Seguidores

domingo, 29 de septiembre de 2013

CUERPO


         Me estrujo la cabeza para sacar de ella los asuntos referidos a la educación que sienta que debo sacar. En esa dirección,  me dispongo a ofrecer una especie de punto de vista mixto, parte dentro de la clase, en el recuerdo naturalmente y parte en la realidad de la calle. Me gustaría con esa forma de mostrar que sirviera para eliminar secretos, compartimentos estancos, particularidades específicas, bien de las clases y su mundo o el de la familia como algo oculto y ajeno. De algún modo siento necesidad de poner luz en todos los puntos relacionados con la educación y que podamos verlos quienes estemos interesados.

         Los primeros días de la escuela se dedican, antes que nada, a lo que se denomina adaptación. Hay que tener en cuenta que muchas personas llegan recién salidas de su casa y es la primera vez que han de desenvolverse en un ambiente de compañeros de su misma edad a los que puede que no conozcan de nada. Los pequeños viven esta separación como si se tratara de un hecho ocasional, como si sus familias se hubieran equivocado y todo lo que les pasa fuera producto de un error que se habrá de subsanar de un momento a otro. La primera respuesta por su parte es de sorpresa y puede que  también de rechazo. Necesitan hacer ver a todo el que ande a su alrededor que las cosas no están pasando como deben, que se está equivocando alguien y está haciendo que las cosas pasen de una manera distinta a como venían pasando hasta ahora y hay que volver las aguas a su cauce cuanto antes. Puede pasar, por ejemplo, que no visiten el cuarto de baño en todo el rato, sencillamente porque no es el que ellos conocen, pueden no comer nada, pueden no dar señal alguna de protesta pero dejar claro que lo que está pasando a su alrededor no va con ellos porque su mundo está fuera de allí.

         Las personas responsables deben atender al tema de la adaptación como elemento prioritario aunque, para que la angustia no llegue a mayores, siempre es bueno dividir el día en rutinas que den la sensación de que las secuencias de tiempo están ordenadas y que los que se encuentren más dispuestos a integrarse en el grupo disponen de actividades suficientes como para que el tiempo pase suavemente y con unas actividades detrás de otras. Siempre, eso sí, que la primera atención sea para aquellas personas que se vean más perdidas porque interiormente son las que más lo necesitan y no tanto los que lloran de vez en cuando, aunque suelen ser los que más molestan sino sobre todo los que sencillamente se marginan de lo que acontece sin manifestar ni acercamiento ni rechazo a lo que pasa porque esos son los miembros que están viviendo la separación de sus familias con más drama hasta el punto de que sencillamente se sienten abandonados y no entienden por qué les está pasando lo que les está pasando. En pocos días las aguas del grupo evolucionarán hacia situaciones más comunitarias y el propio cuerpo  de cada uno puede ser es el primer elemento de aprendizaje.


         Cuando los pequeños acceden a la escuela disponen de un cúmulo de conocimientos importantes sobre sí mismos pero una forma de valoración de sus personas suele ser la de hablar de ellos en los tiempos comunes. Que cuenten quieres son, lo que les gusta y lo que no, lo que quieren hacer por la tarde o el fin de semana, los miembros que componen su familia con su nombre y con sus particularidades y sus cuerpos, las partes que lo componen, los nombres de cada una de ellas, sus vestimentas, quién se las ha comprado, si participaron en vestirse o no y si les gustó. Son aspectos tan cercanos y tan personales que les hacen sentirse acogidos y participantes en esa realidad nueva que se está empezando a formar y que pretende configurarse con cada uno de ellos u con cada uno de los miembros y de los aspectos que lo forman. Habrá tiempo para más, pero no parece un mal principio.

domingo, 22 de septiembre de 2013

EXTRAÑO


         Recuerdo el día que salí de mi casa familiar con mi compañera de la mano camino de la vivienda que, a partir de entonces, íbamos a compartir los dos.  Llevaba diez años ya viviendo en casa de mis padres a retazos. Primero sólo en vacaciones del internado y después ni eso. Casi era un invitado. Llegué a instalarme en una habitación que nunca se había usado para otra cosa que para almacén y que siguió siendo almacén una vez que yo la desalojé. Un altillo al que se accedía a través de unas escaleras imposibles. Tuve conciencia de que allí terminaba una época de mi vida y empezaba otra  y lloré con sentimiento mientras subía por la calle hasta torcer la esquina.

         Cuando los niños llegan a la escuela por primera vez saben muy poco de lo que se van a encontrar y no tienen conciencia de que el cambio que van a experimentar es definitivo y no tiene vuelta atrás. Muchas veces apenas se les ha hablado de la escuela, de lo que se van a encontrar allí, de los amigos que van a conocer y del nuevo estilo de vida al que se van a tener que acostumbrar. Casi ninguno ha podido ver su escuela con antelación. No sabe, por tanto a donde va cuando su familia lo deja en la puerta el primer día. Las escenas de pánico que presenciamos al comienzo del curso se nos presentan casi con ternura, como si se tratara de algo de menor importancia y como inevitable. Algo que debemos asumir e incorporar a la normalidad de ese día porque tiene que ser así. Como si no se estuviera jugando en ese primer día toda la conciencia de los niños sobre la institución escolar que quedará grabada para siempre. No se trata de querer dramatizar pero es que la realidad es sencillamente así y tiene remedio como casi todo en la vida, pero hay que ponérselo para que la experiencia primera pueda ser otra.

         Ya hemos aportado algunos datos como visitar el recinto donde va a vivir, el mobiliario con el que se va a encontrar, conocer a la persona  que lo va a tutelar, hablar con ella, que se conozcan por su nombre, que esa persona le diga las cosas que van a hacer…, que se familiarice con lo que va a ser su nueva vida. Tiene que conocer algo tan simple pero tan determinante como que cuando se quede por la mañana no significa que su familia lo haya abandonado y se vaya a olvidar de él para siempre, sino que luego después va a volver a recogerlo y a llevarlo de nuevo a su casa, a la de siempre, a la que él conoce y en la que vive y come y duerme cada día. Puede que resulte chocante pero todo lo que comentamos está en la cabeza de los pequeños a la hora de la separación por la mañana y actúa en su interior y es capaz de arrastrarlo hasta niveles de verdadero pánico, el mismo que vemos reflejado en muchos de sus rostros. Tampoco está de más que algún día, sobre todo el primero, en vez de dejarlo toda la jornada se le deje un rato y se le recoja antes para cortar su ansiedad por la sensación de abandono.


         No quiero actuar como el señor sabelotodo y ofrecer un corolario de medidas a tomar para conseguir que los pequeños accedan a la escuela sin dolor. Sería demasiado pretencioso por mi parte y falso. Cada cambio profundo que se produce en nuestra vida, y este de la incorporación a la escuela lo es sin ninguna duda, produce dolor aunque sólo sea por la incertidumbre de lo nuevo. No tiene nada de extraño, por tanto, que haya un rechazo, sencillamente por la resistencia a cambiar. Lo que no quita para que nosotros, siendo conscientes de esta realidad, ofrezcamos al pequeño la mayor cantidad posible de datos y conocimientos para que ese cambio se realice en las mejores condiciones posible para el menor y con el mayor nivel de información sobre la nueva vida y sus mejoras, que la pueden hacer apetecible.

domingo, 15 de septiembre de 2013

COLUMNA


         No puedo olvidar que en mis primeros años de estudio se convertía en obsesión y en aberración la postura ideal que estábamos obligados a tener en clase ni concebir cómo era posible que nos intentaran convencer de que sólo había una postura correcta a mantener durante la clase. Evidentemente incumplíamos aquella norma cruel miles de veces a lo largo del día, sencillamente porque el cumplimiento era imposible pero se conseguía que nos sintiéramos culpables. Y no es inocuo en absoluto ese estado en el que se vive en la ilegalidad cuando tanto se incumple o, lo que es peor aun, saber que no puedes por más que quieras vivir dentro de las normas que te imponen.

         Después he sido yo maestro y me he visto en el lado de poner las normas y hacerlas cumplir y me he dado cuenta de hasta qué punto eran injustas a las que fui sometido. Empezando por el mobiliario que no favorecía las comodidades posturales, siguiendo porque todos los alumnos teníamos que estar en las mismas condiciones y orientación y terminando porque alguien se erigía en diseñador y justiciero de una postura concreta como si todas las personas tuviéramos las mismas necesidades de movimiento y las mismas posibilidades físicas a lo largo de la larguísima jornada de trabajo en la escuela. Es más, muchas veces pienso que nuestra rebelión radical contra el sistema educativo constituido se produjo por la sencilla razón de que era imposible no hacerlo.Los tópicos típicos eran tantos y de tal calibre que ya no había manera de que nadie se pudiera sentir cómodo dentro del sistema, fuera alumno, maestro o quienquiera que fuera.

         Y se produjo la ruptura con el objetivo de encontrar la razón natural y la lógica de las cosas. Sobre las posturas no hacía falta elucubrar mucho para darse cuenta de que los elementos de la clase: sillas, mesas y muebles tenían que parecerse más a quienes los iban a usar. Sus alturas, sus formas y después posicionarlas, por ejemplo en forma circular o en formas distintas según los momentos del día y permitir, sobre todo permitir que las personas pudieran disponer de sus cuerpos y adoptar maneras mucho más individuales y diversas, en las antípodas de aquellas rigideces inauditas en las que nuestros cuerpos eran torturados lentamente. También con el tiempo hubimos de poner límites porque también desde la espontaneidad se pueden asumir  manías claramente perjudiciales, pero sí que se hizo que la vida entrara en las clases. Ha habido que cuidas, por ejemplo, que las diversidades posturales no entorpezcan y protejan el elemento esencial de nuestro cuerpo, la columna vertebral, eliminando vicios pero favoreciendo mil posturas posibles y recomendables que han hecho de nuestras clases conjuntos de personas vivas y diversas que pasan sus jornadas con cierta comodidad y con cierta libertad.

         Empieza el nuevo curso y quizá no está de más recordar tantas aberraciones como hemos cometido para no volver a caer en ellas. Una de las más peligrosas y que se ha impuesto en los últimos años ha sido la mochila. En mis tiempos era  más frecuente la cartera pero ahora la mochila, más cómoda de transportar, se ve bastante. No habría mucho que decir si los pesos que se transportaran fueran pequeños: algún libro, unos cuadernos, lápices y poco más pero los libros, tantos y tan pesados las hacen peligrosas. Y las hombreras, en vez de sujetarlas lo más alto posible, se las deja muy sueltas, con lo que el peso, ya de por sí elevado, se duplica por efecto de la galumba, con el consiguiente sobreesfuerzo para la columna. También se ven, y puede que sea recomendable, los maletines con ruedas como las maletas, que seguro que permiten que los pesos no los sufran directamente los cuerpos, aunque, de todas formas, está bien evitar tanto transporte y hacer los equipajes lo más ligeros posible.
         Ahora también puede facilitarse el transporte de los medios diarios a través de los elementos informáticos, bien sea los colectivos como pizarras electrónicas, como los personales, a través de ordenadores personales que poco a poco terminarán imponiéndose como se impone la tecnología en tantos ámbitos de la vida.

domingo, 8 de septiembre de 2013

LIBROS


         Cada comienzo de curso se entabla un debate relativo a los libros de texto: que son muy caros y que las familias han de hacer un enorme desembolso, que se renuevan con demasiada frecuencia, lo que no permite aprovechar los de cursos anteriores porque se han quedado obsoletos … Con estos dos argumentos fundamentalmente se viene a concluir que conviene reciclar los libros de texto y crear una especie de banco de libros en los centros para que todo el que pueda aprovecharse y quiera los use y solo sea necesario comprar una pequeña parte de ellos o los nuevos.

            No sé cómo acaba la historia porque a los pocos días de que el curso haya comenzado, el tema desaparece de la palestra pública hasta el próximo curso. Estoy seguro de que el tema no se ha resuelto. Sencillamente ha dejado de interesar periodísticamente hablando y por eso deja de ser tema. Durante todos los años que he militado pedagógicamente este tema no ha salido por la sencilla razón de que en nuestro movimiento pedagógico no se usaban los libros de texto como elementos imprescindibles. En ningún lugar de la legislación vigente hay otro elemento imprescindible para dirigir el desarrollo de la temática escolar que los maestros. Ellos son, por tanto, los responsables de poner o no libros de texto que, a fin de cuentas, no son más que meros materiales a su servicio , con los que se puede contar o no en función de sus propios criterios, que son los únicos válidos en última instancia  sobre los que recae la responsabilidad del desarrollo curricular.

         Llega un momento en que la costumbre de usar unos libros de texto para cada disciplina hace que todo el mundo lo asuma como normal y se discuta su conveniencia sólo por las dificultades económicas que plantean para las familias y en ningún caso se promueve el que los maestros, sencillamente prescindan de ellos cuando creen la más mínima dificultad o por cuestión de principio. Se llega incluso a que, determinados poderes públicos hayan ofrecido como ayuda a las familias el pago de los libros de texto a través de unos vales que las familias presentan en las librerías y que, una vez servidos los libros de texto que aparecen en dichos vales pueden presentarlos al cobro y constan como ayuda a las familias cuando la única verdad es que a quienes ayudan es a las editoriales que se encargan de ponerlos a la venta cada comienzo de curso.  No quiero minimizar la ayuda en el sentido de que las editoriales también tienen derecho a vivir de su trabajo. Lo que sí digo es que esa ayuda no es para las familias que se ven en la obligación de hacerse cargo de unos gastos, los de los libros de texto, que no son imprescindibles y que a la postre no vienen más que a sustituir en muchas ocasiones la labor de los maestros.

         En otros tiempos hubiera plateado este tema con mucha más virulencia, posiblemente producto de cierta arrogancia de juventud aunque producto siempre de la idea de que cada cosa esté en su lugar y de que a la gente no se la termine engañando valiéndonos de nuestra posición de poder. En otra época hubiera defendido sencilla y llanamente que abajo los libros de texto y arriba los maestros trabajando cada día. Hoy estoy dispuesto a tolerar que existan libros de texto en las clases que ayuden a la labor de los maestros, siempre y cuando nadie plantee que son elementos indispensables y que tienen que servir para que las sufridas familias, como no tienen ya suficientes elementos que les complique las vidas, vengan a funcionar como un eslabón más de esta larga cadena para dificultar a su manera la llegada a fin de mes, que llega un momento en que se convierte sencillamente en un imposible.
         Hay muchas formas de que las familias se organicen para surtir a sus hijos de algunos libros de texto que puedan ser necesarios pero también los maestros deben asumir sus responsabilidades y facilitarles la vida a las familias eliminando gastos que no son imprescindibles. 

domingo, 1 de septiembre de 2013

EMPEZAR


         Por la fecha en que estamos, principios de septiembre, parece apropiado decir unas palabras sobre lo que significa el comienzo del curso y sobre algunas medidas convenientes para que el inicio signifique crecimiento y aprendizaje y no un suplicio del que luego será difícil y largo librarse, si es que se logra. Lo que pasa es que hay cosas que van sucediendo al mismo tiempo y un mínimo de honestidad nos fuerza a no pasar por alto sin al menos mencionarlas. Sin ir más lejos el curso va a comenzar pero yo sé que en Siria, al menos 400 niños ya no van a poder hacerlo porque las armas químicas les han segado la vida. Ahora toca discutir si los causantes son los rebeldes o los gubernamentales, que seguro que hay que hacerlo, pero a esos niños muertos me parece que les da un poco igual. Yo quiero acordarme sólo de ellos.

         Otra secuencia que no se me va de los ojos son los niños Saharauis despidiéndose de sus familias españolas entre lágrimas  de unos y de otros y dejando aquí para siempre una parte de sus vidas en las que han sido dichosos y han disfrutado de algunas comodidades un año más: agua sobre todo, comida equilibrada, servicios médicos y afecto, mucho afecto, y vuelven a sus campamentos donde los esperan ansiosas sus verdaderas familias y sus verdaderas vidas repletas de incomodidades, de carencias elementales y de olvido del mundo entero a su causa. No sé qué culpa pueden tener sobre no sé qué descolonizaciones ni referendum ni otras excusas que al final lo que esconden es la desidia de un mundo que habla de justicia pero la aplica con un carácter desesperantemente selectivo. A ellos lleva ya muchos años sin tocarles. Eran lágrimas emocionadas como las que los recibirán cuando lleguen que también indican que al final son las personas las capaces de dejar traslucir que el mundo vale más de lo que parece porque los afectos no entienden mucho de leyes o saltan por encima de las injusticias.

         Estos días muchos niños comenzarán su paso por las instituciones escolares. Las escenas de llantos en la puerta, aferrados a las faldas de sus familiares con la desesperación y el pánico en sus ojos nos avergüenzan un poco a todos a pesar de que las admitimos con escandalosa facilidad. Tienen remedio y hay fórmulas para que esto no suceda así y todos debiéramos preocuparnos de que estas secuencias desaparezcan de nuestras vidas. El mes de septiembre debería ser el tiempo en el que cada persona que tiene su primer contacto con la escuela sea ofrecida con amor por su familia y recibida con amor por la institución en la que se va a desarrollar su vida durante muchos años. Nadie debiera llegar sin ser recibido con su nombre particular y presentado a sus compañeros y tratado con consideración porque el cambio de vida que va a experimentar es fundamental. No sé dónde está escrito que todos deban entrar en el mismo día y a la misma hora a un mundo del que normalmente no tienen ninguna información o muy poca y con la conciencia de que su familia les abandona en un sistema de vida que no conocen y en un espacio que muchos de ellos ni han visto siquiera. En definitiva se trata de un cambio de vida muy profundo y solemos solventarlo con una facilidad que sólo puede ser explicable por ignorancia pero que no es inocente.


         Quiero terminar en positivo porque tenemos que asumir como verdad, yo al menos lo creo así, que cada cambio que la vida nos ofrece es una oportunidad de crecer y de aprender, pero a condición de que  se afronte con las garantías debidas porque si no se convierte en un motivo más de sufrimiento y de hostilidad hacía la vida y hacia las personas que nos rodean y en un elemento de frustración y de desconfianza en las posibilidades que la vida nos ofrece de ser mejores personas y de aprender de las cosas nuevas por las que vamos pasando. Un motivo de fe en definitiva.