Andrea
no es un nombre concreto. Era una niña de 12 años que hace unos días acaba de
morir, una vez que su familia había logrado, después de cuatro meses de tortura
médica, que el hospital le quitara la sonda gástrica que la mantenía con vida a
base de sufrimiento y le administrara sedantes adecuados para que se fuera de
este mundo con dignidad y en paz. Pero podía llamarse Gonzalito, que dejó este
mundo a los 11, después de que su madre,
mi amiga Dori que en paz descanse también, quedara destrozada de la columna de
traerlo y llevarlo a cuestas a todos los sitios del mundo donde creía encontrar
una pista de mejora para su hijo que nunca pudo aportarle una palabra, un beso,
un gesto de alivio más allá de su presencia. La muerte de la madre fue por
causas ajenas a su hijo pero en los 11 años que compartieron juntos no faltaron
penalidades que influyeran en su salud.
No sé
por qué estoy llorando. No siento pena por Andrea que ha vivido 12 años dentro
de una familia que la ha tratado con dignidad
hasta el punto de luchar por permitirle irse de este mundo en paz cuando
han entendido que la niña había tirado la toalla y estaba sufriendo
innecesariamente. Será porque los viejos nos volvemos muy sentimentales y abrimos
las compuertas de las lágrimas mezclando sentimientos. Se me cuela en la mente
el pequeño ahogado en la playa o tantos pequeños y mayores como vemos buscando
un lugar en el mundo que los acoja, o los miles que todavía mueren por una
simple diarrea, en el mismo mundo que
derrocha millones a manos llenas para encontrar el arma más mortífera posible y
se justifica por ello. Quizá deseo para todos
la dignidad de trato que ha tenido Andrea con familiares mirando por
ella hasta en la hora y defendiéndola hasta su último aliento. Todos tenemos que
morir. Lo sabemos desde el principio pero no valen lo mismo unas muertes que
otras. Yo deseo morir como Andrea y que todos tengamos una
muerte amiga como la que ha
tenido Andrea. A lo mejor lloro por eso.
En
España hubo un ministro de justicia que defendió en el parlamento que no se
podían tolerar los abortos legales ni siquiera cuando se tuviera la certeza de
malformaciones en el feto. Hoy ya no está pero porque se fue él. Pensé en aquel
momento que los niños que hubieran nacido con malformaciones en aquellos días
se les podían haber dejado en la puerta de su casa para permitirle que hiciera
todos los méritos del mundo cuidándolos y ofreciéndoles el amor al que sin duda
tienen derecho ya que según su opinión las familias preferían abortar antes que
pasarse como Victoria con su Víctor va para 30 años lavándolo cada mañana,
poniéndole la bolsa de los excrementos, inyectándole su alimentación a través
de la sonda gástrica y cargándolo de la cama a la silla de ruedas y viviendo
para él. Ya se me han quitado las lágrimas y ahora siento mucho cabreo de
pensar que un señor ministro desde su tribuna del parlamento se atreva a
condicionar hasta este punto la vida de una familia mientras él va y viene,
ajeno a las consecuencias de sus decisiones.
La
defensa de la vida es una idea noble pero se pervierte si no precisamos primero
lo que entendemos por vida. Vivir a cualquier precio muchos no estaríamos de
acuerdo. Desde el más escrupuloso respeto a quien pueda pensar de otra manera
es también exigible el mismo a los que pensamos que en el hecho de vivir debe
haber límites porque existen estados de vida en los que la propia dignidad de
las personas se queda en evidencia y se debe tener derecho a decidir los
límites que ni la ciencia ni el ministro más atrevido o temerario es quien para
involucrar a terceras personas. Es el respeto a la conciencia de cada uno el
que debe regir los límites en los que podemos decir basta y aceptar que la
ciencia se debe poner a nuestro servicio para mantener nuestra dignidad hasta
el final a través de medios paliativos, que los hay, antes que empecinarse en
prolongar la vida a cualquier precio manteniendo sufrimientos innecesarios para los enfermos y para los familiares que
los cuidan.
De las lágrimas de ternura a las de rabia, qué doloroso es tener que perder el tiempo y la energía en luchar lo que es inherente a la dignidad que todos merecemos.
ResponderEliminarUn abrazo
Un tema que has sabido tratar magistralmente.
ResponderEliminarSaludos
A ver si los políticos se ponen a trabajar en las cosas importantes de una puñetera vez. Deberían haber separado en la legislación claramente lo que son derechos y lo que es la moralidad de cada uno (por ejemplo, del médico, del juez, etc).Por no resolver esto, están creando mucho sufrimiento.
ResponderEliminarAbrazos.
Hola Antonio, mucho tiempo que no paso por tu blog, espero que me disculpes.
ResponderEliminarEl caso de Andrea como de otros, lleva su controversia, pero cuando la vida llega a su fin, hay que usar calmantes suficientes para que no se sufra, otra cosa es quitarle la alimentación y la hidratación, sin ellas es causa de muerte segura. Lo normal es que se trate el sufrimiento y que se muera sin hacer nada más. Hoy día se abusa más de la distanasia que de la eutanasia.
Un saludo en mi sexto aniversario de blog.
mientras Iglesia y Estado se empeñen en arbitrar vidas cono muertes, muertes como vida churras como merinas o viceversa, conciencia laxa con moralidad unilateralmente administrada, poco hay que hacer.
ResponderEliminarDe momento, este caso, flagrante sin paliativos, de Andrea, nos coloca un poco en el disparadero de pensar. Y pensar pero sin prejuicios, a ver a qué facción hago más la reverencia, a qué facción denosto...
Sigo pensando que no es tarea sencilla administrar justicia. Y harto difícil marcar los límites de las decisiones ajenas. Aún con tanto agravante, me parece fundamental que sean los padres, como hacedores de vida, quienes valientemente adopten la última decisión, cuando es la dignidad y la vida de sus hijos lo que está en juego. Y eso no es eutanasia ni nada parecido.
(óle por el artículo, sinceramente)
Esta semana he estado pendiente de los comentarios que suscitaba tu entrada sobre la digna muerte de Andrea y las indignas posturas de algunos profesionales. Daba por supuesto que te ibas a encontrar con duras reacciones contrarias a tu postura pero, aparte de los silencios (ha habido bastantes menos intervenciones que en las semanas anteriores), me muestro gratamente sorprendido del tono de tus comentaristas.
ResponderEliminarReconozco que el tema es de los que ponen los pelos de punta y yo no quisiera en ningún momento verme en el pellejo de esa familia. Los padres reclamando que los médicos permitan a su hija irse de este mundo. Ahí es nada. Pedro puesto que el tema ha llegado a la luz me parecía que había que pronunciarse desde la rotura interior que la situación ya de por sí supone. Un abrazo
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