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domingo, 10 de agosto de 2014

ODIO


         Una de las razones por la que me he resistido a referirme a la guerra y a sus consecuencias es porque, conociéndome como me conozco, me iba a resultar difícil salir y volver a nuestro sentido positivo de la vida y a la educación como un proceso de construcción y perfeccionamiento de la personalidad. De todas formas me comprometo a limitar las referencias  y voy a intentar que este sea el último artículo, a no ser que imperativos nuevos me impulsen a retomar el tema. La vida es imprevisible y nadie conoce las derivas por las que pueda discurrir en el futuro próximo.

         Acaban de terminar tres días de tregua y en ellos hemos podido ver cómo la gente se empeñaba en hacer una vida normal como si no hubiera pasado nada, aunque a todas luces todo había cambiado radicalmente para miles de personas que se mantienen con vida. Para los muertos ya no hay cambio posible. En todo caso para los familiares que ahora tienen que aprender a vivir con la losa de su ausencia. Intencionadamente no estoy destacando la particularidad de los niños, tanto entre los muertos inocentes como en la recuperación de sus heridas físicas y mentales. La razón es que no quiero que signifiquen para quien lo lea un argumento de más valor que cualquier otra víctima inocente por el hecho de ser niños. Son personas  y con eso debiera bastarnos para aborrecer la posibilidad de que sufran los horrores de cualquier guerra. Mi reflexión, por tanto, quiere huir de la demagogia y de la lágrima fácil. Los tres días de tregua han significado un grito de esperanza que, desdichadamente ya se han ensombrecido de nuevo con el sonido de las bombas y con la cara de la muerte y del dolor, instalada  de nuevo en Gaza. Los palestinos han comunicado que no pueden aceptar una paz que mantenga el bloqueo que Israel quiere seguir imponiendo en la franja para que la vida de sus habitantes sea una vida tutelada por lo que ellos llaman el ejército invasor.

         No sé la deriva que va a tomar el conflicto en el futuro inmediato pero los augurios no son nada buenos y se inclinan más hacia más muerte y más destrucción. Mientras,  el mundo entero contempla el conflicto como de soslayo, como si no fuera con ellos, como si nosotros no estuviéramos afectados por el litigio. Nos conviene también verlo así para que nuestras conciencias pasen de puntillas y nos permitan seguir pensando que no va con nosotros. La pregunta que  quiero dejar aquí reflejada es cómo va a resultar posible cuando este conflicto acabe, que algún día tendrá que concluir digo yo,  encauzar tanto odio acumulado entre vecinos, puesto que ambos contendientes viven unos al lado de otros a fin de cuentas, y comenzar a construir una forma de vida en paz. Son ya demasiados años de conflicto aunque no en todos los momentos el nivel de violencia haya sido el mismo. Lejos de construir puentes de diálogo para articular una forma de vida de vecinos que se toleran, lo que hasta el momento ha venido sucediendo es que cuando las mesas de negociación han tenido encima acuerdos para firmar, siempre alguna de las partes ha encontrado la manera de hacer que la mesa salte en pedazos y que la situación vuelva de nuevo al principio.


         No quiero pensar que la única alternativa posible sea la eliminación de uno de los dos contendientes pero la experiencia hasta el momento parece que es ese el final que tiene asignado a un litigio que no termina,  por más años que pasan. Ojalá pudiera yo tener la solución al alcance de mi mano.  Lo que sí sé es que no habrá solución posible mientras sea el odio el que rija los destinos de los dos pueblos en conflicto. A estas alturas estoy convencido de que no es posible atisbar raíces de convivencia por ellos solos, dada la profundidad de las razones de discrepancia que esgrime cada uno. Ahí es donde la comunidad internacional debería implicarse en propiciar puentes de entendimiento y de diálogo que abran perspectivas de convivencia en algún momento del futuro. Mirar el conflicto esperando que se resuelva por sí mismo solo aporta desesperación.  
   

2 comentarios:

  1. el solo hecho de que un país se arrogue la exclusividad de impartir, repartir, limosnear... TREGUAS, ya pone los pelos de punta.
    O sea, ¿perdonando vidas, encima, y permitiendo media hora /día que malviva un pueblo harto de sufrir y harto de complacencias?
    me resulta tan repulsivo como inadmisible que todo un país se atreviera a concederme el favorcito de vivir tomado en pequeñas dosis de tregua, sin receta médica y barato de comprar....
    Vamos, que no hay por donde hincar el diente a este espectáculo mundial que hemos montado entre todos:
    actores
    actrices
    directores de batuta
    comentaristas
    estadistas
    pobres visores
    ricos analfabetos
    censores
    consentidores
    plañideras
    llorones
    e INDIFERENTES de diferente pelaje.
    estoy más que harta. Mucho más que harta, lo siento.


    abrazo

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  2. Ciertamente es un conflicto interminable que confirma lo dicho por Albert Einstein: "Hay dos cosas infinitas, el universo y la estupidez humana, y del universo no estoy seguro..."

    Saludos

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