano como si en el mundo no hubiera otros criterios de medición que no fueran los nuestros. Es verdad que el año pasado por esta época ya estaba la Sierra completamente blanca y con grandes espesores  por todas partes pero también hay que reconocer que se ha terminado imponiendo el criterio de la estación de esquí y ahora hablamos en función de lo bueno o lo malo que es el tiempo para la estación y para los esquiadores que podrían estar subiendo a miles y dejando pingües beneficios en los negocios instalados en las alturas. Y por lo que vemos este año, a pesar de que se ha abierto la campaña con la nieve que fabrican los cañones por la noche, pues no es así. No sé si nos hemos olvidado de que la Tierra, aparte de los movimientos de rotación y de traslación, que son los más conocidos, tiene varios más como el de balanceo y otros que hacen que sus procesos de lluvia y sequía no se puedan contemplar como fórmulas matemáticas exactas sino que tienen que andar combinando con el resto de las fuerzas a las que está sometida.

         Recuerdo en 1995 que Granada fue la organizadora del Campeonato Mundial de esquí y la naturaleza sabrá por qué, hubo que aplazarlo un año  porque ese invierno apenas cayeron unos copos de nieve en toda la temporada. Al año siguiente en cambio, nos íbamos a ahogar en nieve y el campeonato resultó espléndido, pero tuvo que ser cuando dispuso la meteorología, no cuando las personas teníamos previsto. Quiero ofrecer ese mismo paralelismo con relación a los pequeños. Los veo por las calles con sus ropas de invierno tapándolos por  completo y metidos en sus carritos como si anduviéramos a bajo cero como sería lo propio y lo más frecuente. Pero este año, al menos hasta el momento, no es así. Es verdad que las noches sí aprieta el frío y seguramente la primera hora de la mañana también pero en el momento que el sol se apodera del día nos ponemos en los alrededores de los 20 grados, que es una temperatura muy grata y que pide presencias y a los pequeños, en semejante situación habría que sacarlos a la luz como fuera, sin hacer caso a lo que la cultura nos empuja para esta época.


         Los espacios interiores de las casas o de las escuelas tienen sus referentes culturales de comodidad, de concentración del calor en los momentos más fríos del año, que son cualidades dignas de destacar y que buscan y seguramente logran nuestras mejores condiciones de vida. Pero también nos hacen animales de costumbres hasta el punto de que podemos estar viendo como el sol nos ofrece posibilidades de gozo infrecuentes pero igualmente hermosas con su templanza en diciembre que, aparte de los perjuicios de menos agua caída con el consiguiente perjuicio para el esquí o para las cosechas, como nada es completamente bueno ni completamente malo puede ofrecernos niveles de bienestar natural por el simple hecho de pasar más tiempo en la calle y de gozar de la luz y del calor sin que tenga que ser el abrigo o la calefacción la que nos la proporciones. A la calle, por favor, mientras podamos, que tiempo habrá para escondernos cuando lleguen las lluvias y los fríos.