Soy
consciente de que he permitido una laguna de dos semanas que intento evitar
desde este momento. Después de un intercambio ininterrumpido de comentarios con
Ivonne habíamos llegado a establecer una relación personal de cierta intimidad,
la que permite este medio que no es poca pero no suficiente. Había llegado un
momento en el que yo necesitaba saber quién había detrás de esos comentarios y
de esa imagen por Skype y, ni corto ni perezoso como siempre, me planté en
Bogotá después de haberlo acordado con mi interlocutora como es lógico. Me
llevé el ordenador pensando que podría cumplir mis compromisos desde allí y no faltar a mi cita de cada semana. No ha
sido así y lo siento. Ya de vuelta reinicio mis aportaciones después de haber
vivido las dos semanas con Ivonne y de haberme dado cuenta una vez más que la
distancia de 8000 kilómetros no es más que una convención y que en cada punta
había una persona que buscaba a la otra y que nos hemos encontrado y ha surgido
una relación que ya veremos a dónde nos lleva pero que, por lo pronto nos ha
permitido vivir una luna de miel en intensidad y profundidad inolvidables.
En
relación a nuestra temática habitual referida a la educación de los más
pequeños, en el barrio de Los Álamos Norte de Bogotá, lindando con el aeropuerto,
que es donde hemos convivido porque allí es donde Ivonne tiene su casa, he
podido conocer que hay toda una serie de urbanizaciones de protección oficial
destinadas a mujeres cabezas de familia que determinan por completo la
composición humana que allí habita. La entrada de cada urbanización me ha
impresionado que se inicia con un
habitáculo para la persona de seguridad uniformada, si bien perteneciente a una
empresa privada. Aparte del tiempo dedicado a conocernos hemos paseado mucho
por el barrio y he podido constatar que el tema de la seguridad es una
presencia permanente en cada una de las urbanizaciones que componen el popular
barrio y en la calle, recién iniciadas las vacaciones escolares ha sido patente
la presencia de madres con hijos de acá para allá. En España se nota que los
hombres se están incorporando al cuidado de los pequeños aunque todavía de
manera incipiente o, cuando menos, minoritaria. En Bogotá la desproporción a
favor de la mujer me ha parecido casi total. Es verdad que hemos visto algún
hombre con carrito pero francamente, testimonial.
Aunque
en mis dos semanas de estancia no he percibido ninguna manifestación de
hostilidad especial, cuando he comentado con Ivonne lo que me parecía un exceso
de preocupación por la seguridad, ella me insiste en que los hechos agresivos y
de inseguridad están a la orden del día y que seguramente se manifiestan con
más frecuencia e intensidad en el centro
que es donde la enormes diferencias sociales quedan más patentes. He
aceptado sus argumentos porque ella junto a sus compatriotas es quien vive allí
y tiene más y mejor información pero no he podido evitar venirme con una cierta
idea de que el principal protagonismo de la sensación de inseguridad es el
miedo a que pase algo. Reconozco que tengo muy pocos datos fuera del lugar
donde vivo pero sí he visto cómo paseábamos discretamente y nadie se ha metido
con nosotros en ningún momento. También es verdad que Ivonne me ha insistido en
que otra cosa es por la noche, a deshoras y si pasa una persona sola por la
calle, mucho más si es mujer.
Desde
el punto de vista personal mis objetivos se han cumplido con creces y hemos quedado comprometidos para seguir
nuestro encuentro en el tiempo venidero y valorar cuáles y dónde vamos a
encontrar la mejor forma de desarrollar esta relación que la vida nos ha puesto
en las manos y que ninguno de los dos parece dispuesto a despreciar sino todo
lo contrario. Pero los objetivos nunca se cumplen solos y he podido conocer un
país hermano, una megápolis con enormes dificultades para la convivencia y un
río de personas que cada día tienen que salir de su casa para buscarse la vida
en unas condiciones tan precarias que uno no se explica muy bien cómo salen
adelante.