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domingo, 27 de enero de 2013

PROCESO

No podemos todavía dejar el sentido de realidad porque se trata de un largo y profundo proceso interior en el que la persona debe recorrer un camino que lo ha de llevar desde la visión más animista y mágica de la vida hasta una aplicación racionalista de a los elementos y, sobre todo, a cada uno de los procesos con los que nos enfrentamos en nuestra vida. Yo sabía que reclamar realismo iba a tener contestación porque socialmente viene asociado a todo un sistema de valores y contenidos poco atractivos y hasta retrógrados, pero me parecía y me parece ineludible. Por eso andamos todavía por aquí
Técnicamente se llama proceso de simbolización. Ya dijimos que arranca más o menos hacia los tres años y concluye más o menos, hacia los ocho y no es sólo un proceso de maduración interna, sino que va aparejado con lo que se conoce como proceso de mielinización cerebral. Todo ese entramado de curvas y recurvas que tiene cualquier cerebro es en esta época cuando se definen y en esa definición se graban los principales esquemas del comportamiento de la persona que los experimenta. Hacia los ocho años el cerebro ya ha alcanzado su madurez física y la forma de su laberinto físico será así mientras viva si bien, en honor a la verdad también hay que decir que nunca se cierra por completo su posibilidad de modificación pero sí que se puede conjeturar que al terminar el proceso de simbolización, a los ocho años más o menos, nuestra capacidad madurativa se encuentra realizada en más del ochenta por ciento por lo que, en pocas palabras, nos la estamos jugando en estos años. Por eso es importante no pasarlos de largo y desentrañar todo lo que podamos.
El terror al vacío hace que las personas, cuando no somos capaces de encontrar las razones de las cosas que sentimos o de los procesos por los que pasamos, nos inventemos explicaciones, bien de nuestra propia cosecha o bien de los que forman parte del imaginario colectivo. La imaginación está siempre alerta para cubrirnos los vacíos y como nos descuidemos nos llenamos por completo de ficciones, de sueños con poco soporte en las realidades que vivimos. De ahí que sea tan fundamental el que intentemos que nuestros pequeños se centren en los elementos reales de la vida para que el suelo argumental en el que pisen sea sólido. No solamente lo que se pretende no es eliminarles la capacidad de soñar y gozar de sus sueños sino que, por el contrario, en medida que su suelo sea sólido, su capacidad de sueño será también más certera porque sabrá deslindar mejor lo que es sueño y lo que es realidad.
Mi conciencia no me permite pasar de este tema sin precisar que el binomio no es sueños- realidades sino visión certera de las cosas o confusión, que es muy distinto. En alguna ocasión he visto a un pequeño empujando una caja de frutas y haciendo ruido con la boca y le he preguntado si el coche le funcionaba bien. Me ha mirado con cierto desdén y me ha dicho: “¡Esto no es un coche, esto es una caja!”, y ha seguido tan pancho con su juego. De esto se trata. El juego es algo imprescindible y enriquecedor, pero ellos tienen que saber que están jugando y que la realidad no se puede confundir con el juego. Y esto sólo se logra a base de vivencias y de maduración de sus estructuras mentales, que los lleven a dominar sus propios procesos personales y su relación con las realidades que los rodean para que vayan siendo capaces, a base de ejercicio, de deslindar lo que es de mentira y lo que es de verdad. Eso, que a los tres o cuatro años les preocupa muy poco porque el gran salto está todavía en sus primeros momentos, a partir de los seis años se convierte en una necesidad fundamental para su crecimiento interior.

domingo, 20 de enero de 2013

REALIDAD

Hablar de realidad, de realismo, de cualquier término que se contraponga al sueño, a la ilusión, a la magia, tiene muy mala prensa. Mientras que estos sentidos o sensaciones intangibles parecen algo deseable, apetecible, incluso elevado, cualquier indicativo que nos sirva para poner más y mejor los pies en el suelo ha devenido en despreciable, empobrecedor, poco apetecible. En mi artículo sobre los Magos he comprobado que a mis amigos no les gustaba mi intento por destronar la magia y potenciar la realidad de las cosas. Me veo, por tanto, en la necesidad de explicarme.
Hace ya mucho tiempo que no participo de este criterio. No digo que en un tiempo no estuviera dentro de esa corriente que busca el sueño desesperadamente porque la realidad se me ponía cuesta arriba, como a casi todo el mundo. Pero me he ido dando cuenta de que lo que suele pasar es que las dificultades que la vida nos pone delante, lo que solemos hacer es negarlas y cambiarlas por alguna sensación que nos facilite huir de ellas o actuar como si no estuvieran. Sin embargo hay un hecho incontrovertible y es que los niños, entre los tres y los ocho años, lo que buscan y necesitan para su equilibrio es encontrar el ansiado sentido de realidad en cada cosa y en cada proceso. A los tres años, salir a la ventana a ver cómo va un burro volando es algo habitual y que nadie debiera extrañarse, pero a los acho años más o menos, cada menor debiera tener una conciencia clara de lo que es de verdad en la vida y lo que no. Y esto para tener un desarrollo armónico y en su momento.
Vivir en las nubes, en las ilusiones, en los sueños en definitiva significa no saber donde se pisa. Hoy, desgraciadamente no sólo son los niños los que viven en las nubes sino que parece que la sociedad se empeña en negar la realidad de cada día y cabalgar sobre una serie de conceptos, de imágenes o de razonamientos sin ninguna base real aunque sí pueda hacer que vivamos en una especie de burbuja que nos mantenga flotando, si es posible todo el tiempo y si no, el mayor tiempo posible porque tener que enfrentarse a la verdad de las cosas que nos pasan parece algo fuera de nuestro alcance o demasiado doloroso. No es verdad en absoluto y necesitamos combatir esta idea que nos facilita huir de la realidad y refugiarnos en los sueños porque, sencillamente nos está invitando a hacer de la vida una ficción y a que lo que pasa no cuente y vivamos del cuento en sentido literal.
Hace poco llevé a mi hija a la nieve porque le resultaba muy hermosa y al poco rato de tocarla protestaba porque estaba muy fría. Tuve que decirle algo tan obvio como que no le podía ofrecer nieve a veinte grados. Necesitamos entender que existe el frío, el calor, el dolor, el placer, la noche, el día, el viento, el sol, la lluvia, el fuego…las cosas reales que nos definen y con las que podemos y debemos aprender a vivir. Ese ejercicio es algo que nos va a llevar un esfuerzo asumir, pero también nos va a llevar a la dicha de saber que formamos parte de la realidad que nos envuelve . Gozar con una ilusión es algo hermoso, yo no lo discuto, pero construir una casa con nuestras propias manos es sublime. Seguramente las dos sensaciones son hermosas pero aquella que está cimentada en la realidad y que ha significado un esfuerzo de superación por nuestra parte es una experiencia de las que nos dejan huella para toda la vida. Nunca olvidaré el molde para hacer ladrillos que me fabricó mi padre y la sensación que tuve cuando fui capaz de cocerlos en un horno que me fabriqué, pequeño pero con la misma función que aquel en el que mi padre trabajaba, de verdad.

domingo, 13 de enero de 2013

RENACER

En coherencia con los ciclos de la vida, independientemente del año en que decimos que vivimos, para nosotros 2013, para los musulmanes 600 años menos, para los judíos unos miles de años más y todos convencidos de su verdad, lo cierto es que hemos cruzados el rubicón del solsticio de invierno y que de nuevo iniciamos otro ciclo de esta vida que se repite y se repite como se repite el agua del río, siempre dentro del mismo cauce y siempre distinta cada gota, que diría el griego.
No hace más que abrir el año y ya están los almendros sacando sus flores al aire como un desafío, quizá imprudente pero inapelable y seguro, que nos anuncia que la vida se impone y que por más que todavía anden los hielos amenazantes y dispuestos a paralizar los hilos de la vida, los blancos y rosados hermosos de sus flores certifican una voluntad inequívoca de imponerse por encima de los cristales de la escarcha y de los grados del termómetro. Esta es la rotunda verdad de cada mañana. A partir de aquí no dudo que los ánimos de cada uno van a marcar secuencias de optimismo en unos casos, de depresión en otros y hasta de desesperación impenitente en los más desesperados porque la vida, en última instancia, se manifiesta a través del tamiz de nuestros esquemas personales. Pero si somos capaces de levantar nuestra mirada por encima de las incidencias y miserias de cada día, lo que veremos sin duda es un horizonte nuevo y la promesa de un nuevo ciclo que comienza aunque nosotros podamos no ser los mismos que los del ciclo anterior ni del siguiente.
Es precisamente la futilidad de nuestra vida la que le da grandeza. La que determina lo importante que es que cada minuto de los que pasamos sobre la tierra tiene valor de eternidad en tanto que irrepetible. Aunque su esencia sea la de pasar, ciertamente no puede ser lo mismo que pase investido con el traje de la dicha y de la conformidad entre lo que vivimos y lo que queremos vivir a que lo haga con la imposición de lo irremediable sin ningún planteamiento que lo pueda relacionar con nuestros deseos y con la necesidad de conjunción con ellos. El tiempo no se va a parar delante de ninguno de nosotros a que pongamos en orden nuestras vivencias. Los minutos se suceden de forma irremediable porque su reloj se mueve con una maquinaria que no tiene nada que ver con la nuestra. Somos nosotros los que hemos de acoplarnos a ese ciclo que no espera para que nos coja de cara y nos permita andar y sentirnos parte del conjunto y no arrollados irremediablemente por él.
Sé que me está saliendo algo profundo este momento reflexivo pero es que uno manda en sí mismo relativamente y no puedo evitar esta invitación de enero y de los primeros brotes florales. Tú puedes pasar, si quieres, y no mirar a los bordes del camino. Así no tienes por qué ver nada si no quieres. La vida es eso también. Es voluntad de ver y de participar en el espectáculo que se abre cada mañana ante nuestros ojos, pero los almendros están ahí, señalando con sus flores recién nacidas que la vida sigue, que nada es irremediable y que las posibilidades de ponerse junto al gran río que nos lleva están siempre presentes como también la libertad de hacerlo o de ignorar lo que pasa y seguir escuchando sólo nuestro discurso, como si nada hubiera fuera de nosotros. Cada menor es una prueba fehaciente de esta permanente capacidad de renovación. Es una señal manifiesta del devenir en el que todos nos desenvolvemos y una opción renovada para asumir que somos parte de un conjunto y que en nuestra voluntad está siempre la pretensión de enriquecerlo con nuestro esfuerzo o el vano intento de negarlo.

domingo, 6 de enero de 2013

TENER

Me imagino que los miles de niños que viven a mi alrededor estarán esta mañana de seis de Enero, abriendo los regalos que les hayan dejado los Reyes durante la noche. Parece que todos hemos vuelto de nuevo a la importancia de la magia y a esforzarnos en mantener el que los niños sueñen a sus anchas y que sigan pensando y creyendo en que los Rayes Magos existen porque, según parece, la ilusión es algo bueno y digno de mantenerla mientras se pueda. No sé si es que cada época tiene su propio afán y, sencillamente, lo que pasa es
que yo soy de otra época y punto. Creo, de todas formas, que el asunto es un poco más complejo y tiene algunas variantes que no está mal comentar. Como buen niño mimado que fui en su momento me crié teniendo todo lo que se podía tener en una situación de pobreza severa como fue la mía. Tuve a los míos cerca de mí, y aprendí que yo también tenía que responder a lo que ellos me demandaban. Aprendí, por tanto, que el amor es un toma y daca y que nadie da nada por nada. Que todos disponemos de posibilidades de intercambio y que la vida es un mercado en el que yo te doy algo si tú me das algo y eso indica que los dos podemos aportarnos algo del otro que necesitamos. No tuve cosas, es cierto, porque no había medios. Apenas aquel carro con dos mulas que cada año se arreglaba y se quedaba como nuevo, pero tenía a mi gente que eran mi fuerza y no echaba nada importante de menos.
La ilusión no deja de ser una creencia que uno tiene de ser o de poseer algo que en realidad no tiene ni es. Se presta o te aboca a que cualquier día te des cuenta de la realidad, te caigas del guindo y te des de bruces con el vacío y te desilusiones, bien durante algún tiempo hasta que de nuevo remontes, si es que puedes, o definitivamente si es que la desilusión es muy profunda. La ilusión, por tanto, es la mentira. Vivir ilusionado es vivir en la mentira y poniendo los pies para caminar en un suelo resbaladizo o sencillamente vacío, sin soporte sólido en el que descansar o en el que sustentarte para mantener tu solidez para desplazarte o para tomar impulso. De alguna manera también supone una huida de la realidad, como desprecio de la realidad como algo despreciable, poco valioso, siempre menos digno que toda la inmensa capacidad para soñar que la mente nos permite aunque nuestros sueños sean montones de humo que lo mismo que llegan se van y que siempre se encuentran fuera o al margen de nuestro alcance.
Quien quiera vivir de ilusiones que lo haga, faltaría más, pero yo niego las ilusiones y ofrezco a cambio una mano amiga que va contigo donde haga falta, intercambia la fuerza contigo y te sostiene a la vez que te permite ofrecerle tu fuerza cuando las suyas flaqueen. Ofrezco un trozo de barro, una madera, una caricia como grandes pilares reales sobre los que construir la vida con firmeza y con solidez. Comprendo que todos vamos abocados a la vejez, a la debilidad, a la muerte en definitiva, pero creo que a partir de las ilusiones, en un momento dado se irán tornando en desilusiones como partes de un mismo proceso, o, si no ha habido ilusiones, en caras distintas de una misma vida que se ha cimentado en el calor de la relación y que sólo va cambiando los materiales de los que esa relación estuvo compuesta desde el principio. En realidad lo que quiero es enarbolar la bandera de la realidad como valor auténtico, por encima de cualquier otro sucedáneo, por más respetable que nos parezca.