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domingo, 8 de noviembre de 2015

PITRES


         La experiencia me dice que los pequeños que han estado con nosotros se suelen acordar con el paso de los años de la comida, del patio y de las colonias. En origen cada otoño y cada primavera salíamos de lunes a viernes con el grupo y con refuerzo de adultos a vivir en el campo: Fuente del Hervidero, Cueva del Gato, Sierra Nevada, Ermita Vieja en Dílar… Unas veces los lugares tenían condiciones de habitabilidad y otras nos teníamos que llevar los colchones en el autobús. Un poema, vamos. Sin embargo hemos mantenido el acontecimiento de Las Colonias años y años como una pieza fundamental de nuestro programa educativo si bien con el tiempo se redujo a dos días y una noche porque entendimos que la vivencia de separación de las familias con una noche se cumplía y el esfuerzo era  más asumible.

         No sé si al final el impacto de los hechos más relevantes se quedan sólo en los pequeños o terminan grabándose en los mayores también. Este grupo tenía cuatro años cuando vivimos la experiencia y ahora tendrán veinte años. Ellos recordarán la experiencia pero es que yo no la olvido a pesar de que antes y después no han parado de sucederse otras parecidas. Lo normal era que fuéramos tres adultos y hombres y mujeres preferiblemente. A esta fuimos sólo Koldo y yo, sencillamente porque no se ofreció nadie más. También Pitres parecía un poco lejos y con muchas curvas en la carretera pero yo conocía el lugar y sabía que, una vez que llegáramos había buenas condiciones de habitabilidad. El equipo no encontró argumentos para rechazar la propuesta  y lo permitió. También es verdad que aunque la experiencia la valoramos positiva en la memoria final, tanto Koldo como yo, no se ha vuelto a repetir. Lo de la carretera era una dificultad real. Mirian y alguno más vomitaron y hubo que parar un par de veces pero yo la repetiría de nuevo vista en conjunto.

                Otoño es seguramente la estación más hermosa del año en la Alpujarra y Pitres se encuentra en medio. Tuvimos un apartamento en el que cupieron todos en literas. Había calefacción y en la puerta una plazoleta como de pueblo con árboles y arbustos con las hojas caídas o a medio caer. El primer deseo fue revolcarnos en aquel maravilloso lecho de hojas amarillas en el que estuvimos jugando todo el tiempo. La comida era casera y de buena calidad y el restaurante, a esas alturas del año, noviembre, casi exclusivamente para nosotros. Tanto Koldo como yo supimos que aunque no hubiéramos organizado ninguna salida las actividades se hubieran cubierto porque el recinto tenía suficientes medidas de seguridad, diversidad importante de espacios que permitían el juego de exploración, el de conocimiento porque teníamos castaños alrededor y nos dedicamos a sacar las castañas de sus fundas, una vez que se caían al suelo. De todas formas no pudimos resistirnos a investigar los alrededores en los que pudimos conocer una enorme variedad de árboles, de colores y de olores porque en otoño la Alpujarra es un festival.


         En todas las colonias el ritual más impresionante es el de las linternas. Los pequeños llevan linternas de sus casas y por la noche salimos de paseo a reconocer el terreno en medio de la oscuridad. Es una mezcla de miedo, de curiosidad y de fuerza porque el grupo imprime valor suficiente como para que cada uno pueda esconder en el conjunto su propio miedo. Es verdad que hay que cuidar las condiciones de seguridad pero es que nuestro camping tenía los espacios muy bien acotados por lo que podíamos movernos con cierta soltura sin exponernos a riesgos peligrosos. La asamblea que realizamos en medio del camino sentados en el suelo y contando historias de las que tenemos cerca o de las que recordamos se convierte en algo imborrable. En esa colonia el punto álgido fue el encuentro en medio del camino y en pleno día con una mantis religiosa adulta que nos mantuvo la atención un buen rato siguiendo sus movimientos y luego su recuerdo de que nos pudiera salir en cualquier momento sin que nos diéramos cuenta con la oscuridad. A la vuelta no se mareó nadie porque casi todos vinieron durmiendo.

9 comentarios:

  1. Hay que ver el paralelismo que existe en los recuerdos que los chiquillos, sean o no escolares, guardan de nosotros, sus maestros educadores y el recuerdo casi dependencia que los mayores, seamos o no educadores maestros, atesoramos respecto de ellos.
    ¡Interacción es esto! que beneficia a unos y otros...

    Bss
    Y noviembre, que ya va bueno...

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  2. Creo que la experiencia de las colonias en edades tempranas son uno de los recuerdos con mas impronta. Y también que los que las hicimos en nuestra infancia somo más permisivos a dejar que nuestros hijos también las hagan. No deberíamos privar a los pequeños de experiencias por circunstancias subjetivas, lease miedos.
    Saludos, Ignacio

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  3. Ciertamente son experiencias inolvidables...

    Saludos

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  4. Esa primera noche fuera de casa es realmente inolvidable tanto como quienes la hicieron posible.
    Un saludo

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  5. Manuel Ángel Puentes8 de noviembre de 2015, 23:55

    El viernes llegué de las colonias de otoño en Dúrcal. Te adjunto la carta del duende Mandarino que he enviado a las familias este fin de semana para que pudieran compartir la experiencia de sus hijos. Es demasiado larga para una respuesta del blog, pero tú haz con ella lo que quieras.

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  6. Manuel Ángel Puentes8 de noviembre de 2015, 23:56

    Las colonias de otoño

    Hace unos días recibí una carta de los niños y las niñas de la Jirafa avisándome de que iban a pasar una noche en mi molino. Como me dijeron las palabras mágica (sigolago, pipapupapa, eiei cruá) les contesté que les tendría preparado un regalo para esa noche.
    Cuando se acabó la cuenta atrás en el calendario en el que habían ido anotando los días que faltaban para venir, cogieron el autocar y se vinieron a Dúrcal.
    Al bajarse junto al puente de lata (que ellos sabían que habían hecho los ingenieros de Eiffel) me avisaron con las palabras mágicas y ya vi cómo Juanra se llevaba el equipaje en la furgoneta y ellos bajaban la cuesta recogiendo nueces que se iban comiendo por el camino y una gorra que se le había caído a uno de los niños del grupo del Bosque que también iban a las colonias y marchaban delante.
    Al llegar al río Dúrcal vieron los destrozos que habían hecho las últimas lluvias y cómo las limpias aguas del río se enturbiaban a partir de la tubería que baja del pueblo de Dúrcal.
    Como es la cuarta vez que vienen a mi granja-escuela, se sabían muy bien el camino y redescubrían todos los puentes que hay en el valle.
    Lo primero que vieron al entrar en el terreno de la granja fue el cercado móvil de las ovejas que se van comiendo la hierba del prado, rodeado de los niños del Bosque. Ellos siguieron hasta el Molino de Lecrín donde les recibió Tiste, que les enseñó un lechoncillo recién nacido que estaba criando a biberón.
    Se sentaron junto a la chimenea y decidieron cómo iban a dormir, asignando parejas a las habitaciones de Pilar y Manuel Ángel. Entonces cogieron el equipaje y pasaron a colocarlo en los cajones que hay debajo de cada cama del dormitorio. El grupo de Pilar ocupó el dormitorio del Invierno y el de Manuel Ángel el del Otoño, mientras Maribel y Amalia repartían a los niños del Bosque entre la Primavera y el Verano.
    Se bajaron con la gorra y la cantimplora a comer la fruta y Manuel Ángel empezó el cuento del pueblo que tenía dos caminos que siempre les cuenta en las colonias y que nunca consigue acabarlo (¿será que es un cuento que no tiene fin?).
    Se fueron a repartir los restos de la fruta a los animales de la granja: las ovejas, los cerdos, la burra, las ocas, las gallinas y los conejos, acompañados de los perros y los gatos.
    Luego se juntaron con los del Bosque que estaban jugando en el prado usando el tipi, el templete, los columpios y cuerdas, los perros y las ovejas.
    Tras el paso por el aseo se fueron a comer ensalada, macarrones, croquetas y fruta, y enseguida volvieron a jugar.
    Un rato después, cantando “Voy en busca de un león”, se fueron de excursión hasta el pueblo de Dúrcal. La subida fue una aventura porque el temporal había destrozado el camino.
    En el pueblo entraron en el lavadero de las Fuentes, en la plaza de Rocío Dúrcal (donde merendaron bocadillo de salchichón), se fijaron en que el pueblo era diferente a la ciudad de Granada en el tamaño de sus calles, el de sus casa, en el de las tiendas del centro y en que los únicos autobuses eran los que iban a la ciudad; estuvieron viendo cómo hacía encaje de bolillo una señora en la calle y acabaron en el Parque de la Estación (donde jugaron un rato muy pequeño porque ya se ponía el sol).

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  7. Manuel Ángel Puentes8 de noviembre de 2015, 23:58

    Pero sobre todo fueron a la casa de Emma, donde estuvieron jugando un buen rato y a donde llegó la familia de Elías para recogerlo.
    Bajaron a la granja bailando el bugui bugui y vieron atardecer en el prado.
    Después se subieron al desván y estuvieron haciendo juegos de psicomotricidad en las alfombras, hasta que los niños del Bosque les avisaron de que iban a salir buscarme.
    Yo les había puesto pistas para encontrar el regalo que les había preparado. Las linternas les sirvieron para poder buscarlas por el campo, pues las estrellas que pudieron ver no iluminaban el suelo. Las pistas les llevaron al templete de madera en el prado donde el grupo del Bosque tenía un paquete y el de la Jirafa otro
    El regalo consistía en varias cajas de Playmobil que abrirán el lunes en la escuela.
    Con las linternas volvieron a subir al desván, donde estuvieron jugando con las sombras que proyectaban hasta la hora de la cena.
    A las 8:30 cenaron sopa de picadillo, tortilla de patatas, tomate y yogur líquido.
    Subieron a ver cuentos en la sala de lectura y luego pasaron a lavarse los dientes, ponerse los pijamas, darse todos besos de buenas noches y acostarse. El último en dormirse lo hizo a las 10:45. La noche fue tranquila, con algún niño que se acordaba de sus papás y hasta una niña se coló en la cama de Pilar.
    Al amanecer empezaron a despertarse y después de una visita al aseo comenzaron a vestirse con la ropa limpia, a peinarse y a dejar las mochilas recogidas.
    Con los abrigos puestos salieron a ver cómo el rocío llenaba de diamantes las plantas y se pusieron a hacer una tabla de gimnasia que les enseñaba Manuel Ángel.
    Desayunaron leche con colacao o sin él y tostadas con aceite o mantequilla o mermelada (alguno tomó de las tres), subieron a lavarse los dientes y las caras y bajaron al templete donde hablaron de cómo estaban siendo las colonias y recitaron la cabra cabratis.
    Dejaron los abrigos y cogieron las gorras y las cantimploras y con una bolsa cada uno, salieron por el camino a buscar frutos de otoño y encontraron membrillos (bueno, más bien zamboas) y muchas nueces. Se comieron la fruta al lado del río y volvieron a la granja. Le dieron los restos de la fruta a la burra y subieron a guardar los frutos y las cantimploras, cerrar el equipaje y bajarlo.
    Se fueron a jugar al prado con los niños del Bosque. Estando allí se escaparon unas cuantas ovejas del cercado y los perros ayudaron a que se dispersaran. Para que no se asustaran ni las ovejas ni los niños, los niños se subieron al templete mientras Juanra las recogía y Manuel Ángel mantenía el cercado abierto impidiendo que se salieran las ovejas que no se habían escapado. Cuando consiguieron dejarlas a todas encerradas los niños irrumpieron en aplausos de entusiasmo.
    Comieron ensalada, paella y fruta.
    Se asearon, cargaron la furgoneta, que ahora la llevaba Fernando, y subieron a la parada del autobús, donde ya estaba el autocar esperando. Pasaron las mochilas de la furgoneta al autocar y, después de despedirse de mí con mis palabras mágicas, se marcharon para Granada.

    ¡Cómo me ha gustado que hayan pasado estos días conmigo!

    El duende Mandarino
    (contado al oído de Manuel Ángel Puentes)
    6/11/15

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    1. Esta es, querido amigo, la forma que he encontrado de ofrecer toda tu propuesta. Resulta que los comentarios no pueden rebasar los 4000 y pico caracteres y el tuyo no cabía. Pero yo no quería que se perdiera ni una sola palabra porque para mí tiene el certificado de verdad y de inmediatez que yo quiero que esta aportación tenga. Me interesa totalmente la credibilidad de lo que aquí se dice aunque luego, como es lógico, cada uno que lo lea se lo pueda creer o no haciendo uso de su libertad. Por eso, una vez más, ahí va mi agradecimiento porque tus aportaciones son como un suplemento de verdad y de diversidad impagable. Un fuerte abrazo y espero que el fin de semana hayas descansado para afrontar de nuevo la semana con la energía precisa.

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  8. He leído con atención tu documento de vida junto a tus niños o a los que fueron niños. Y como me gusta el folklore y las tradiciones he escuchado, visto y guardado el video, verdadero regalo. Gracias.

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