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domingo, 24 de noviembre de 2013

COMER


         Después de la propuesta del Taller de Cocina de la semana pasada puede resultar procedente que entremos en el tema de la comida en la escuela. Nuestra propuesta de trabajo se mantiene en Granada capital, con cuatro escuelas infantiles, más o menos de cien personas cada una en distintos barrios. En las cuatro comen todos los pequeños de 0 a 6 años y las comidas se preparan en las escuelas cada día. Se trata de una alimentación que en el día se hace y se consume. Siempre creímos que la alimentación era esencial en la educación y en todas las cocinas hay profesionales de primera línea.

         Reconozco que decir hoy ciertas cosas como que los niños que desayunan en las escuelas, que están abiertas desde las siete y media de las mañanas, lo hacen con zumo natural de fruta o de frutas troceadas, de pan con aceite de oliva virgen y galletas y de leche sola o con cacao en polvo no es mucha novedad  porque hoy está en los medios de comunicación la importancia de un buen desayuno para todas las personas pero para los pequeños en particular. Tampoco es decir mucho hoy si se afirma que hay que dedicar un tiempo al desayuno porque es una comida fundamental  y necesita tiempo y diversidad de ingredientes: fruta, cereales, grasa con omega tres y algún lácteo. Lo que pasa es que estoy hablando de una historia que comenzó en 1980 y entonces estábamos un poco lejos de tener la misma conciencia sobre la importancia de una buena alimentación infantil. Que se hable hoy de campañas y medidas para evitar la obesidad infantil o de la obesidad en general está muy bien,  ya era hora,  pero hay que recordar que cuando decíamos nosotros hace treinta años que entre nuestros niños no había obesos, casi parecía un chiste.

         Hoy se habla de la necesidad de que las personas en general y los niños especialmente ingieran  cinco piezas de fruta al día y en muchos casos parece un poco complicado encontrar los momentos y los rituales convenientes para que esto se produzca pero cuando hace 30 años dispusimos que a media mañana todos los niños harían una comida de fruta parecía una excentricidad, casi un capricho que, si bien nunca se vio como inconveniente,  tal vez sí como una complicación innecesaria. Pues no lo era.  Todo lo contrario. Me alegro mucho de que se hagan desaparecer de los colegios los puntos de alimentos azucarados y como alternativa aparezcan los zumos de frutas y el pan con aceite, esa joya de alimentación que no debiera faltarle a nadie en el mundo, mucho menos a nosotros, que vivimos en el país donde se produce más y mejor aceite. Se lo llevan en botellitas como si se tratara de una joya alimenticia o de belleza. Y es que lo es aunque durante mucho tiempo hayamos pasado de largo sin hacerle mucho caso. Viva la fruta fresca y el aceite de oliva virgen extra crudo.


         Y a mediodía nuestros niños han comido siempre desde 1980 ricos guisos caseros de esta tierra, de la tradición casera: cocidos, potajes, lentejas, patatas en ajo pollo, que ni tienen ajo ni tienen pollo, ensaladas cada día con los elementos propios de cada estación del año y todo cocinado en el momento para consumir  inmediatamente. Cuando los guisos han necesitado sofritos que los niños podían extrañar, se los han comido en forma de purés y les han sabido a gloria y los preparados han estado adaptados siempre a la edad de los comensales, desde los zumos simples y los simples purés para los bebés de pocos meses hasta las ensaladas complejas y con muchos ingredientes para los de más de cuatro años, que ya se han acostumbrado a esa forma de comer y que valoran la variedad como un bien en sí mismo. Como muestra un botón. Nuestros niños siempre comieron hígado en filetes a la plancha y tenía sus dificultades para algunos aunque a la mayoría les volvía locos. Terminamos cortándolo en trocitos y enharinado que les sabía a gloria. Con las vacas locas este alimento terminó por desaparecer por causas completamente ajenas.  

domingo, 17 de noviembre de 2013

DIFERENCIAS


         Sin pretensiones de rigor que vayan más allá de las apreciaciones personales que se te quedan en la memoria con los encuentros de antiguos alumnos, bien por las visitas, que no faltan, o por los encuentro fortuitos por la calle cualquier día, me atrevo a afirmar que las diferencias de nuestro estilo educativo en comparación con el generalizado se encuentra en la vida en el patio, en la comida y en lo que llamamos las colonias y que son salidas a espacios cercanos y aislados para convivir en grupo, al menos durante una noche.

         Supongo que me ha venido a la mente esta idea de las diferencias por la alusión que hice hace un par de semanas al tema del otoño y a su particularidad con la comida: vendimia, carne de membrillo, potaje de castañas, nueces y colofón de Fiesta del Otoño. Es verdad que parece el otoño la fiesta de la comida por excelencia porque vayas por donde vayas por el campo, es muy difícil que no te topes con alimentos al alcance de la mano. Es como una síntesis de lo que la tierra pone a nuestra disposición, una vez que se van retirando los calores veraniegos y que el frío se va adueñando del espacio y del tiempo y nos fuerza a recluirnos en lugares protegidos, más propensos a historias y chascarrillos que a despliegues expansivos de ocupación del mundo. Quizá sea ese contacto con los frutos de otoño los que en alguna medida invite a elaborar algún plan de contacto permanente de los niños con la comida para tenerla presente en sus actividades y relacionarse con ella como con alguien familiar de quien, en última instancia, dependemos.

         Con importante esfuerzo organizativo y de distribución de espacios, es ahora el momento de, un día a la semana al menos, elegir un par de pequeños de los tres grupos del segundo ciclo de Infantil, tres, cuatro y cinco años, concentrarlos en una espacio cercano a la cocina si es posible y hacerles que pasen un rato, la mañana de los lunes por ejemplo y se dediquen, con un adulto responsable por supuesto, a empezar a manipular la comida preparando, por ejemplo, las bandejas de ensaladas que después nos vamos a comer todos a mediodía. Este proceso que parece simple después se va complicando porque cualquier particularidad organizativa que se inicie debe conducir a que todos dispongan de la misma posibilidad, lo que significa extenderlo en el tiempo varios meses para lograr que todos vivan la experiencia al menos una vez. Si lo logramos buenamente tampoco está de más dejarlo instituido y que los equipos vayan responsabilizándose de otros menesteres como el troceado de la fruta, trocear las patatas o actividades parecidas, de acuerdo con las necesidades que se vayan derivando del desarrollo del menú.

         Puede parecer una actividad humilde la que aquí se propone con este Taller de Cocina pero es suficiente como para que afecte a la idea general de los niños en su relación con la comida. No tiene nada que ver el que un niño se enfrente a un plato de comida elaborada y que se tiene que comer sin saber qué es cada cosa que ve ni cómo se ha producido ese color que se le presenta o esa textura que percibe a que sea capaz de detectar una zanahoria en el plato o un trozo de pimiento y relacionarlo con el trabajo que ellos han estado realizando en su Taller de Cocina esa mañana. Se trata, por tanto, de que se produzca un conjunto en el que tanto la alimentación como la actividad de los niños se encuentre  incluida en el mismo contexto y ellos puedan ver con toda claridad que nada anda suelto en sus vidas y que unas cosas están relacionadas con otras y dependen de ellas.

           En estos tiempos y como tributo a la seguridad alimentaria hemos hecho que la comida sea poco más que un recipiente cerrado con plástico que se abre justo en el momento de la comida y del que es imposible saber su origen porque muchas veces viene elaborado desde cientos de kilómetros de donde nos lo comemos. Son opciones.

domingo, 10 de noviembre de 2013

PELIS


         Mi propuesta de siempre ha sido la de sugerir que los pequeños necesitan horas de televisión o de medios audiovisuales porque ese es el medio por antonomasia de esta época. Las críticas que he recibido, tanto de las familias como de los colegas han ido dirigidas a que ya tienen horas de sobra delante de la tele y que lo que necesitan es aprender a administrar su tiempo en otros menesteres que los separen de la tele y los lleven a vivir otras experiencias. Sé que no les falta razón en lo que dicen pero no me he resistido a suprimir de un plumazo un medio y un aporte tan fuerte como el audiovisual de la vida de los menores ni mucho menos en convertirme yo en su enemigo, causa completamente perdida de antemano.

         Es cierto que los niños pasan muchas horas delante de la tele, pero la verdad es que la tele se convierte para ellos en una especie de cajón de sastre donde se acumula el tiempo cuando uno ya no sabe lo que hacer. Y no es que vean la tele para ver este programa o el otro sino que parece que el programa no es otro que la tele misma,  cuando en ella se albergan montañas de anuncios de casi todo, series de dudosa calidad cuando no sencillamente ínfima o dibujos animados completamente variopintos, mucho más destinados a cubrir minutos que a ofrecer algún tipo de propuesta cultural que a los pequeños les pueda entusiasmar o servir para su evolución educativa. De modo que los niños, cuando ven la tele, lo que están viendo de verdad es un batiburrillo de cosas, casi siempre sin orden ni concierto, que van destinadas mucho más a cubrir unos horarios de ocupación  que justifiquen grandes cantidades de anuncios mezclados que algún tipo de planteamientos más profundos y de carácter pedagógico. Hoy no quiero ir más allá sobre los contenidos y sólo voy a concretarlos en las pelis. Otro día, quizás, podamos ofertar una serie de programas de alto valor, que también existen.

                Ahora estamos descubriendo que España, Granada concretamente, es una pieza fundamental  en el mundo en lo relativo a  trabajos de animación, felizmente multiplicados por la influencia y conocimientos internacionales de Antonio Banderas, quien participa en la producción de esta industria que ya lleva a sus espaldas una serie de pelis, a cual mejor y que han sido capaces de competir en régimen de igualdad con las grandes superproducciones  de allende el Atlántico como es el caso, por ejemplo de EL LINCE PERDIDO, de LAS AVENTURAS DE TADEO JONES, de PLANET 51. Estas iniciativas, que ya son realidades y que van creando un nombre y una escuela en la que empieza a reconocérsenos, nos dicen que a pesar de las importantes diferencias presupuestarias entre unos proyectos y otros, los resultados finales no se corresponden con esas diferencias sino bien al contrario, son capaces y de hecho lo están haciendo, de competir en pie de igualdad. Ahí está el último estreno JUSTIN Y LA ESPADA DEL VALOR para demostrarlo. Esta industria de la animación es de una enorme complejidad técnica y significa que estamos siendo capaces de poner de pie una industria de largo alcance y de muy difícil competencia.


         Pero no quiero quedarme sólo en las producciones propias, que son claramente defendibles y que no tienen nada que desmerecer con las del resto del mundo. En América ha salido la serie de SHREK, MONSTRUOS S.A. ,  UP y otras junto a las japonesas EL VIAJE DE CHIHIRO o EL CASTILLO  AMBULANTE.  Las francesas KIRIKOU Y LA BRUJA o KIRIKOU Y LAS BESTIAS SALVAJES, o las salidas directamente de la mano de Tim  Robbins  PESADILLA ANTES DE NAVIDAD o LA NOVIA CADÁVER, entre otras que no vale la pena detallar más, nos indican que entre la posibilidades que pueden ofrecerse a los pequeños hay como siempre, de unas y de otras y que si nos ocupamos un poco de ellos, seguramente seremos capaces de hacerlos participar del mundo de hoy en la parte de esfuerzo colectivo, de honestidad y de visión de futuro, que tampoco se agota en hoy.

domingo, 3 de noviembre de 2013

OTOÑO


         Volvemos de nuevo a la escuela con el fin de seguir un poco el hilo temático en el que se pueden estar desenvolviendo los grupos. Cuando uno ha tenido una larga vida profesional, la verdad es que puede hablar como de épocas distintas. Me gusta ahora rememorar los últimos años en los que tenía la responsabilidad de dirigir la escuela y sólo tenía contacto con los niños mientras estaban en el patio y para algunas actividades concretas que los compañeros me aceptaban.

         Un año me emperré en hacer vendimia y a partir de ahí, todos los años hicimos vendimia hasta mi jubilación. Nos traían una caja de uvas y en un barreño en el patio los más atrevidos se lavaban los pies y se metían en el barreño a pisar la uva. Lo más que logré es que pisaran siete. A los demás decían que les daba asco aunque  lo cierto es que no se apartaban del corro y no se perdían ni un detalle. El primer año guardamos el zumo en la clase y lo vimos fermentar día a día, con los mosquitos revoloteando por el cuello de las botellas. A los tres meses pretendíamos probar el mosto pero se nos avinagró y nos informaron que la temperatura de la clase no era la adecuada. A partir de ahí, los años siguientes lo que hicimos fue escurrir el zumo recién pisado y bebérnoslo en el momento. El color era feísimo y nos tiraba para atrás pero en cuanto lo probábamos  nos sabía a gloria. Duraba muy poco porque, la cola de los probadores aumentaba y la cosecha se terminaba en un rato.

         Había tres caquis en el patio y por esta época estaban en su punto. Traía de la cocina cucharillas y me ponía a vender caquis como si llevara un carrito con las chuches. Se hacían un poco los remolones antes de pedirme una cucharada, no sé si porque no terminaban de creérselo o por qué. Al final siempre había algún valiente que se echaba la cuchara a la boca y ese arrastraba a los demás. No tenía ningún criterio sistemático. Podíamos empezar a repartir caquis en cualquier momento. Si el tiempo estaba como este año, por ejemplo, que todavía no ha empezado a llover en serio ni a hacer frío, cualquier día podía ser bueno para el reparto porque había mucho rato de patio. También teníamos un nogal y podíamos dedicarnos a coger nueces y pelarlas para comernos la carne que se guardaba dentro hasta que más de uno terminaba con las manos negras de la grasa de la piel. Muchas estaban podridas, pero siempre había suficientes en buen estado para que mereciera la pena el esfuerzo. Castaño no teníamos pero algunos traían castañas de su casa y hacíamos potaje de castañas a fuego lento y asando primero las castañas, pelándolas después y echándolas en un recipiente cubierto de agua con una rama de canela y azúcar al gusto. A pesar de lo laborioso no les solía gustar mucho. Lo mismo hacíamos con los membrillos y con los boniatos, unas veces mezclados y en trozos y otras separados en forma de carne de membrillo o de boniato.


         El colofón era la FIESTA DEL OTOÑO, ya en la segunda quincena de noviembre. Se montaba un fuego en el centro del patio y todos nos poníamos alrededor. Asábamos castañas que luego quemaban mucho aunque terminábamos comiéndonoslas. Se montaban en el patio una serie de mesas en las que se presentaban los frutos de otoño que cada familia aportaba y allí nos pasábamos toda la mañana calentándonos y comiendo lo que a cada uno le iba apeteciendo. Ese día la comida formal no era más que el postre y poco más. Lo que cada uno quisiera  porque ya solían ir llenos cuando se sentaban a la mesa. La fiesta del otoño se sigue manteniendo en las cuatro escuelas que tenemos en Granada capital y del resto de los rituales de otoño supongo que estará ligado a las apetencias de los compañeros. No siempre tiene uno ni la gana ni las oportunidades de complicarse la vida. Lo que sí afirmo es que aquellas sesiones eran inolvidables.