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domingo, 26 de julio de 2015

VOTO


         Del texto de la semana anterior quedó un testimonio gráfico aportado por Ivonne del que no pudimos dar noticia, sencillamente porque no sé cómo incluirlo en los comentarios. Ni siquiera sé si se puede incluir. Si alguien lo sabe y quiere contarlo, a lo mejor podemos aprenderlo. De cualquier modo, lo más que hemos podido ofrecer es la posibilidad de sacarlo en éste y ahí va como primera foto para que no se nos queden aportaciones pendientes ni atrasadas.

         El asunto que queremos tocar hoy tiene que ver con las reivindicaciones sobre la primera infancia y las razones de por qué cuesta tanto  hacerlas visibles y que la sociedad las conozca. Como lo hemos vivido a lo largo de muchos años tenemos tendencia a hacernos víctimas más o menos exclusivas pero sé que no somos los únicos que tienen dificultades para hacerse presentes socialmente hablando. En realidad nuestro sector como cualquier otro de los que no votan, que son bastantes, tienen precisamente en el voto su mayor dificultad para disponer de presencia social significativa. Muchas veces hemos realizado manifestaciones para conseguir puestos  suficientes en Escuelas Infantiles, mejores condiciones  de juego en las ciudades, espacios acotados con suficiente seguridad o tantas otras mejoras pendientes que quedan a pesar de reconocer que las mejoras han sido y son de gran calado desde unos años a esta parte, cosa que es de agradecer y que significa una conciencia creciente sobre la valoración de estas edades primeras de la vida.

         La forma de valorar la cantidad de faltas pendientes todavía, a pesar de los importantes esfuerzos, es reconocer que se empezaba desde muy atrás y, por tanto, el camino a recorrer era largo y tortuoso. Uno se da cuenta de que nos encontramos tan en mantillas que los primeros pasos se han de dirigir a definir cuáles y cuántas son las necesidades más elementales y de qué orden. Creo que eso dice de dónde partimos y qué nivel de conciencia necesitamos cuando ni siquiera tenemos definidas las necesidades más apremiantes a las que una sociedad debe responder a sus ciudadanos de los primeros años. Con mejor o peor acierto se están dando los primeros pasos para definir las necesidades y poner las primeras medidas que lleven a un mundo en su día en el que los pequeños se sientas concernidos como ciudadanos. Estoy seguro que estos progresos se están produciendo con una enorme irregularidad según los países, su nivel de riqueza y sobre todo, según el reparto que se hace de la misma. Por lo que he podido conocer estamos dando algunos pasos en el terreno de la salud: higiene, limpieza, comida, sueño, condiciones de habitabilidad de las viviendas y de los espacios públicos destinados a los pequeños.


         No quiero ser desagradecido y reconozco que, al menos en determinados países como en el que yo vivo por ejemplo, ciertamente se ha avanzado en esta dirección pero tampoco quiero dejar de mencionar que no siempre significa la mejora de determinadas condiciones materiales una mejora global de las condiciones de vida porque a la vez que algunos elementos avanzan en calidades y adecuaciones, se van quedando en el camino logros más elementales y que tienen que abandonarse porque los modernos imponen criterios discutibles pero a los que todos nos tenemos que someter. Los espacios públicos de juego pueden ser un buen ejemplo que hable por sí mismo de lo que decimos. Se acota rigurosamente sobre el resto de los elementos urbanos, lo que hace ganar en seguridad pero al mismo tiempo establece un cierto clima de jaula en la propia ciudad ya que los niños deben estar siempre dentro de los recintos destinados para ellos. Los columpios disponen de materiales con importantes medidas de seguridad en la composición y en los materiales de que están formados los que hace que ganen en seguridad sin duda, pero al mismo tiempo también obligan a recluir a los pequeños a que sea sólo en estos elementos dedicados a ellos a donde tengan que jugar lo que no deja de ser un cierto ghetto. Sé que no hay nada perfecto pero estaría bien ser menos estrictos en condiciones y que la ciudad en general estuviera más cerca de todos.


domingo, 19 de julio de 2015

PAZ


         La semana pasada lo planteábamos como vicio:  el de los mayores que no son capaces de permitir a los pequeños que evolucionen frente a sus conocimientos con su propio ritmo, a su humor, sino que se sienten obligados a estar tomándoles continuamente la lección de todo aquello que les han estado enseñando. Y el resultado significa frustración para todos empezando por ellos mismos porque los niños no responden a lo que se les reclaman de manera automática, lo que les hace casi siempre quedar mal ante terceros. A los pequeños porque se ven permanentemente acosados y puestos en el disparadero de tener que responder a lo que se pretende de ellos y, de no hacerlo, arrostrar con la censura y la frustración de quienes no paran de insistirles y a los terceros porque asisten con frecuencia a una sucesión de insatisfacciones por parte de quienes quieren agasajarles con las gracias de los pequeños en la medida y en la forma en que ellos disponen.

         Estoy seguro que esta manera un poco angustiosa de vivir es más frecuente de lo que parece y no tiene tiempo mejor que otro ni en la edad de los niños ni a lo largo del año. No es descabellado pensar que en el periodo escolar es menos frecuente, sencillamente porque la mayor parte del tiempo los pequeños lo pasan en la escuela. Es verdad que la propia escuela se ha convertido también en una especie de vorágine de preguntas y respuestas a las que los niños se ven sometidos de manera implacable,  lo cual produce en general un sentimiento de angustia y de aversión a todo lo que significa estructura escolar en la que los pequeños, desde que atraviesan la puerta  por la mañana hasta que la abandonan a la hora de salida, pierden su condición de personas para asumir la de alumnos, dotada con menos derechos y con más obligaciones. Aun así y a pesar de los intentos en contrario, parece imposible someter en todo momento a los niños y todos somos capaces de recordar de nuestros tiempos escolares momentos o espacios en los que pudimos gozar de una cierta impunidad.

         Lo deseable sería que esos espacios de impunidad en los que los niños no tuvieran por qué sentirse alumnos, mantuvieran sus propios nombres y fueran reconocidos y valorados individualmente mientras gozaran de las inmensas posibilidades que la escuela puede ofrecerles y que de hecho, de vez en cuando gozan. En los tiempos de vacaciones como este larguísimo estío por el que estamos atravesando hay horas del día en las que los niños se encuentran exclusivamente a mercad de sus adultos de referencia, padres sobre todo, pero también familiares cercanos o allegados dispuestos a colaborar en la educación y poner una pica en Flandes a costa de los niños. A pesar de todos estos inconvenientes, reales como la vida misma, lo cierto es que la situación se podía prestar a que los pequeños disfrutaran de largos periodos de paz durante los cuales se les permitiera experimentar tranquilamente con los tiempos y con los objetos para ir construyendo sus vidas y sus aprendizajes a su ritmo y, en todo caso, vigilados de cerca por sus seres queridos que en un momento determinado los saquen de un atolladero en el que su falta de experiencia los haya metido.


         Pero no sé qué pasa en la vida que todo aquello que nos pueda resultar gozoso por algún motivo, o es malo o engorda. Inexplicablemente en el caso de los niños, lo que se encuentra en vez de ese antro de placidez y de paz que sería tan deseable, es un conjunto de normas más arbitrarias y menos constructivas que las de la escuela y un nivel de exigencia tan rígido como el de la odiosa disciplina escolar de modo que, salvo en los momentos en los que los pequeños logran zafarse de nuestra vigilancia por descuido o por hartazgo, lo normal es que se sientan lo mismo de sometidos que en clase con la dificultad añadida que quienes les someten no tienen ni siquiera la destreza profesional que los maestros, quienes imprimen cierto sentido al conjunto normativo en el que se desenvuelven. Dichosa paz, quién la pillara para no soltarla ni poco ni mucho.


domingo, 12 de julio de 2015

EXAMEN


         Cada semana me doy cuenta que tengo distintas motivaciones para tocar un tema u otro. En esta ocasión viene a cuenta de mi nieta África. La suelo ver cada semana, los sábados normalmente y siempre dependiendo de lo que programa su familia. Esta semana concretamente, como estaban en la playa, he tenido que esperar hasta esta mañana para que me la traigan y hayamos podido echar un rato con ella mientras desayunábamos en una ciudad medio vacía. Es tiempo de playa y todo el que puede huye del casco urbano, si bien los que nos quedamos gozamos de espacios imposibles el resto del año.

Inevitablemente en cuanto he tenido la niña en mis brazos, ya estaba su padre recordándole la cantidad de ocurrencias que tenía que hacerme. Sabe de sobra y yo se lo digo siempre que a risa de niño y a canto de pájaro no convides a nadie pero parece como si no fuera con él. La niña, por supuesto, no le ha hecho ni caso y se ha dedicado a hacer y a decir lo que se le iba ocurriendo en cada momento mientras su padre me iba pormenorizando la importancia de las nuevas ocurrencias. Una vez más yo le seguía la corriente para que no fuera a pensar que no me interesaba lo que me estaba contando. Una vez que había pasado un rato y habíamos entrado en conversación nosotros, la niña saltaba con alguna ocurrencia nueva o con otra ya sabida como es lógico y su padre me aclaraba que eso era lo que él me había anunciado antes, como si yo no lo supiera. Me daba la sensación de un teatro en el que cada uno representaba el papel correspondiente sin tener en cuenta ninguno lo que estaba diciendo el otro. Así hemos pasado todo el rato hasta que sus padres han seguido su viaje hasta su casa y me he quedado con mi hija pequeña, Elvira, comentándole lo absurdo de la situación. Nos estábamos comportando como desconocidos. En plan de broma, cuando su padre empieza a pedirle cosas a la niña, yo le digo que la está examinando y que ella parece no estar por la labor de responder lo que él le pide y la va a tener que suspender.

         De este contenido completamente real tan particular me valgo para extraer alguna generalización porque estoy seguro de que la situación no tiene nada de insólita. Más bien al contrario. Los pequeños necesitan paz para comportarse como ellos estimen oportuno y también para marcar el ritmo de sus adquisiciones. Por más que lo intentemos no se va a producir que hagan lo que nosotros les pidamos en la manera y en la forma que queramos, lo que va a ser con frecuencia una fuente de tensiones y de frustración al comprobar que nosotros vamos andando por un lado y ellos por otro y que la incomunicación se hace presente y puede crecer si no asumimos las verdaderas claves de su comportamiento. Es un vicio muy frecuente que no hace sino crear tensión en los momentos de convivencia con los pequeños de manera innecesaria y gratuita. Parece muy complicado sencillamente dejar a los pequeños que se expresen a su humor, con su ritmo y dedicarnos, si queremos, a escucharlos en sus manifestaciones espontaneas. Entonces veremos cómo sacan sus ocurrencias, sus hallazgos sin necesidad de que se los tengamos que reclamar.


         Una vez más compruebo que de cada caso particular puede uno sacar lecciones que se convierten en generales y que nos pueden servir para tener conciencia de que podemos aprender si somos capaces de escuchar lo que nos cuenta la realidad de cada día. Pero también podemos aprender que la incomunicación existe y que el discurso que tenemos cada uno, si no lo contrastamos con el que tienen los que viven cerca de nosotros, se convierte en un soliloquio puesto al lado de otro soliloquio que no desarrolla la imprescindible función de diálogo que se ha de producir para lograr el conocimiento. Con los más pequeños  puede parecer que no tiene importancia porque todo se puede modificar en cualquier momento pero no es cierto porque las costumbres terminan haciéndose leyes y marcan el estilo de relaciones que tenemos cada día.


domingo, 5 de julio de 2015

AGUA


         Ya sé que hay minucias que no haría falta ni mencionar, pero puesto que me siento en mi casa no me resisto a comentar que la semana pasada, de vuelta de mi viaje a Bogotá tenía preparado mi texto para editarlo el domingo por la tarde, como siempre, cuando comprobé que no tenía internet en ese momento. Me volví loco llamando a Movistar y, por más que lo intenté no pude disponer de línea hasta el lunes por la tarde para mi desesperación, entre otras cosas porque el texto aludía a momentos que no admitían retraso.

         Una vez resueltas las incidencias técnicas y vuelto a la normalidad me siento a continuar con nuestro tema de fondo y a 40º grados o más no se me ocurre otro asunto que centrarnos en el agua, elemento indispensable, que debería ser universal y que desgraciadamente todavía no lo es aunque sí en lo que se conoce como primer mundo y relativamente barato y al alcance de casi todos. Hace mucho tiempo, cuando mis hijos mayores estaban en la universidad recuerdo que les insistía en que había dos temas de futuro que según mi criterio sobresalían sobre los demás: la potabilidad del agua y el reciclaje de las basuras. Entonces, hace unos 20 años, lo veíamos claro aunque la deriva profesional de ninguno de los dos guarda relación con ellos. Hoy el paso del tiempo está poniendo en evidencia cada día más que ambos asuntos están consiguiendo un puesto más preponderante cada día y puede que en no mucho tiempo los veamos pasar a primera línea de las actividades industriales, por delante incluso de la producción de materias que todavía consideramos básicas.

         Para los niños, sobre todo en estos veranos tórridos que soportamos, la presencia del agua debe ser de primera necesidad. En primer lugar para  beber en cualquier momento. No hace falta ingerir cantidades grandes. Es más, mucho mejor si lo que les ofrecemos son pequeños buchitos, casi bocanadas frecuentes que vayan manteniendo un nivel de hidratación suficiente en el cuerpo. Es importante destacarlo porque muchas veces los niños se ponen a jugar y se concentran tanto en el juego que se olvidan de casi todo lo demás, entre otras cosas de beber. Tampoco hay que tener demasiada preocupación porque hay muchas formas de ingerir líquido indispensable: helados, caldos, purés, zumos, batidos… que tienen una alta proporción de agua, pero los sorbos de agua pura siguen siendo los consuelos principales para el cuerpo sudoroso que gasta y gasta líquido y hace que el cuerpo dé señales de su falta sin que tenga que ser pidiendo agua precisamente. A veces vemos a los pequeños irritables, agresivos, inquietos, ansiosos, impertinentes incluso y, aunque no nos lo digan, lo que nos están reclamando son bocanadas de líquido, mejor si es agua, porque el cuerpo necesita unos remanentes que con el calor excesivo se consumen con mucha facilidad. Habría que llevar en todo momento alguna botella, biberón o cualquier otro artilugio que nos permitiera ofrecer agua con frecuencia y llamar la atención de los pequeños para que cuenten con ella como una amiga inseparable.


         Pero no es sólo beber. Beber es lo primero sin duda, pero vale también usarla para refrescar el cuerpo. Bañarse en el mar, en la piscina, en los chorros que se hacen presentes en los parques públicos que permiten a los pequeños corretear por encima de ellos y recibir de improviso el chorro que sale del suelo y que los mantiene hidratados exteriormente a la vez que les sirve como motivo de juego. De cualquier modo el agua debería estar siempre al alcance de los niños, sobre todo en estos días tórridos en los que se hace imprescindible. Es verdad que las ropas que lleven puesta se van a mojar con seguridad pero las familias deberían disponer de un orden de prioridades de modo que, o bien fueran suficientemente ligeros de ropa o casi sin ninguna, sobre todo si se sabe que van a contactar con el agua pero es que, aunque así no fuera, conviene tener un poco de manga ancha y valorar en cada momento lo que es primero y el agua siempre debería ser primero, sobre todo en estos días tan calurosos.