Los
temas como el de la semana pasada no están relacionados con relato de actividad
que sea coherente con el tiempo que pasa, pero surgen como parte de la vida y
desde luego están muy relacionados con nuestra temática de fondo. Otros, como el de hoy, sí que lo están aunque
desgraciadamente se encuentren al margen de cualquier programación que haya
conocido. Sin embargo hay que hablar de ellos porque son realidades radicales y
debieran formar parte de la programación. A medida que fui cumpliendo años profesionales
me alejaba de las programaciones al uso
y me acercaba a secuencias como las que vamos a comentar.
En el
patio de la escuela, entrando a la izquierda, había un rosal que ya ha muerto
pero que al principio del 2000 vivía y, lo que era más importante, olía. El
color de las flores era discreto, como casi todo lo auténtico y sencillamente
rosa. Las rosas estaban altas, fuera del alcance de los niños. Los ponía en
fila y los subía hasta su altura uno a uno para que pudieran oler. Un poco en
broma y un poco en serio todos posaron su nariz en sus pétalos y exhalaron ese
¡huuummm ¡ medio admirativo medio sorpresivo. En el patio había otros rosales más vistosos que
no olían a nada. Alguno llegó a decirme que las rosas olían a colonia. Me
sirvió para explicarles con detalle que las rosas no huelen a colonia sino que
es la colonia la que huele a rosas. Cuando pasan estas cosas siempre me acuerdo
de cuando llegué a los Maristas en octubre de 1959. Mis compañeros decían que
los panes se cogían de los árboles. Y me lo decían a mí que soy de un pueblo,
Alfacar en Granada, en el que la mitad de sus habitantes vive del pan y el
pueblo entero huele a pan recién horneado cada mañana. Pensaba que mis
compañeros estaban locos pero también vivía la duda si el loco no sería yo.
No sé
si por esa razón o si hay otras, lo cierto es que he vivido una tendencia
creciente hacia la autentificación de las vivencias y a no conformarme con lo
que leía y aprendía de memoria. Cada vez más he necesitado encontrar la verdad
más profunda de las cosas y como maestro, transmitirla de la manera más fiel
posible. Una vez aclarada la verdad de la rosa tomamos como reto la glicinia,
la grande que cubría medio patio y la que fue naciendo en el arenero que ahora
lo cubre por completo. En este tiempo es un bofetón morado que echa las flores
antes que las hojas y que la encontramos a todas horas repleta de abejas, lo
que me valía para explicar en vivo y en directo el tema de la polinización,
intentando que perdieran el miedo a las picaduras porque los abejorros o las
abejas no iban a por ellos sino que lo que buscaban era comer y el polen los vuelve locos. Por
más que insistía en esa idea sé que algunos no me creerían pero también sé que
otros sí y sobre todo sé que les estaba diciendo la verdad y con eso es con lo
que me quedo.
Tampoco
sé de qué manera les pudo llegar este pequeño poema que me pareció adecuado
hacerles y que lo leímos varias veces. Algunos se lo aprendieron y yo lo guardo
con pasión, como todo lo que he hecho porque en todo he volcado lo que sabía y
lo que era. En unas cosas habré acertado y en otras me habré equivocado como
cualquier persona pero sé que los pequeños de lo que no han podido dudar nunca
es de mi autenticidad y de que lo que les
he transmitido era exactamente porque yo creía en ello. Os dejo el poemilla por
si a alguien le interesa:
La Glicinia
Soy racimo morado
De nombre glicinia.
Tengo olor de trompeta.
Llamo abejas, mosquitos,
Avispas ,
abejorros...
Mi corazón los alimenta.
Anuncio Primavera.
Detrás, con mucha fuerza,
Vienen las hojas
Y el ciclo de la vida
Que no espera.
La narración me llevó al colegio donde la oportunidad de la vida te dio tanto con estos pequeños, esto de ser auténtico es un derecho que algunos no dejamos que se nos quite y me encanta. Esto de los panes en los árboles es increible, como increible cuando un niño dibuja el elefante que vuela, a mí en lo personal me parece encantador escucharlo y verlo plasmado en un papel de colores- Este poema corto pero que dice todo, me recuerda la fragancia que trae las flores llamadas el Caballero de la Noche que se da mucho por mi ciudad. La música agradable. Un beso
ResponderEliminarTu flor del Caballero de la Noche aquí se llama GALÁN DE NOCHE y es verdad que su fragancia es intensa, penetrante. Creo que estar cerca de él puede llegar a ser desasosegante. Me alegro, además que mi escrito te suscite esas sensaciones tan personales. Sí te digo que son literales porque a estas alturas de mi vida no estoy para fantasías para impresionar a no sé quién. También me alegro de ver tus comentarios de nuevo y poder compartirlos contigo. Un beso
EliminarDesde hace unos años, vienen a algunas de nuestras escuelas unos jubilados que pertenecen a OFECUM, una asociación de voluntarios de la universidad. En la nuestra vienen a ayudar en la jardinería, montando talleres con grupos de niños de 3 a 5 años. En esta actividad los niños están en contacto directo con las plantas, la tierra, el agua, las herramientas... para que, como tú explicas, aprendan por su propia experiencia y no porque alguien se lo ha explicado fuera de contexto.
ResponderEliminarCreo recordar que fue una idea de Enrique, el anterior gerente. En su momento suscribimos el convenio con OFECUM tres escuelas. Con el paso del tiempo me parece que la única que lo mantiene es la tuya y creo que es un error porque los beneficios ya los estás señalando tú y yo estoy de acuerdo. Lo que pasa es que estas cosas, como sabes muy bien han de ser asumidas por el grupo para que funcionen y para que formen parte del proyecto global. Un abrazo
EliminarCiertamente es importante saber valorar los detalles de la vida que nos rodea desde la niñez....
ResponderEliminarUn cordial saludo