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domingo, 29 de noviembre de 2015

JUGUETES


         Me consta  que en más de una ocasión hemos tratado el tema de los juguetes y de los regalos. Lo recuerdo y no me pesa que hoy volvamos a él por varias razones: primero porque su aporte para los pequeños es de primera importancia, segundo porque todo el entramado de la industria siempre intenta convertirse antes que otra consideración en un asunto comercial, desfigurando de ese modo su principal cualidad de ser un elemento que contribuye al desarrollo educativo de los pequeños, a su madurez psicológica y a su crecimiento personal. Todas las épocas y todas las culturas han usado juguetes como vehículos de adiestramientos de sus retoños, como ensayos de estructuras vitales esenciales. La voracidad del comercio dificulta que cumplan la imprescindible función que las distintas culturas les tienen encomendada, pero en ningún caso deben sustituirla.

         La semana pasada poníamos el ejemplo del abuelo satisfecho por el magnífico regalo que le ofrecía a su nieto y el chasco que se llevaba cuando a los pocos minutos contemplaba la escena de su nieto pasando olímpicamente de su regalo pero gozando como un  energúmeno con la caja de cartón en la que el regalo venía envuelto. Es todo un ejemplo de lo necesarios que son los juguetes para que los pequeños conozcan y ejerciten destrezas imprescindibles para la convivencia pero también de la facilidad con que los adultos podemos confundir la gimnasia con la magnesia y hacer completamente inútil un vehículo que puede tener un papel fundamental en la vida de un pequeño. Los niños necesitan objetos parecidos a los que se usan en la vida para usarlos como ensayos de lo que en su día serán las distintas funciones para valerse en el mundo. Su fuerte necesidad de crecimiento hará que se interesen vivamente en los juguetes porque les permiten manipular y perfeccionar sin peligro todo lo que necesitan ya que sólo se trata de ensayos las funciones de las que la vida se compone.

         En alguna medida el juguete tiene la función de reproducir más o menos la vida que el pequeño tiene a su alrededor. A través de su manipulación puede tener la sensación de que está interviniendo en los elementos y en los procesos que la configuran, siempre, eso sí, que le quede completamente claro lo que es de verdad y lo que es un juego, cosa que entre los tres y los ocho años tiene tiempo suficiente para experimentar y para conocer. Pero los procesos también tienen su importancia interna según la referencia que los adultos tomen para su elaboración y para su puesta en funcionamiento en manos de los pequeños. Si nosotros ponemos en manos de un pequeño un caballo de plástico, el objeto no puede ser otra cosa que un caballo. Si ponemos, por ejemplo, una pinza de la ropa,  en un momento podrá ser un caballo, pero en otro podrá ser un coche o una pieza de una batalla o una pinza de la ropa o una figura compleja si unimos unas pinzas con otras… Como criterio, en función de la mayor simplicidad que tengan los juguetes que le ofrezcamos al pequeño, más posibilidades le abrimos para que sea su propia manipulación la que dé vida al juguete;  y su mayor concreción menos espacio para su creatividad. Esto explica el ejemplo que hemos descrito del regalo del abuelo.


         Un par de observaciones todavía. Los niños juegan con gusto pero saben desde muy pronto que los juguetes son sólo juguetes. Pasos intermedios para su objetivo verdadero que son los objetos de verdad. Jugarán con placer,  con una cocinita, pero en cuanto nos descuidemos un momento comprobaremos que lo que de verdad quieren es usar las ollas, los platos o los cubiertos de verdad. Y así con cualquier otro elemento de la vida, incluidos los elementos informáticos que tan fuerte han irrumpido en nuestra cultura en los últimos años. Por eso es indispensable que les ofrezcamos posibilidades de manipulación lo más amplias posible pero también que andemos siempre cerca de ellos para que cuando proceda podamos aclararles dónde están los límites que no se deben saltar porque su seguridad se pone en peligro. Deben tener posibilidades que les permitan desarrollarse pero también límites que les dejen claro que no todo es posible.


domingo, 22 de noviembre de 2015

CONMEMORACIÓN


         La única conmemoración que acepto en la vida es aquella que celebra que hoy es hoy. Cualquiera otra me parece un subterfugio que la sociedad establece para hacer como que no se olvida de algún hecho o de algún sector social del que realmente todo el mundo sabe que se olvida. Es como si la mala conciencia llamara a la puerta y por compromiso recordara que conviene dedicar un día al año, al menos, a un tema que no está suficientemente presente en la sociedad.  Dedicarle un día no mata a nadie y a lo mejor nos sentimos todos un poco más tranquilos y menos canallas.

         No recuerdo que haya un día dedicado a los grandes capitales, ni a las viviendas de lujo, ni al yate de recreo, ni a los viajes de placer, ni a la guerra, ni al petróleo, ni al odio, ni al engaño ni a todo el conjunto de aspectos sociales tan presentes, tan influyentes y tan determinantes. El argumento de que un día al año, por lo menos, la sociedad decide recordar el tema en cuestión, la infancia en este caso, no es poco pero sí claramente insuficiente. En mis primeros tiempos de maestro recuerdo mi interés por un acontecimiento, una explicación o una secuencia que me parecía significativa sobresaliente de cada día. Si sentía que alguna secuencia de mi trabajo había despuntado por cualquier razón me consideraba satisfecho y estoy seguro que no me faltaban razones. Encontraba un aliciente, un punto de fuerza que me daba ánimo para continuar en el empeño de mejorar cada día. El paso del tiempo, el desarrollo profesional, la experiencia en definitiva me ha ido alejando de las secuencias puntuales, por muy brillantes y potentes que fueran y me ha ido dirigiendo al encuentro de un momento humilde pero grato de cada día que no necesite del grito de gozo sino que derrame una simple sonrisa sobre cualquier aspecto cotidiano bien resuelto.

         No sé dónde leí o quien me contó la secuencia del abuelo que llega a casa de su nieto con un enorme regalo dentro de una impresionante caja de cartón. Lo de menos es lo que lleva dentro: pongamos un coche magnífico o cualquier artefacto que cuesta un dineral. Le entrega al nieto el regalo y toda la familia celebra el esfuerzo del abuelo por satisfacer al nieto. Se pone la familia a conversar de sus cosas y, al cabo de un rato observan con decepción, sobre todo el abuelo, que el precioso regalo está abandonado en un rincón mientras el nieto se encuentra feliz jugando con el cartón en el que el gran regalo venía envuelto. Lecciones de este tipo las vemos y las vivimos con frecuencia cada día pero no sé por qué nos empeñamos en no leer lo que la vida nos pone delante a cada momento para que aprendamos. Una y otra vez preferimos la decepción por bandera antes que asumir que lo que la vida nos cuenta con toda claridad mil veces es lo importante y a lo que le debemos dedicar nuestras energías y dejarnos de fuegos artificiales que nos deslumbran en un momento pero que al día siguiente significan muy poco en la vida de cualquiera.

         Por no querer ser demasiado derrotista diré que prefiero con gran diferencia que se cree una escuela a que se organice una enorme campaña de un juguete una ilusión. Nada contra el juguete pero una escuela es una escuela, por Dios. Mis últimos años profesionales me daba cuenta de que cada día quería ser menos maestro y más persona, dar menos clases y ofrecer más y mejores relaciones a los niños de persona a persona, Me dio por proponer en la clase el visionado de las películas de dibujos que iban saliendo, verdaderas obras de arte en casi todos los casos que nos servían para trabajar después los contenidos, las formas, los personajes, las músicas… Daba gusto ver la capacidad de análisis de los pequeños para entender aportaciones sociales de su tiempo. Otras veces, siempre que el tiempo lo permitía se me antojó recopilar canciones viejas de ellos, de sus familias o de vecinos y nos sentábamos en corro a cantar. Sé que muchos me recuerdan por eso 


domingo, 15 de noviembre de 2015

CICLO


         Reconozco que la lección de vida y de otoño de la semana anterior con la experiencia de Pitres y con el complemento perfecto de Manuel Ángel, recién llegado de Dúrcal con una lección parecida todavía caliente entre las manos es algo deseable para cualquier persona, especialmente para los pequeños, siempre tan necesitados de contactos con la realidad cambiante de la vida. En las escuelas no es raro que estos días se vea a los niños entrar y salir con lotes de hojas caídas de  aquí y allá para ofrecer una imagen otoñal en los murales interiores que van a adornar las paredes de las aulas o de los pasillos durante unos días, mientras llega el siguiente tema. No está mal. Algo es algo y siempre es bueno que los niños toquen cualquier asunto como las hojas que han caído y que señalan que se ha cubierto una vez  más el ciclo de la vida. Pero la vivencia integral de experimentar esa sensación en un lugar rodeado de árboles donde se ve, se toca, se huele y se vive el otoño…, no tiene color.

         El ciclo lo hemos cerrado tradicionalmente con la FIESTA DEL OTOÑO que consiste en hablar con las familias y que cada una aporte un elemento de esta época en forma de fruta, por ejemplo o algún plato elaborado en casa y ofrecido para que todos podamos probar: potaje de castañar, bizcocho con nueces o pasas, carne de membrillo, membrillo cocido con boniato y tantos otros como las familias conocen. Se acuerda un día y esa mañana se la dedica en gran parte al otoño con algún mayor disfrazado de castañero, se hace un fuego en medio del patio y a su alrededor nos reunimos para contar lo que significa esa mañana y lo que hemos traído entre todos para comer y que es propio de esta época del año. El caso es pasar un buen rato alrededor del fuego contando historias, otro ritual típicamente otoñal, que nos permite sentirnos unidos y saboreando el tiempo que pasa mientras el fuego consume los trozos viejos de algún mueble y nos calienta con su muerte. El acto terminará con una o varias mesas llenas de los productos que hemos logrado reunir y que nos comeremos aunque ese día, a la hora de comer sólo podamos completar la dieta con una fruta.

         En la propia clase se han podido preparar algunas combinaciones culinarias que luego se van a ofrecer en la mañana de la fiesta junto a las que se traen de la casa. Es verdad que hemos llegado a una evolución de las costumbres que hacen que sea difícil que muchos niños prueben de la gran variedad de guisos que se ofertan. Pero no podemos desanimarnos porque hemos llegado a donde estamos. En todo caso nuestra propuesta se encamina a recuperar los orígenes de nuestras culturas, a nuestro encuentro con costumbres casi desaparecidas y  a la posibilidad de conectar con nuestros ancestros  en toda su plenitud compartiendo sus ritos, sus sabores, sus olores y las historias que hacen presente un acontecimiento como el otoño, tan sabroso y tan intimista. Se ha impuesto esta tradición en nuestras escuelas y siempre resulta una invitación a la vida, al paso del tiempo, a la diversidad de olores, sabores y vivencia grupal.


         Como puede verse, lo que se intenta es ofrecer una escuela que está directamente ligada con la vida. No quiere decir que no exista un aula y que en ella se desarrolle un programa  con su temática correspondiente para cubrir los objetivos propuestos por la estructura académica. Lo que pasa es que en la vida siempre hay muchos caminos para llegar a un mismo destino y a la hora de elegir el que nos va a conducir  podemos eliminar aquellos en los que apenas si nos vamos a sentir poco más que extraños y vamos a centrarnos en uno que casi esté configurado a nuestra medida y que en muchos aspectos  hasta lo diseñemos nosotros. Seguramente el destino puede que sea el mismo en todos los casos pero las vivencias pueden ser muy distintas dependiendo del que hayamos elegido. No habrá más que ver las caras de los pequeños al llegar para interpretar las vivencias por las que han atravesado.


domingo, 8 de noviembre de 2015

PITRES


         La experiencia me dice que los pequeños que han estado con nosotros se suelen acordar con el paso de los años de la comida, del patio y de las colonias. En origen cada otoño y cada primavera salíamos de lunes a viernes con el grupo y con refuerzo de adultos a vivir en el campo: Fuente del Hervidero, Cueva del Gato, Sierra Nevada, Ermita Vieja en Dílar… Unas veces los lugares tenían condiciones de habitabilidad y otras nos teníamos que llevar los colchones en el autobús. Un poema, vamos. Sin embargo hemos mantenido el acontecimiento de Las Colonias años y años como una pieza fundamental de nuestro programa educativo si bien con el tiempo se redujo a dos días y una noche porque entendimos que la vivencia de separación de las familias con una noche se cumplía y el esfuerzo era  más asumible.

         No sé si al final el impacto de los hechos más relevantes se quedan sólo en los pequeños o terminan grabándose en los mayores también. Este grupo tenía cuatro años cuando vivimos la experiencia y ahora tendrán veinte años. Ellos recordarán la experiencia pero es que yo no la olvido a pesar de que antes y después no han parado de sucederse otras parecidas. Lo normal era que fuéramos tres adultos y hombres y mujeres preferiblemente. A esta fuimos sólo Koldo y yo, sencillamente porque no se ofreció nadie más. También Pitres parecía un poco lejos y con muchas curvas en la carretera pero yo conocía el lugar y sabía que, una vez que llegáramos había buenas condiciones de habitabilidad. El equipo no encontró argumentos para rechazar la propuesta  y lo permitió. También es verdad que aunque la experiencia la valoramos positiva en la memoria final, tanto Koldo como yo, no se ha vuelto a repetir. Lo de la carretera era una dificultad real. Mirian y alguno más vomitaron y hubo que parar un par de veces pero yo la repetiría de nuevo vista en conjunto.

                Otoño es seguramente la estación más hermosa del año en la Alpujarra y Pitres se encuentra en medio. Tuvimos un apartamento en el que cupieron todos en literas. Había calefacción y en la puerta una plazoleta como de pueblo con árboles y arbustos con las hojas caídas o a medio caer. El primer deseo fue revolcarnos en aquel maravilloso lecho de hojas amarillas en el que estuvimos jugando todo el tiempo. La comida era casera y de buena calidad y el restaurante, a esas alturas del año, noviembre, casi exclusivamente para nosotros. Tanto Koldo como yo supimos que aunque no hubiéramos organizado ninguna salida las actividades se hubieran cubierto porque el recinto tenía suficientes medidas de seguridad, diversidad importante de espacios que permitían el juego de exploración, el de conocimiento porque teníamos castaños alrededor y nos dedicamos a sacar las castañas de sus fundas, una vez que se caían al suelo. De todas formas no pudimos resistirnos a investigar los alrededores en los que pudimos conocer una enorme variedad de árboles, de colores y de olores porque en otoño la Alpujarra es un festival.


         En todas las colonias el ritual más impresionante es el de las linternas. Los pequeños llevan linternas de sus casas y por la noche salimos de paseo a reconocer el terreno en medio de la oscuridad. Es una mezcla de miedo, de curiosidad y de fuerza porque el grupo imprime valor suficiente como para que cada uno pueda esconder en el conjunto su propio miedo. Es verdad que hay que cuidar las condiciones de seguridad pero es que nuestro camping tenía los espacios muy bien acotados por lo que podíamos movernos con cierta soltura sin exponernos a riesgos peligrosos. La asamblea que realizamos en medio del camino sentados en el suelo y contando historias de las que tenemos cerca o de las que recordamos se convierte en algo imborrable. En esa colonia el punto álgido fue el encuentro en medio del camino y en pleno día con una mantis religiosa adulta que nos mantuvo la atención un buen rato siguiendo sus movimientos y luego su recuerdo de que nos pudiera salir en cualquier momento sin que nos diéramos cuenta con la oscuridad. A la vuelta no se mareó nadie porque casi todos vinieron durmiendo.

domingo, 1 de noviembre de 2015

SEGUNDO


         Hay noticias de gran impacto inmediato aunque después, su trascendencia no sea significativa,  como puede ser la aparición del cadáver de un pequeño de tres años en una playa turca. En aquel momento la sensibilidad del mundo fue sacudida pero hoy, unos días después ya han muerto otros setenta menores tragados por las aguas como él y no nos hemos enterado siquiera y miles de refugiados siguen deambulando por caminos sin fin,  rodeados de vayas por todas partes físicas y, sobre todo, mentales. Hay otras que aparecen con sordina, que apenas se las oye,  pero que van a tener en el futuro un impacto enorme en todo el mundo. China acaba de autorizar a las familias para que puedan tener un segundo hijo.

         Una de las medidas de mayor alcance de la China comunista  venía siendo que sólo se podía tener un hijo. El control de natalidad era tan férreo que la presencia de un segundo hijo estaba penalizada hasta ahora. Combinando esta medida con costumbres ancestrales,  el resultado era que las familias querían hijos varones. Miles de niñas se vieron rechazadas y diseminadas por el mundo entero, en España superan con mucho las 7000, o bien las mataban directamente en cuanto nacían, lo que les ofrecía una nueva posibilidad de tener un varón, que era su deseo. Muchos países han gozado durante años del privilegio de adoptar niñas chinas que hoy son ciudadanas de un mundo que las ha acogido con los brazos abiertos a pesar de que en estos días estemos sacudidos por la conclusión del juicio de Asunta Basterra Porto, una niña china adoptada hace doce años por una familia gallega y, al parecer según la sentencia que acaba de proclamarse, asesinada por sus propios padres.

         El control de natalidad impuesto en China con mano de hierro ha producido de hecho la aparición de la generación de los emperadores, porque las familias han mimado a sus varones como preciados tesoros mientras ahora se encuentran con un déficit importante de hembras porque las han suprimido o han permitido que se diseminen por los países que en su día las adoptaron. Debería enseñarnos a todos que una medida como el control de natalidad que puede ser buena y deseable si se asume por el pueblo, puede convertirse al cabo de unos años en un drama nacional si se impone así, sin más. Hoy China tiene que cargar con la responsabilidad de haber eliminado a miles de niñas suyas, haciéndolas desaparecer sin más o repartiéndolas por países que han querido adoptarlas, una vez que las familias las habían abandonado en orfanatos previamente porque preferían varones. El frío de los datos venía diciendo que China era el país más poblado del mundo con 1400 millones de personas y hoy parece que está a punto de ser superado por India en donde no ha regido nunca control de natalidad alguno.


         Nada de lo que estamos contando hoy tiene nombre propio ni una cara en particular. Como mucho podemos identificarlo con unos ojos rasgados que hace años nos sonaban a chino y que se han convertido en paisaje normal en cualquiera de nuestras calles, no solo por efecto de la emigración, que también, si no porque si les preguntas que como se llaman te pueden decir en lengua castiza que Clara Sui, o que Paula Wen, o que Abril Chang y son tan ciudadanas de este país como cualquiera de los que hemos nacido aquí y que no saben otra lengua que la nuestra ni piensan de otro modo que como pensamos nosotros aunque, con magnífico criterio, sus familias les organicen encuentros periódicos con otras niñas  como ellas para hablarles del país en donde nacieron y para que no se sientan bichos raros por el hecho de tener los ojos horizontales y sepan que son muchas y que la belleza no está en la posición de los ojos. Afortunadamente para todos estamos llegando a unos niveles de mezcla de razas, de religiones y de culturas que, a pesar del empeño de algunos por poner barreras físicas o mentales para que cada uno se reúna solo con los suyos, los nuestros somos todos y no hay más país que la misma tierra que a todos nos cobija.