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domingo, 19 de julio de 2015

PAZ


         La semana pasada lo planteábamos como vicio:  el de los mayores que no son capaces de permitir a los pequeños que evolucionen frente a sus conocimientos con su propio ritmo, a su humor, sino que se sienten obligados a estar tomándoles continuamente la lección de todo aquello que les han estado enseñando. Y el resultado significa frustración para todos empezando por ellos mismos porque los niños no responden a lo que se les reclaman de manera automática, lo que les hace casi siempre quedar mal ante terceros. A los pequeños porque se ven permanentemente acosados y puestos en el disparadero de tener que responder a lo que se pretende de ellos y, de no hacerlo, arrostrar con la censura y la frustración de quienes no paran de insistirles y a los terceros porque asisten con frecuencia a una sucesión de insatisfacciones por parte de quienes quieren agasajarles con las gracias de los pequeños en la medida y en la forma en que ellos disponen.

         Estoy seguro que esta manera un poco angustiosa de vivir es más frecuente de lo que parece y no tiene tiempo mejor que otro ni en la edad de los niños ni a lo largo del año. No es descabellado pensar que en el periodo escolar es menos frecuente, sencillamente porque la mayor parte del tiempo los pequeños lo pasan en la escuela. Es verdad que la propia escuela se ha convertido también en una especie de vorágine de preguntas y respuestas a las que los niños se ven sometidos de manera implacable,  lo cual produce en general un sentimiento de angustia y de aversión a todo lo que significa estructura escolar en la que los pequeños, desde que atraviesan la puerta  por la mañana hasta que la abandonan a la hora de salida, pierden su condición de personas para asumir la de alumnos, dotada con menos derechos y con más obligaciones. Aun así y a pesar de los intentos en contrario, parece imposible someter en todo momento a los niños y todos somos capaces de recordar de nuestros tiempos escolares momentos o espacios en los que pudimos gozar de una cierta impunidad.

         Lo deseable sería que esos espacios de impunidad en los que los niños no tuvieran por qué sentirse alumnos, mantuvieran sus propios nombres y fueran reconocidos y valorados individualmente mientras gozaran de las inmensas posibilidades que la escuela puede ofrecerles y que de hecho, de vez en cuando gozan. En los tiempos de vacaciones como este larguísimo estío por el que estamos atravesando hay horas del día en las que los niños se encuentran exclusivamente a mercad de sus adultos de referencia, padres sobre todo, pero también familiares cercanos o allegados dispuestos a colaborar en la educación y poner una pica en Flandes a costa de los niños. A pesar de todos estos inconvenientes, reales como la vida misma, lo cierto es que la situación se podía prestar a que los pequeños disfrutaran de largos periodos de paz durante los cuales se les permitiera experimentar tranquilamente con los tiempos y con los objetos para ir construyendo sus vidas y sus aprendizajes a su ritmo y, en todo caso, vigilados de cerca por sus seres queridos que en un momento determinado los saquen de un atolladero en el que su falta de experiencia los haya metido.


         Pero no sé qué pasa en la vida que todo aquello que nos pueda resultar gozoso por algún motivo, o es malo o engorda. Inexplicablemente en el caso de los niños, lo que se encuentra en vez de ese antro de placidez y de paz que sería tan deseable, es un conjunto de normas más arbitrarias y menos constructivas que las de la escuela y un nivel de exigencia tan rígido como el de la odiosa disciplina escolar de modo que, salvo en los momentos en los que los pequeños logran zafarse de nuestra vigilancia por descuido o por hartazgo, lo normal es que se sientan lo mismo de sometidos que en clase con la dificultad añadida que quienes les someten no tienen ni siquiera la destreza profesional que los maestros, quienes imprimen cierto sentido al conjunto normativo en el que se desenvuelven. Dichosa paz, quién la pillara para no soltarla ni poco ni mucho.


6 comentarios:

  1. Visto con esta lupa intransigente, sí es angustia. Pero creo que las cosas, en la realidad y en lo evidente y constatable, no son tan dramáticas . En fin, puntos de vista, parece.
    Bs

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  2. Gran artículo.
    Es bueno que haya un puntito de impunidad...si la educación es buena !

    Saludos
    Mark de Zabaleta

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  3. Calma, tranquilidad, reposo, quietud palabras que dicen lo mismo y palabras que en muchas ocasiones muchos padres no reconocen ni conceden para sus hijos hablando de "exámen"; pero también es cierto que si la acción es la génesis de todo conocimiento, entonces se hace necesario la intervención del adulto ya sea del maestro ó de algunos de los dos padres para que el pequeño inicie procesos importantes para su desarrollo integral. Siempre tendré en cuenta que antes de llegar a la autonomía total hay un largo proceso y antes de llegar a este nivel el niño es un ser indefenso.
    Buen artículo que podría llevarnos a otros igual de importantes. Un beso.

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    1. Yo siempre he partido de la base de que los niños son curiosos por naturaleza y que de lo que se trata es de explotar esa curiosidad por conocer y por dominar el mundo y trabajar a su favor. Estoy de acuerdo en la necesidad de ,la intervención de los adultos, pero no parea interrumpir esa corriente de curiosidad sino para favorecerla y permitir que se desarrolle en las mejores condiciones. También estoy de acuerdo en que este artículo nos lleva otros de igual importancia. Espero que con tiempo y paciencia los iremos tocando todos. Ese es el empeño de este blog precisamente. Espero que con las aportaciones de todos los amigos que comentais. Un beso

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  4. Contarás con mis pequeños aportes, unos por la experiencia y otros basados en la investigación, aunque sé que para tí vale mucho mas lo vivencial. Un beso.

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    1. Tanto los de la experiencia como los de la investigación serán valiosos y bienvenidos. Gracias por todos. Un beso

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