A
riesgo de que pueda estarme repitiendo necesito puntualizar determinados
axiomas que en la práctica hay quien ignora o sencillamente los interpreta a su
albedrío sin atenerse a lo que la ciencia experimental y contrastada nos dice.
Es verdad que las costumbres tiran mucho y que la estricta rutina de hacer las
cosas como deben hacerse nos llegan a anular cualquier razonamiento constatado
por la ciencia. Pero la ciencia es muy tozuda y una vez que ha alcanzado un
hallazgo y lo ha corroborado convenientemente, crea doctrina por encima o al
margen de modas o de interpretaciones interesadas.
En los
primeros años de la vida no hay más que dos formas de desarrollar la
inteligencia: hablar y moverse. Yo no sé si quisiera que las cosas fueran así o
de otro modo. Seguramente dependiendo de qué momentos o qué estados de ánimo
estemos pasando estaremos dispuestos a asumir esta verdad científicamente
demostrada o no pero, por más vueltas que le demos, al final no nos queda más
remedio que aceptar como verdad, sencillamente lo que es verdad. Lo grave del
asunto no estriba en aceptar esta verdad ampliamente demostrada, sino que en
ese momento la estructura escolar, sabe dios con qué argumentaciones, mete a los pequeños en
recintos cerrados y les ordena: siéntate y calla. Y de aquí partimos en la
enorme mayor parte de los casos. De modo que los pequeños lo que tienen que
hacer mientras están custodiados por la estructura escolar no es otra cosa que
obedecer lo que en cada caso la persona responsable vaya proponiendo y lo que
tendría que ser un sistema de desarrollo individual y colectivo, se convierte,
y nunca mejor dicho, en una escuela de obediencia y de seguimiento de una serie
de normas que se han de seguir por el simple hecho de que las personas
responsables lo deciden así.
No
sólo es la ciencia, que ya lo ha constatado sobradamente, sino el propio
sentido común el que nos responde con toda claridad cómo es posible que una
persona sea capaz de aprender a hablar, a expresarse y a comunicarse que serían
las dos funciones esenciales del lenguaje hablado, si cuando está en la escuela
ha de callarse. Pues algo tan simple se convierte en un caballo de batalla sin
remedio posible por la sencilla razón de que mucho profesorado es capaz de
sacrificar lo que serían las inclinaciones naturales de los menores y lo que la
ciencia demuestra cada día más ampliamente, sencillamente por el hecho de que
su criterio particular le dice que la clase ha de mantener un nivel de ruido
tan bajo que es imposible de lograr si los menores se están comunicando unos
con otros. El lenguaje hablado es el germen de cualquier otro tipo de lenguaje
más complejo que va a resultarles imprescindible en momentos educativos posteriores.
Si no lo desarrollan convenientemente van a llevar esa lacra durante toda su
vida por el sólo argumento de que el orden externo se ha impuesto a la
evolución científica que cada niño debería haber desarrollado en su momento, o
sea, en estos primeros cinco años de sus vidas.
El
segundo elemento fundamental para lograr un desarrollo integral y óptimo de
cada persona es hacer que desarrolle su capacidad de movimiento hasta el límite
de sus posibilidades en cantidad y en calidad. No hay más que darse una vuelta
por la mayoría de las clases para que comprobemos que la misma disposición espacial
y del mobiliario no contribuyen a este
objetivo. Más bien al contrario. Los espacios se convierten en un conjunto de obstáculos
sin fin para lograr que los menores se puedan mover. A esto contribuye de
manera especial el propio criterio de la mayor parte del profesorado, que casi
siempre prefiere que los niños permanezcan sentados y en silencio a la escucha
de lo que se les pueda explicar en cada caso. Este sistema de vida no digo que
no pueda ser cómodo y ordenado pero lo que sí digo es que esta es la comodidad
y el orden impuesto por la persona responsable contra lo que los niños
requieren para su desarrollo. Hablar y moverse, qué drama.