En
trabajos anteriores hemos defendido insistentemente la necesidad de huir de la prisa y de acomodar nuestro ritmo
de trabajo en la escuela al propio ritmo de maduración de los pequeños. Como
refuerzo de esta tesis hemos abundado en la idea de la lentitud como forma de
entender la vida en general que busca y valora el camino muy por encima del
punto de llegada y que considera que lo importante no es el final de ningún
proceso sino el proceso mismo y que no vale la pena en ningún caso sacrificar el proceso por conseguir
ningún resultado porque es el proceso lo que importa.
En
este espacio geográfico en que yo vivo ya se ha impuesto el calor como elemento
esencial. En otros tiempos no tan lejanos lo asociábamos al sudor y al agobio
de una serie de acontecimientos imprescindibles pero molestos: siega, trilla,
almacenamiento de la paja y del grano, plantación de verduras: cebollas, ajos,
pimientos, tomates… Acciones casi todas
acomodadas a una economía de subsistencia que con un esfuerzo y dedicación
permanente podía conseguirse resolver las necesidades de una familia a lo largo
del año. Hoy que ya nos hemos separado del ciclo de la vida un poco más, a poco
que nos descuidemos podemos hasta prescindir de las estaciones del año a base de aparatos
de sustitución: calefacción para el invierno, aire acondicionado para el
verano… con el lio de que cada día nos encontramos un poco más lejos de la
organización natural de la vida y sus procesos esenciales. Es posible que
logremos una vida algo más cómoda pero casi seguro que también nos vamos
convirtiendo a la vez en seres cada día más ignorantes y menos capaces de saber
de dónde venimos y con quién viajamos.
Antes
del aire acondicionado y hasta antes del ventilador había que defenderse de las
altas temperaturas a base de aligerarse de ropa lo que, no solo conseguía que
nos moviéramos con más agilidad y con más soltura en este tiempo sino que
conseguía que nuestro cuerpo estuviera expuesto al sol durante ratos a lo largo
del día y adquiriera un moreno natural producto del sol y sombra. Los tiempos
de interior se combatían a base de persianas y de sombras, haciendo que el
viento entrara y saliera por espacios estratégicos creando brisas agradables
durante casi todas las horas del día. Y el agua, sobre todo el agua que, a
falta de piscinas que hoy están presentes en miles de casas particulares cuando
algunos las hemos conocido como rarezas públicas a las que se podía acceder
sólo previo pago de su importe, se han convertido en sobregastos innecesarios
de agua a la vez que en infinidad de pequeñas islas que nos hacen sentirnos
cada día un poco más solos y más
aislados los unos de los otros. Yo no sé donde se encuentra el disfrute de un
baño cuando se ha de hacer en soledad y en un espacio necesariamente pequeño y
sin que nadie nos vea o nos valore.
Y es
que no terminamos de darnos cuenta de que no somos los dueños de nada, mucho
menos de la vida. Podríamos ser, eso sí, piezas fundamentales de esta vida que
nos incluye a todos y podríamos gozar, incluso, de los nuevos elementos que
contribuyen a mejorar la vida siempre que no olvidáramos que somos piezas de un
conjunto mucho más amplio que nosotros y
del que formamos parte como tantos otros elementos materiales, animales, vegetales
o de otros órdenes. Desde esa perspectiva de partes de un todo, no sólo tenemos
todos beneficios del todo sino que quedamos enriquecidos por cada una de las
otras partes que configuran el conjunto. Una vez más me niego a aceptar la idea
de que cualquier tiempo pasado fue mejor porque estoy seguro de que no se
corresponde con la realidad pero sí puede ser que a cambio de algunos
beneficios materiales nuevos que el progreso nos va poniendo a nuestro alcance,
al mismo tiempo se nos esté haciendo pagar un coste que nos aleja de los
procesos evolutivos elementales y nos estemos convirtiendo en seres cada día
más alejados de todo el conjunto de la vida que sigue evolucionando sin
nosotros e ignorándonos cada día un poco más.
A mí me gusta llevar a los niños a dos sitios cuando hace calor: a la Alhambra y al Parque de las Ciencias.
ResponderEliminarLa Alhambra está tan expuesta a la climatología que el frío no es una buena compañía para disfrutar de ella. Especialmente no es agradable sentarse en suelos fríos y estar un rato quietos para dejarse llevar por los cuentos con los que voy trufando la visita.
El Parque de las Ciencias sí tiene los interiores climatizados, pero eso supone poner y quitar abrigos cada vez que entramos o salimos de una zona a otra; y también tiene interesantes zonas al aire libre donde moverse libremente es difícil cuando la ropa nos encorseta.
Y en ambos lugares el agua tiene un protagonismo importante y a mí me gusta que los niños la perciban, la oigan y por supuesto la toquen; y para tocar el agua, para mojarse necesitamos del calor.
Recuerdo aquel verano con el grupo de niños de Premiá de Mar haciendo su colonia que se albergaban en el Colegio Público Sierra Nevada y a tí cada tarde contándoles losa Cuentos de la Alhambra. También recuerdo el suplicio con los guías cada vez que llevábamos nuestros grupos porque se empeñaban en que molestábamos a sus grupos de turistas cuando la verdad es que no paraban de hacernos fotos, embobados de vernos alrededor de las fuentes sentado en el suelo escuchando el agua, los pajarillos olas historias quel es contábamos. Un abrazo
EliminarExcelente manera de tratarlo....
ResponderEliminarSaludos
Totalmente de acuerdo. Hay lugares y modos de percibir en menos intensidad el calor, todo es adaptarse al clima y a las necesidades de cada persona y según el lugar.
ResponderEliminarMuy didáctico tu post.
Un saludo
Rosa