Una
vez concluida nuestra intromisión en el testimonio personal a través del que
hemos propiciado un encuentro que nos parecía positivo y que veremos con el
tiempo qué derroteros toma volvemos a nuestro compromiso con la primera
infancia, que es el que da sentido a este blog.
Hasta
los tres años mas o menos, el desarrollo y la educación de los pequeños está
centrada en el desenvolvimiento y despliegue de sus capacidades personales e
individuales. Se explica más y mejor ese contacto estrecho con alguna persona
que responde de su crianza, normalmente la madre y con ese contacto se
consideran satisfechas las necesidades individuales de todo tipo. Aunque no es exacto y se podría matizar mucho
esa afirmación, sin embargo es verdad que cubre casi todo el arco de relaciones
y el desarrollo se produce en buenas condiciones siempre que los menores
dispongan de espacios y de tiempos suficientes para desplegar sus necesidades de desarrollo
muscular y del lenguaje hablado que normalmente les llega de lo que aprecian en
los adultos en un inicio.
Pero
ya en los tres años nos damos cuenta de que se buscan unos a otros entre los de
su edad o parecidos. Se convierte en una necesidad apremiante el encontrar
modelos horizontales. Es el momento que la estructura escolar tiene hoy
dispuesto en España para que se inicie la etapa escolar, si bien hasta los seis
años no con carácter obligatorio. Cuando este ciclo de tres a seis años se puso
en práctica, muchos de los que participamos en su diseño teníamos la esperanza
de que no se planteara según el modelos escolar imperante sino que se
establecieran parámetros de comportamiento para los pequeños en consonancia con
sus necesidades de desarrollo y no ligados a unos objetivos generales a
conseguir. Se trataría, según muchos de nosotros, de facilitar a los niños un
ámbito de vida en el que los objetivos a conseguir no fueran académicos sino
vitales. Que aprendieran a hacer amigos, que vivieran el contacto con la
tierra, los primeros ciclos de la vida, el desarrollo de las plantas… cosas y
vivencias en definitiva que la estructura escolar podría aportar de manera
privilegiada.
Nos
importaba que los planteamientos fueran por estos ámbitos porque veníamos de
una etapa que se llamaba preescolar en la que las propuestas sólo estaban
ligadas a los prolegómenos de lo que a partir de los seis años serían materias
de trabajo: lectura, escritura o cálculo fundamentalmente y ya habían
demostrado su ineficacia. Es verdad que los primeros planteamientos de
contenidos iban es esa dirección hasta el punto que despertaron ilusiones en
muchos de nosotros y hasta fe en la estructura escolar y en la infinidad de
posibilidades que podía ofrecer si se ponía a favor del desarrollo y de la
evolución de los niños. Lo que pasa es que el gozo dura poco en la casa de los
pobres y en pocos años pudimos
contemplar cómo los buenos propósitos que habían despertado fe en las
estructuras oficiales en muchos de nosotros se iban descafeinando
progresivamente y volviendo sus pasos a esquemas manidos y superados por el
tiempo y por los nuevos conocimientos sobre la evolución infantil aunque se escoraban
a ese refugio de desgana intelectual, que es un programa cerrado y unos
objetivos generales que ofrecen a los profesionales amparo y justificación a su
trabajo.
En
este momento estamos inmersos en una neotecnocracia que ignora lo que significa la fuerza de la evolución
infantil y que no se interesa desdichadamente más que por seguir unas líneas
previamente marcadas por las editoriales y los niños, a partir de los tres
años, dentro de unos días se van a encontrar de nuevo con estructuras de
comportamiento que ni siquiera saben sus nombres pero que sí tienen preparados para ellos propuestas de
comportamiento a través de las que vayan accediendo a unos conocimientos
comunes aunque bastante ajenos a sus necesidades particulares, que son las que motivarían de
verdad sus intereses y sus ganas de aprender. Parece que la escuela es
incapaz de servir a las personas y sigue
prefiriendo servirse de ellas.