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domingo, 29 de diciembre de 2013

CONSTRUIR


         No creo que nadie se lo haya propuesto expresamente pero es cierto que estos días son especialmente dados a la magia.  Quiero suponer que por la gran cantidad de oscuridad que acumulan, ya que son los más cortos del año. También es verdad que, una vez superado el rubicón del 21 de Diciembre, Solsticio de Invierno, aunque muy lentamente, ganamos luz minuto a minuto con el horizonte puesto en el 21 de Junio, luminaria máxima del año.

         No sé si por la magia o por la ampliación de luz que vuelve a nacer volvemos la vista a los más pequeños  y tratamos de dotarlos de objetos que los acompañen y que les faciliten el imprescindible desarrollo que sus aprendizajes requieren. Bien es verdad que los regalos han perdido gran parte de su valor desde el momento en que se han convertido en algo cotidiano, cuando precisamente su mayor atractivo estaba en su rareza. El regalo se reservaba para un día especial y en este momento lo raro es que un día cualquiera no haya un regalo por cualquier motivo. De todos modos y por no llevar todos los análisis al mismo tiempo, es cierto que estos días son regaleros por antonomasia y vamos a ceñirnos un poco a ellos. También hemos dicho ya que no nos engañemos, que el mayor y mejor regalo que los niños esperan es el de que la estructura familiar cuente con ellos. El que se cuente con ellos en el devenir de cada día y el de que sus adultos de referencia se les muestren cercanos y disponibles, no tanto como objetos que ellos puedan manejar a su capricho, cosa que muchas veces sucede, sino  en su trato normal como personas, como miembros activos de la familia.

         También hemos defendido que los objetos a los que llamamos regalos que vayan a ponerse a disposición de los más pequeños, quizá sea más aconsejable ponerlos en los primeros días de vacaciones para que dispongan de más tiempo de uso. La tradición de los Reyes Magos parece que tiene más que ver en este sentido con que los pequeños vean los regalos y en pocos días desaparezcan de sus manos y se guarden no sé muy bien para qué. Pues si podemos valorar algunos criterios que sean mejores que otros a la hora del regalo yo propondría el criterio de la simplicidad como el más idóneo. Un juguete elaborado lo más que se puede lograr con él es repetir y repetir la cualidad que destaque mientras que un objeto simple y primitivo permite a quien lo maneja construirlo a su antojo y hasta encontrarle distintas posibilidades de uso según los momentos del día o los días del año. En el juguete muy elaborado el pequeño parece parte del juguete mismo y ambos un objeto de  consumo más que otra cosa, mientras que en el juguete primitivo es posible  la experimentación, jugar con formas y estructuras distintas y convertirse en  protagonista de sus distintas posibilidades. Quizá por eso hay juguetes que no pasan de moda, tipo arquitecturas o similares mientras que otros viven sometidos a las campañas anuales y surgen y desaparecen del mercado con gran facilidad.


         Y es que en esto de los juguetes como en cualquier otro orden lo que no conviene es perder la perspectiva y tener claro en todo momento qué es lo importante y qué lo accesorio. Lo debo haber comentado ya pero siempre recuerdo el comentario de un abuelo desengañado que con bastante desazón  se lamentaba de que su nieto había recibido en estos días un hermoso regalo suyo con el que esperaba colmar sus deseos y que al poco rato se encontró al nieto jugando con la caja en que llegó envuelto el regalo mientras que el regalo se moría de risa abandonado en un rincón. Muchas veces vemos este tipo de secuencias y preferimos no mirar, como si no estuvieran sucediendo, antes que sentirnos fracasados en nuestra elección. Sería bueno que fuéramos capaces de leer la realidad y darnos cuenta de cómo el paso de la vida nos va dejando señales frecuentes a través de las que es posible orientarse y no perder el camino.

domingo, 22 de diciembre de 2013

TIEMPO


         Somos tiempo y muy limitado por cierto en todos los casos. Con quién y cómo pasemos el poco tiempo de que disponemos nos definirá irremisiblemente. Podemos andar con argumentos del color que queramos pero al final seremos como haya sido nuestro paso por el tiempo que nos ha tocado que, por si alguien no lo tiene claro, se compone de 24 horas cada día y es igual para todos. Más democrático, imposible. 

         Con el trasfondo de nuestro asunto educativo, ahora nos encontramos con unos 20 días en los que disponemos de los pequeños a placer y ellos también de nosotros. Eso es lo esencial. A partir de ahí todo se puede someter a las explicaciones que cada uno elija: Que si tengo mucho que hacer y hay que estar en todo…, que tengo que  comprar para toda la familia…, que si los juguetes de los niños, que hay que prepararlos con tiempo que luego se acumula todo a última hora…, que no sé qué poner de comer para no repetir lo del año anterior…, mil argumentos que al final nos van a servir para que nuestro tiempo se ocupe sin que hayamos contado con nuestros pequeños. Nos organizaremos solos y ellos también tendrán una distribución del tiempo que no compartirán con nosotros.  Yo no quiero entrar en honduras. Lo que sí digo es que lo primero que los pequeños necesitan de nosotros es precisamente a nosotros y eso es justamente lo que les falta casi siempre. Todas las excusas pueden ser válidas, no digo que no. Pero la realidad es muy terca y si lo que indica es que no compartimos nuestro escaso tiempo, cualquier nivel de influencia profunda se nos estará escapando de las manos.

         Los niños no aprenden porque nosotros les enseñamos. Eso es un error que cometemos una y otra vez tanto la familia como la escuela por más que intentemos taparlo con argumentos ficticios para tranquilizar nuestras conciencias. Lo pequeños aprenden cuando quieren aprender y porque quieren aprender. Nuestro papel, por tanto, no es el de convertirnos en sus maestros, que maldita la falta que les hacemos como maestros, sino compartir sus vidas, conocer cuáles son las claves que los motivan a querer algo y, a partir de ahí, ayudarlos y acompañarlos  a  que  quieran cosas y a que estén dispuestos a esforzarse para aprender la cantidad de conocimientos y vivencias que la vida les tiene reservados. Si logramos que asuman compartir todos esos retos en nuestra compañía, seguramente que nuestro contacto les va a servir para avanzar más seguros de sí mismos y con más capacidad para resolver los problemas que se les vayan planteando. Cualquier otra alternativa que no pase por la comunicación personal no dejará de ser humo que pasa, pero que no penetra y que no se queda.


         Quizá, por concretar en esta época de vacaciones sí convenga decir que lo que se esté dispuesto a regalar se haga ahora que hay tiempo, precisamente para que puedan experimentar, conocer y manejar cualquier elemento que estemos dispuestos a poner en sus manos. Pero no nos engañemos. Lo que los niños quieren no son cosas por más que lo parezca. Lo que los niños quieren es a nosotros. Es posible que arrastrados por la vorágine ambiente nos reclamen, y puede que a gritos, cualquier objeto que hayan visto en el escaparate pero también puede darse el caso de que le compremos lo que nos pide y al poco tiempo nos encontremos el objeto abandonado por el suelo y el pequeño jugando con la caja en que venía envuelto o dándonos la lata de nuevo con otro capricho  que se le antoje. La crianza no es fácil y los atajos tienen muy pocos resultados. Al final tenemos que asumir de mejor o peor grado, que tenemos bajo nuestra responsabilidad a personas con muchas capacidades para aprender y para madurar en la vida, pero que la relación con nosotros, sus adultos de referencia, es la mejor arma para despertar sus ganas de aprender y para desarrollar sus capacidades. Aquello que seamos capaces de compartir, tanto con los pequeños como con los mayores, eso es lo que nos hace verdaderamente sociales.

domingo, 15 de diciembre de 2013

SOMOS




                       Salimos a la vida con armas y bagajes suficientes para enfrentarnos a este mundo donde pesamos, tenemos frío, calor, sueño, hambre…, y para satisfacer todas estas necesidades solo es posible a partir de atenciones externas. En el magma intrauterino era lo mismo pero todo venía dado. Era automático. Ni molestarnos siquiera. Con el paso del estrecho túnel todo ha cambiado. Se acabó el país de jauja y hay que ir cogiendo protagonismo y manifestar lo que se quiere y lo que no. Y que alguien lo entienda, que esa es otra.
                        Alguien tiene que mirarnos atentamente, leer en nuestros gestos, en nuestros movimientos, descifrar nuestros llantos…, inventar un diálogo a base de aproximaciones y establecer el lenguaje hablado como punto de referencia unilateral hasta que poco a poco se vaya estableciendo la comunicabilidad. Pero para llegar a esa cima hay que andar casi un año entre la bruma del conocimiento y encontrar luz a través de  parámetros que  tenemos albergados en el olvido. Hay que desempolvar la caricia, el susurro, la sonrisa, la dosificación de la luz y de la oscuridad, del ruido y del silencio y recordar que por ahí se encuentran las claves de la vida.

                         Todo eso ha de llegarnos en forma y tiempo, de modo que nos permita satisfacer las necesidades por una parte y a la vez nos vaya creando espacios de atención para ver y dar forma en el cerebro a todo lo que nos rodea. Todo tenemos que  irlo penetrando a través de las atenciones que recibimos y establecer una relación que nos haga sentirnos dentro de  lo que vamos descubriendo. Un viaje sensorial como nunca jamás podremos repetir. La capacidad la traíamos empaquetada en esos pocos kilos de cuerpo con que llegamos. Cada facultad ha de desplegarse poco a poco como la flor que nace, activado por los dedos que nos rozan, por la luz que nos rodea o el silencio que nos acoge y el susurro que nos excita. La palabra, que en origen es un idioma completamente extraño, va introduciéndose suave y encontrando significados y tonos que penetran en el cerebro y se establecen, ya para siempre, sin que después seamos capaces de recordar ni el momento ni la situación que los hizo valer del modo en que los conocemos y los usamos a lo largo de la vida.
                           Nunca somos indefensos. Somos tiempo que pasamos por la vida desempeñando distintos papeles según qué momento. Hay un orden en el que entramos como cualquier otro ser: se nace, se crece, se reproduce y se muere con carácter general. Ese es el esquema inviolable que no se discute. A partir de ese denominador común, todo se empieza a particularizar hasta desembocar después de un largo recorrido en Juan o Elvira, en un lunar junto a la oreja o en la nariz respingona, en el justo tono de voz que la haga inconfundible y en esa cara irrepetible-

                           Una vez acotadas las medidas personales, una vez que ya sabemos quienes somos, el mundo se nos abre de par en par para que cada uno escriba su libro de la vida y ofrezca al común de los mortales. Ese testimonio particular que hace más grande el acerbo común, suma al fin y al cabo de los millones de particularidades acumuladas, una junto a otra, para componer la panoplia de personas que hemos pasado por aquí.
 Los lenguajes de la persona recién nacida no se ajustan a los parámetros de los que somos más mayores. Se encuentran demasiado ligados a las sensaciones de placer y dolor, de extrañeza, de sorpresa, … sensaciones que nosotros ya hemos abandonado de nuestra primera línea. Los pequeños reaccionan a base de llanto o de movimientos de acercamiento y rechazo y en ningún caso aparece el componente de la palabra. Pero los adultos que se encuentran cerca tienen necesidad de encontrar formas conocidas a esas reacciones y les van poniendo palabras a las reacciones elementales de los pequeños. Así se crean las historias y las versiones que terminan por ser creídas y por ser esgrimidas como verdades por los mayores, cuando en origen no fueron sino interpretaciones más o menos arbitrarias de secuencias que los pequeños produjeron.

            Y es que quizá no hay otra manera de encontrar formas a lo que pasa que ponerle palabras, con el riesgo, naturalmente, de que lo que contamos que está pasando se encuentre cerca de la realidad o completamente ajeno a ella. Pero es que la propia realidad hay que crearla a partir de las secuencias de palabras con las que nosotros nos arriesgamos a definirla. No hay que tener miedo, por tanto, a poner palabras en las secuencias que se van viviendo con los pequeños, pero es evidente que hay que ser conscientes de que el relato que nosotros vayamos creando al respecto va produciendo una realidad concreta, una forma de interpretación de lo que pasa y una cierta relación entre quien provoca las vivencias, que hoy no habla pero que mañana hablará, una vez que haya interiorizado  nuestro discurso, y la realidad misma, informe en un principio pero que también va tomando forma en la medida en que nosotros la vamos definiendo cada día.
           Porque querámoslo o no, el valor que una vez le demos a un hecho, llanto, por ejemplo, mañana va a tener el mismo  mas o menos y con la repetición se va a terminar haciendo norma, de modo que cuando el pequeño quiera acordar, se va a encontrar con que valora el hecho del llanto según lo que lentamente le hemos ido introduciendo a través de las palabras con que nosotros lo hemos ido definiendo. Lo mismo podemos hablar de otros signos que nos inquietan y a los que nos vemos obligados a buscar definición: limpieza, alimentación, sueño, contacto físico…

          El mundo de las palabras no va incluido en el bebé. Somos los adultos los que vamos introduciendo todo ese mundo y ese baremo asociado a la producción de sus vivencias, pero con el tiempo serán los discursos sobre esas vivencias los que terminarán imponiéndose, unas veces con razón y otras si ella. Si el pequeño se siente reflejado en lo que se cuenta sobre él, se quedará conforme. En caso contrario podremos darnos cuenta de que sus manifestaciones nos estarán diciendo, si queremos escucharlo, que el discurso elaborado no es válido y que tenemos que encontrar palabras más acordes  con los sentimientos que en él se suscitan o, de lo contrario, no se sentirá representado en lo que estamos diciendo de él.

          En los primeros tiempos puede resultar fácil encontrar un discurso con el que el niño pueda estar conforme. En la adolescencia, este cometido puede resultar muchas veces, sencillamente imposible.

domingo, 8 de diciembre de 2013

PATIO


         Nunca he entendido por qué cuando se habla de la escuela, automáticamente se piensa en cuatro paredes, una pizarra, mesas y sillas y poco más. No quiero decir que esos elementos no signifiquen escuela. Lo que sí digo es que escuela es mucho más que todo eso. Para empezar y sobre todo, escuela es un conjunto de personas que se relacionan unas con otras. De esa relación es de donde surge el aprendizaje esencialmente. El resto es puramente instrumental. Unas veces favorece y otras dificulta pero lo que rodea no forma parte de la esencia y la esencia de la escuela son las personas relacionándose entre sí.

         Es verdad también que los instrumentos que forman la escuela facilitan o dificultan la labor que se realiza dentro de ella. Desde ese punto de vista sí que importa señalar que el patio ha formado parte de los instrumentos pero de una manera marginal. Algo así como un espacio que se habilita fuera del núcleo principal y cuyo sentido no es otro que permitir que las personas respiren un poco de aire cuando tengan que descansar de la tarea del aprendizaje, que en este espacio llamado escuela, se produce dentro del recinto cerrado. Hay veces que el patio es tan reducido que apenas si caben todos los habitantes que forman la escuela. Otras sí disponen de algunos metros, suficiente como para poder trazar las coordenadas suficientes para practicar algún deporte reglado y conocido. Baloncesto, fútbol, sobre todo fútbol, balonmano, boleibol, y en algún caso excepcional, hasta atletismo. Puede que quede algún metro que otro al margen, que permita solarlo convenientemente a fin de que los pequeños puedan andar de acá para allá mientras se cuentan su vida y milagros. Y nos quedamos tan panchos.

         En nuestras escuelas hemos procurado disponer del mayor espacio libre que las circunstancias y la economía nos han permitido. En ese espacio libre hay una parte solada que permite correr a placer pero, por ejemplo, todos los patios disponen de arbolado, bien de sombra o frutales y otro hermoso espacio que recuerda a la tierra y que permite sentarse y comunicarse con los demás desde una textura distinta a la dureza solada. Dentro del patio hay una dotación importante de elementos de juego que permiten sentarse en ellos, desplazarse con ellos, colocarlos de formas diferentes para acotar los espacios posibles dentro del patio y facilitar las construcciones o los diseños de lugares donde relacionarse en soledad o en pequeños grupos. Se trata en definitiva de hacer que el aire libre que significa el patio se convierta en una posibilidad más de riqueza para las relaciones entre las personas. Hace falta también que los pequeños dispongan de tiempo suficiente como para evolucionar con los elementos del patio y planificar lo que cada día se les puede ocurrir para sentirse integrados dentro del gran conjunto. Por eso para nosotros el patio no es el lugar de recreo o de descanso de la actividad fundamental.


         El patio es un espacio con personalidad propia, con posibilidades propias y con un tiempo específico y suficiente como para poder desplegar una serie de posibilidades de acción y de organización diferenciada de la actividad que se realiza en el interior del edificio. No es extraño encontrarse personas que se achican dentro y su actividad es pobre y que cuando salen al patio como que despliegan sus alas y ofrecen una imagen al grupo mucho más rica que la del interior. Y pasa eso y pasa también lo contrario, que personas que en el interior son capaces de brillar, salen al patio y se apocan o sencillamente no saben cuales son los elementos de los que pueden disponer para satisfacer los planes que se pueden desarrollar solos o en compañía. De modo que el patio ofrece todo un arsenal de posibilidades que pueden ser específicas y con valor por sí mismas, independientes de las que se desarrollen en la clase, lo que permite que otras personas destaquen en el grupo aportando propuestas que el espacio interior no permite. Ruedas de coches, cajas de fruta, trozos de troncos y algunos columpios, con dotación de tiempo suficiente pueden ser también elementos educativos de primer orden.

domingo, 1 de diciembre de 2013

COLONIAS

   
    Cuando esto escribo algunas de las apreciaciones que aquí dejo puede que  ya no respondan a la realidad. Sé que la vida evoluciona imparable y todas las vivencias se modifican con el tiempo. Tampoco pretendo convertirme en juez de nada y estoy dispuesto a aceptar como válidas realidades nuevas, que pueden ser tan válidas o tan discutibles como las que les precedieron. Ando lejos de pensar que cualquiera tiempo pasado fue mejor. Lo que sí es cierto es que cada uno pertenece a su tiempo y el mío es el que sigue.

         Planteábamos dos salidas con noche de por medio. Una en otoño, más o menos por estas fechas, quizá un poco antes, y otra en primavera. Se incluían los grupos de 3, 4 y 5 años, cada uno por separado. Los lugares estaban definidos en un radio de menos de 100 kilómetros. Salíamos una mañana de la escuela y volvíamos al día siguiente por la tarde. El meollo de la experiencia se centraba en dormir una noche fuera de casa y en grupo. Para muchos de los de 3 años era la primera vez y la noche era el punto álgido. Con quién dormían, a qué hora y los rituales alrededor del sueño. Para los que ya tenían experiencia era el recuerdo lo esencial y el afianzamiento de las relaciones. La experiencia ha sido excepcional y de ella hemos hablado muchos días después y sin duda un punto de referencia al que acudir en multitud de conversaciones posteriores. Le hemos llamado Colonias quizá porque en origen no duraban menos de una semana y se producían en verano como sustitutas de las vacaciones, hasta que decidimos incorporarlas al curriculum como una clase mas de vida de la que participámos todos: pequeños y mayores.

         Más que entrar ahora en una enumeración minuciosa de los beneficios desde el punto de vista educativo prefiero dejar aquí contada alguna secuencia que albergo como un tesoro en mi vida, a sabiendas de que cada uno de los protagonistas puede albergar otra, confío que tan intensa como la mía. El paraje se llama Hermita Vieja. Se encuentra en el término municipal de Dílar, a unos 20 kilómetros de Granada capital y en las estribaciones de Sierra Nevada por la parte Sur. Hemos salido todo el grupo a caminar por la tarde con las linternas a esperar que se fuera la luz del día para podernos iluminar unos a otros. En medio del camino nos sentamos en corro como siempre para analizar lo que vemos, lo que escuchamos, lo que olemos… De pronto sale una zorra y se pone a mirarnos con descaro. Nos callamos al momento y le clavamos los ojos para ver qué hace. Se va a un lado del camino y orina. Nos mira de nuevo y se va al otro lado y vuelve a orinar. Vuelve a mirarnos y baja por el camino por donde hemos subido, dirigiéndose a un lado y a otro, orinando en los linderos hasta que termina perdiéndose de nuestra vista. Alrededor de 10 minutos nos tuvo embelesados con el ritual. Uno de los pequeños dijo: Está buscando novio…. Seguimos nosotros con las linternas descubriendo la oscuridad y cubriendo nuestro programa. Para mí, como puede verse, la zorra fue lo que me quedó de esa colonia y probablemente de todas. Me consta que no fui sólo porque la zorra salió infinidad de veces en conversaciones posteriores.


         Varias familias nos hacían el cargo de que sus hijos mojaban la cama y hasta nos daban los pañales correspondientes para evitar incidentes imprevistos. Entre los 3 y los 5 años no es ningún drama que alguien pueda mojar la cama todavía pero la experiencia de dormir fuera era una posibilidad real de que se autoimpusieran contralar sus esfínteres por razones sociales que más de uno pasaba habiéndose controlado, lo que le suponía una importante dosis de autoestima en adelante ante sí mismo y ante su familia. En honor a la verdad hay que decir que también pasaba lo contrario y más de uno amanecía completamente mojado cuando al parecer ya controlaba en su casa. De cualquier modo la vida ofrece siempre opciones y se manifiestan de distintas maneras. 

domingo, 24 de noviembre de 2013

COMER


         Después de la propuesta del Taller de Cocina de la semana pasada puede resultar procedente que entremos en el tema de la comida en la escuela. Nuestra propuesta de trabajo se mantiene en Granada capital, con cuatro escuelas infantiles, más o menos de cien personas cada una en distintos barrios. En las cuatro comen todos los pequeños de 0 a 6 años y las comidas se preparan en las escuelas cada día. Se trata de una alimentación que en el día se hace y se consume. Siempre creímos que la alimentación era esencial en la educación y en todas las cocinas hay profesionales de primera línea.

         Reconozco que decir hoy ciertas cosas como que los niños que desayunan en las escuelas, que están abiertas desde las siete y media de las mañanas, lo hacen con zumo natural de fruta o de frutas troceadas, de pan con aceite de oliva virgen y galletas y de leche sola o con cacao en polvo no es mucha novedad  porque hoy está en los medios de comunicación la importancia de un buen desayuno para todas las personas pero para los pequeños en particular. Tampoco es decir mucho hoy si se afirma que hay que dedicar un tiempo al desayuno porque es una comida fundamental  y necesita tiempo y diversidad de ingredientes: fruta, cereales, grasa con omega tres y algún lácteo. Lo que pasa es que estoy hablando de una historia que comenzó en 1980 y entonces estábamos un poco lejos de tener la misma conciencia sobre la importancia de una buena alimentación infantil. Que se hable hoy de campañas y medidas para evitar la obesidad infantil o de la obesidad en general está muy bien,  ya era hora,  pero hay que recordar que cuando decíamos nosotros hace treinta años que entre nuestros niños no había obesos, casi parecía un chiste.

         Hoy se habla de la necesidad de que las personas en general y los niños especialmente ingieran  cinco piezas de fruta al día y en muchos casos parece un poco complicado encontrar los momentos y los rituales convenientes para que esto se produzca pero cuando hace 30 años dispusimos que a media mañana todos los niños harían una comida de fruta parecía una excentricidad, casi un capricho que, si bien nunca se vio como inconveniente,  tal vez sí como una complicación innecesaria. Pues no lo era.  Todo lo contrario. Me alegro mucho de que se hagan desaparecer de los colegios los puntos de alimentos azucarados y como alternativa aparezcan los zumos de frutas y el pan con aceite, esa joya de alimentación que no debiera faltarle a nadie en el mundo, mucho menos a nosotros, que vivimos en el país donde se produce más y mejor aceite. Se lo llevan en botellitas como si se tratara de una joya alimenticia o de belleza. Y es que lo es aunque durante mucho tiempo hayamos pasado de largo sin hacerle mucho caso. Viva la fruta fresca y el aceite de oliva virgen extra crudo.


         Y a mediodía nuestros niños han comido siempre desde 1980 ricos guisos caseros de esta tierra, de la tradición casera: cocidos, potajes, lentejas, patatas en ajo pollo, que ni tienen ajo ni tienen pollo, ensaladas cada día con los elementos propios de cada estación del año y todo cocinado en el momento para consumir  inmediatamente. Cuando los guisos han necesitado sofritos que los niños podían extrañar, se los han comido en forma de purés y les han sabido a gloria y los preparados han estado adaptados siempre a la edad de los comensales, desde los zumos simples y los simples purés para los bebés de pocos meses hasta las ensaladas complejas y con muchos ingredientes para los de más de cuatro años, que ya se han acostumbrado a esa forma de comer y que valoran la variedad como un bien en sí mismo. Como muestra un botón. Nuestros niños siempre comieron hígado en filetes a la plancha y tenía sus dificultades para algunos aunque a la mayoría les volvía locos. Terminamos cortándolo en trocitos y enharinado que les sabía a gloria. Con las vacas locas este alimento terminó por desaparecer por causas completamente ajenas.  

domingo, 17 de noviembre de 2013

DIFERENCIAS


         Sin pretensiones de rigor que vayan más allá de las apreciaciones personales que se te quedan en la memoria con los encuentros de antiguos alumnos, bien por las visitas, que no faltan, o por los encuentro fortuitos por la calle cualquier día, me atrevo a afirmar que las diferencias de nuestro estilo educativo en comparación con el generalizado se encuentra en la vida en el patio, en la comida y en lo que llamamos las colonias y que son salidas a espacios cercanos y aislados para convivir en grupo, al menos durante una noche.

         Supongo que me ha venido a la mente esta idea de las diferencias por la alusión que hice hace un par de semanas al tema del otoño y a su particularidad con la comida: vendimia, carne de membrillo, potaje de castañas, nueces y colofón de Fiesta del Otoño. Es verdad que parece el otoño la fiesta de la comida por excelencia porque vayas por donde vayas por el campo, es muy difícil que no te topes con alimentos al alcance de la mano. Es como una síntesis de lo que la tierra pone a nuestra disposición, una vez que se van retirando los calores veraniegos y que el frío se va adueñando del espacio y del tiempo y nos fuerza a recluirnos en lugares protegidos, más propensos a historias y chascarrillos que a despliegues expansivos de ocupación del mundo. Quizá sea ese contacto con los frutos de otoño los que en alguna medida invite a elaborar algún plan de contacto permanente de los niños con la comida para tenerla presente en sus actividades y relacionarse con ella como con alguien familiar de quien, en última instancia, dependemos.

         Con importante esfuerzo organizativo y de distribución de espacios, es ahora el momento de, un día a la semana al menos, elegir un par de pequeños de los tres grupos del segundo ciclo de Infantil, tres, cuatro y cinco años, concentrarlos en una espacio cercano a la cocina si es posible y hacerles que pasen un rato, la mañana de los lunes por ejemplo y se dediquen, con un adulto responsable por supuesto, a empezar a manipular la comida preparando, por ejemplo, las bandejas de ensaladas que después nos vamos a comer todos a mediodía. Este proceso que parece simple después se va complicando porque cualquier particularidad organizativa que se inicie debe conducir a que todos dispongan de la misma posibilidad, lo que significa extenderlo en el tiempo varios meses para lograr que todos vivan la experiencia al menos una vez. Si lo logramos buenamente tampoco está de más dejarlo instituido y que los equipos vayan responsabilizándose de otros menesteres como el troceado de la fruta, trocear las patatas o actividades parecidas, de acuerdo con las necesidades que se vayan derivando del desarrollo del menú.

         Puede parecer una actividad humilde la que aquí se propone con este Taller de Cocina pero es suficiente como para que afecte a la idea general de los niños en su relación con la comida. No tiene nada que ver el que un niño se enfrente a un plato de comida elaborada y que se tiene que comer sin saber qué es cada cosa que ve ni cómo se ha producido ese color que se le presenta o esa textura que percibe a que sea capaz de detectar una zanahoria en el plato o un trozo de pimiento y relacionarlo con el trabajo que ellos han estado realizando en su Taller de Cocina esa mañana. Se trata, por tanto, de que se produzca un conjunto en el que tanto la alimentación como la actividad de los niños se encuentre  incluida en el mismo contexto y ellos puedan ver con toda claridad que nada anda suelto en sus vidas y que unas cosas están relacionadas con otras y dependen de ellas.

           En estos tiempos y como tributo a la seguridad alimentaria hemos hecho que la comida sea poco más que un recipiente cerrado con plástico que se abre justo en el momento de la comida y del que es imposible saber su origen porque muchas veces viene elaborado desde cientos de kilómetros de donde nos lo comemos. Son opciones.

domingo, 10 de noviembre de 2013

PELIS


         Mi propuesta de siempre ha sido la de sugerir que los pequeños necesitan horas de televisión o de medios audiovisuales porque ese es el medio por antonomasia de esta época. Las críticas que he recibido, tanto de las familias como de los colegas han ido dirigidas a que ya tienen horas de sobra delante de la tele y que lo que necesitan es aprender a administrar su tiempo en otros menesteres que los separen de la tele y los lleven a vivir otras experiencias. Sé que no les falta razón en lo que dicen pero no me he resistido a suprimir de un plumazo un medio y un aporte tan fuerte como el audiovisual de la vida de los menores ni mucho menos en convertirme yo en su enemigo, causa completamente perdida de antemano.

         Es cierto que los niños pasan muchas horas delante de la tele, pero la verdad es que la tele se convierte para ellos en una especie de cajón de sastre donde se acumula el tiempo cuando uno ya no sabe lo que hacer. Y no es que vean la tele para ver este programa o el otro sino que parece que el programa no es otro que la tele misma,  cuando en ella se albergan montañas de anuncios de casi todo, series de dudosa calidad cuando no sencillamente ínfima o dibujos animados completamente variopintos, mucho más destinados a cubrir minutos que a ofrecer algún tipo de propuesta cultural que a los pequeños les pueda entusiasmar o servir para su evolución educativa. De modo que los niños, cuando ven la tele, lo que están viendo de verdad es un batiburrillo de cosas, casi siempre sin orden ni concierto, que van destinadas mucho más a cubrir unos horarios de ocupación  que justifiquen grandes cantidades de anuncios mezclados que algún tipo de planteamientos más profundos y de carácter pedagógico. Hoy no quiero ir más allá sobre los contenidos y sólo voy a concretarlos en las pelis. Otro día, quizás, podamos ofertar una serie de programas de alto valor, que también existen.

                Ahora estamos descubriendo que España, Granada concretamente, es una pieza fundamental  en el mundo en lo relativo a  trabajos de animación, felizmente multiplicados por la influencia y conocimientos internacionales de Antonio Banderas, quien participa en la producción de esta industria que ya lleva a sus espaldas una serie de pelis, a cual mejor y que han sido capaces de competir en régimen de igualdad con las grandes superproducciones  de allende el Atlántico como es el caso, por ejemplo de EL LINCE PERDIDO, de LAS AVENTURAS DE TADEO JONES, de PLANET 51. Estas iniciativas, que ya son realidades y que van creando un nombre y una escuela en la que empieza a reconocérsenos, nos dicen que a pesar de las importantes diferencias presupuestarias entre unos proyectos y otros, los resultados finales no se corresponden con esas diferencias sino bien al contrario, son capaces y de hecho lo están haciendo, de competir en pie de igualdad. Ahí está el último estreno JUSTIN Y LA ESPADA DEL VALOR para demostrarlo. Esta industria de la animación es de una enorme complejidad técnica y significa que estamos siendo capaces de poner de pie una industria de largo alcance y de muy difícil competencia.


         Pero no quiero quedarme sólo en las producciones propias, que son claramente defendibles y que no tienen nada que desmerecer con las del resto del mundo. En América ha salido la serie de SHREK, MONSTRUOS S.A. ,  UP y otras junto a las japonesas EL VIAJE DE CHIHIRO o EL CASTILLO  AMBULANTE.  Las francesas KIRIKOU Y LA BRUJA o KIRIKOU Y LAS BESTIAS SALVAJES, o las salidas directamente de la mano de Tim  Robbins  PESADILLA ANTES DE NAVIDAD o LA NOVIA CADÁVER, entre otras que no vale la pena detallar más, nos indican que entre la posibilidades que pueden ofrecerse a los pequeños hay como siempre, de unas y de otras y que si nos ocupamos un poco de ellos, seguramente seremos capaces de hacerlos participar del mundo de hoy en la parte de esfuerzo colectivo, de honestidad y de visión de futuro, que tampoco se agota en hoy.

domingo, 3 de noviembre de 2013

OTOÑO


         Volvemos de nuevo a la escuela con el fin de seguir un poco el hilo temático en el que se pueden estar desenvolviendo los grupos. Cuando uno ha tenido una larga vida profesional, la verdad es que puede hablar como de épocas distintas. Me gusta ahora rememorar los últimos años en los que tenía la responsabilidad de dirigir la escuela y sólo tenía contacto con los niños mientras estaban en el patio y para algunas actividades concretas que los compañeros me aceptaban.

         Un año me emperré en hacer vendimia y a partir de ahí, todos los años hicimos vendimia hasta mi jubilación. Nos traían una caja de uvas y en un barreño en el patio los más atrevidos se lavaban los pies y se metían en el barreño a pisar la uva. Lo más que logré es que pisaran siete. A los demás decían que les daba asco aunque  lo cierto es que no se apartaban del corro y no se perdían ni un detalle. El primer año guardamos el zumo en la clase y lo vimos fermentar día a día, con los mosquitos revoloteando por el cuello de las botellas. A los tres meses pretendíamos probar el mosto pero se nos avinagró y nos informaron que la temperatura de la clase no era la adecuada. A partir de ahí, los años siguientes lo que hicimos fue escurrir el zumo recién pisado y bebérnoslo en el momento. El color era feísimo y nos tiraba para atrás pero en cuanto lo probábamos  nos sabía a gloria. Duraba muy poco porque, la cola de los probadores aumentaba y la cosecha se terminaba en un rato.

         Había tres caquis en el patio y por esta época estaban en su punto. Traía de la cocina cucharillas y me ponía a vender caquis como si llevara un carrito con las chuches. Se hacían un poco los remolones antes de pedirme una cucharada, no sé si porque no terminaban de creérselo o por qué. Al final siempre había algún valiente que se echaba la cuchara a la boca y ese arrastraba a los demás. No tenía ningún criterio sistemático. Podíamos empezar a repartir caquis en cualquier momento. Si el tiempo estaba como este año, por ejemplo, que todavía no ha empezado a llover en serio ni a hacer frío, cualquier día podía ser bueno para el reparto porque había mucho rato de patio. También teníamos un nogal y podíamos dedicarnos a coger nueces y pelarlas para comernos la carne que se guardaba dentro hasta que más de uno terminaba con las manos negras de la grasa de la piel. Muchas estaban podridas, pero siempre había suficientes en buen estado para que mereciera la pena el esfuerzo. Castaño no teníamos pero algunos traían castañas de su casa y hacíamos potaje de castañas a fuego lento y asando primero las castañas, pelándolas después y echándolas en un recipiente cubierto de agua con una rama de canela y azúcar al gusto. A pesar de lo laborioso no les solía gustar mucho. Lo mismo hacíamos con los membrillos y con los boniatos, unas veces mezclados y en trozos y otras separados en forma de carne de membrillo o de boniato.


         El colofón era la FIESTA DEL OTOÑO, ya en la segunda quincena de noviembre. Se montaba un fuego en el centro del patio y todos nos poníamos alrededor. Asábamos castañas que luego quemaban mucho aunque terminábamos comiéndonoslas. Se montaban en el patio una serie de mesas en las que se presentaban los frutos de otoño que cada familia aportaba y allí nos pasábamos toda la mañana calentándonos y comiendo lo que a cada uno le iba apeteciendo. Ese día la comida formal no era más que el postre y poco más. Lo que cada uno quisiera  porque ya solían ir llenos cuando se sentaban a la mesa. La fiesta del otoño se sigue manteniendo en las cuatro escuelas que tenemos en Granada capital y del resto de los rituales de otoño supongo que estará ligado a las apetencias de los compañeros. No siempre tiene uno ni la gana ni las oportunidades de complicarse la vida. Lo que sí afirmo es que aquellas sesiones eran inolvidables.

domingo, 27 de octubre de 2013

ACTUALIDAD


         Dos cuestiones hoy, cada una de ellas con entidad suficiente como para cubrir más de un artículo, pero que necesito agrupar para no perder el punto de actualidad que hoy tienen, cada una por sus propias razones y ambas referidas al tema que nos ocupa cada semana.

         En nuestro anterior sobre el barrio, Manuel Ángel, desde su trabajo cotidiano, nos hace una observación que no quiero pasar por alto sobre la seguridad que hoy exigen las familias. Es evidente que cada vez que se sale a la calle o de viaje con pequeños, hay que preocuparse por la seguridad. Esto ha pasado siempre y en buena hora puedo decir que he terminado mi hoja de servicio sin ningún incidente grave que destacar. Lo que también es cierto es que cada día las familias están más preocupadas por la seguridad y hay veces en que tanta insistencia llega a cuestionar y hasta anular alguna de las iniciativas que se proponen desde la escuela. Hay que sopesar si no nos estaremos pasando con tanta seguridad en detrimento del contenido de la vida que, mucho o poco, siempre implica un riesgo. La eliminación total del riesgo puede suponer al mismo tiempo la eliminación de una serie de iniciativas muy importantes para el desarrollo. Estoy seguro que muchas de las actividades que hemos propuesto en otros tiempos serían impensables hoy en día por deficiencias de seguridad. Es posible que en su día hubieran necesitado más, no lo discuto. Lo que sí digo es que las vivimos, superamos la prueba y las vivencias tuvieron su efecto positivo. A lo mejor también se puede cuestionar tanta seguridad para qué.

         Puede que ligado con la seguridad, aunque con otros componentes por supuesto, leo en 20minutos nuevas revelaciones sobre la muerte de JonBenet Ramsey, la niña reina de belleza asesinada a los 6 años de edad en el trastero de su casa de Boulder, COLORADO, en diciembre de 1996. Y lo saco hoy de nuevo porque en su día fueron sus propios padres los acusados de asesinato y todavía el caso anda en los tribunales sin resolver después de tantos años. Mucho más reciente tenemos aquí en España la tragedia de los hermanos Bretón en la finca de Las Quemadillas de Córdoba  con 2 y 6 años, víctimas de su propio padre,  y en estos últimos días todavía se está investigando el de Asunta, la niña de 12 años de Santiago de Compostela. Son informaciones que me parece que tenemos que conocer y valorar para darnos cuenta de que los menores, en tanto que menores viven siempre sometidos a niveles de riesgo inevitables y que por supuesto que unos están ligados a la escuela en donde pasan mucho tiempo y en donde realizan una serie de actividades que suponen en algunos casos peligros evidentes para su integridad y precisan sin duda unos niveles de seguridad suficientes como para que se desenvuelvan seguros y confiados. Nada que discutir al respecto


         Pero los datos que aportamos nos dicen que no es sólo de la escuela de donde les llegan sus niveles de riesgo y que, aunque afortunadamente son casos excepcionales y muy raros, los ámbitos familiares también los someten a inseguridades tan cercanas como que están protagonizadas por sus familiares más directos y sin embargo parece que la sociedad no se preocupa en la misma medida por establecer algún tipo de barreras de comportamiento o de algunas medidas de protección que les dificulten correr riesgos innecesarios. Tampoco sé si sería posible en realidad, incluso puede que ni conveniente. Lo que sí me sorprende y por eso saco el tema, es si no se estará cargando demasiado las tintas de la seguridad en la institución escolar y que sea ella la que tenga que aportar todos los certificados de seguridad habidos y por haber para los niños cuando no es en la escuela precisamente donde los niños alcanzan las más altas cotas de riesgo para sus integridades físicas ni para su desarrollo educativo. Recuerdo muy bien el caso de JonBenet  Ramsey,  aquella niña diva que ganaba todos los concursos de belleza a los que su familia la presentaba. La escuela nunca podría hacer tal cosa con un menor.

domingo, 20 de octubre de 2013

BARRIO


         Antes de afrontar el tema de hoy quiero decir que, aunque estuviera previsto para la semana pasada y lo cambiáramos a última hora, en ninguna medida considero que nos trastocara los planes el que decidimos incluir en su lugar. Al contrario. Esas disgresiones que vamos incluyendo al hilo de la actualidad vienen a dar vida a nuestras aportaciones,  indican claramente que este blog está vivo y que pretende estar vivo, sin miedo a tomar los derroteros que sean precisos, siempre, eso sí,  referidos al tema de la educación de los pequeños que nos ocupa y que es el verdadero sentido que nos hemos marcado.

         Si la escuela está inserta dentro de un barrio es lo mejor porque así forma parte de la comunidad como un servicio más. A veces eso implica disponer de menos metros de patio, por ejemplo, porque los metros son más costosos en los cascos urbanos. Si está en las afueras tendremos otras particularidades pero para el objetivo que pretendemos hoy nos pueden valer de la misma manera. Lo que importa es que la escuela no se convierta en un compartimento estanco de la comunidad y eso hace falta que sea asumido por el equipo docente. Hemos pasado ya las incertidumbres de los primeros días en los que los pequeños han necesitado adaptarse al nuevo estilo de vida. Seguro que habrán empezado a superar los miedos propios de todo lo nuevo que nos pasa en la vida, sobre todo si es profundo y trascendente como es el caso de la escuela. Empiezan incluso a formarse parejas, en algunos casos los pequeños grupos. Cada individuo empieza a dejar traslucir su impronta personal en el grupo, bien hablando o comportándose a su manera.

         Como una pieza más de esa nueva estructura de vida en la que se están desenvolviendo los niños están los alrededores de la escuela y eso hay que conocerlo con detenimiento y sacar todo el aprendizaje que nos puede ofrecer, que es mucho. Cualquier día, pero puede que el viernes sea el más indicado, es buen momento para salir en grupo a pasear y a ver todo lo que nos rodea y no vemos mientras estamos dentro del recinto escolar. Si preparamos la salida o las salidas convenientemente no tendremos necesidad de ir con la rigidez de los soldados, sino más bien como un grupo de personas que van de paseo en visita de reconocimiento. Mejor sin prisa y sin un objetivo que no sea el de gozar la calle, sentirnos parte de ella y permitir que lo que vemos a nuestro alrededor se nos vaya introduciendo dentro de nosotros. Todo nos va a llamar la atención y todo vale para aprender: una frutería, carnicería, tienda de zapatos, farmacia, supermercado, droguería, parada del autobús,  paso de cebra, las aceras, los árboles, los jazmines que ahora están en flor, el herbolario, los bares, el centro médico….


         Esas primeras visitas a los alrededores, cuanto menos pretendan más nos pueden valer. Precisamente en su falta de ambición académica puede estar su principal beneficio. Se trataría sólo de conocer y de reconocer todo lo que nos rodea. Deberíamos dejar tiempo casi para pararnos en cualquier punto y en hablar y explicar aquello que les pueda llamar la atención, que serás casi todo. No debe importarnos demasiado si no hemos sido capaces de andar más allá de dos o tres calles. Ya tendremos tiempo  de nuevos reconocimientos en salidas sucesivas,  que ojalá se vayan produciendo con el tiempo. Lo que importa es que vayamos sintiendo la conciencia de que somos un grupo, como un solo cuerpo con muchos individuos,  que permitamos que penetre en nosotros cada una de las imágenes que vamos contemplando y que serán nuevas sin duda aunque las hayamos visto muchas veces yendo con nuestra familia, sencillamente porque las estamos mirando con otros ojos al lado de nuestros compañeros y porque ahora no estamos solos y sentimos  la necesidad de comunicar lo que vemos, nombrar cada cosa y explicar para lo que sirve, si lo hemos visto antes o si es nuevo…, otra vida,  que es la que estamos empezando a construir desde la escuela.

domingo, 13 de octubre de 2013

MUERTE


         No sé por qué este tema no había salido hasta ahora, después de tres años hablando de educación. Como si no tuviera que ver o como si yo lo estuviera eludiendo. Ha tenido que ser Manuel Ángel de nuevo, a la vez que me comunica su reaparición después de haber tenido un compromiso de un curso a esta mesa de reflexión y debate, se trae debajo del brazo la muerte de una madre a la que se incineró el martes pasado y me pide si yo puedo aportar algo al tema porque la familia y la escuela están destrozados. Yo voy a aportar estas palabras sentidas, que no salen de lo que sé, sino de lo que soy. Eso le he prometido y eso estoy haciendo. El tema que tenía previsto tendrá que esperar.

         El comentario de Manuel Ángel lo leí ayer por la tarde y le he respondido esta mañana después de haber cambiado de planes y decidido a entrar en el tema. Cuando mi hijo mayor, Nino, tenía dos años se murió mi Chacha que había criado a mi madre cuando fue abandonada y que fue una más en la casa siempre. Yo levanté al niño para que la viera muerta en la caja y él le echó el balón para que jugara, como hacía siempre. Cuando murió mi compañera Lola, muchos años después, llevé a mi hija Elvira y los dos la vimos. Ella la conocía y me comentó que estaba muy amarilla. Ahora, con 13 años, dice que no quiere ver muertos pero ella ya sabe lo que es la muerte porque la ha visto. No puedo desligar de lo que quiero decir la secuencia de horror de las costas de Lampedusa en donde ya han sacado más de 360 cuerpos que cuando todavía estaban vivos pidieron auxilio  hasta tres barcos pasaron de largo. Allí había madres, padres, hijos, tíos, primos…, personas que ya no están. Eso es lo que creo que es la muerte…., nada que se pueda comprender. La muerte creo que es nada, querido Manuel. Esa madre estaba y ya no está ni estará nunca más. Eso es la muerte.

         Tú sabes, amigo, lo mismo que yo, que para un pequeño, una madre o un padre o un ser querido no es tanto una persona, que lo es, cuanto un conjunto de manifestaciones afectivas imprescindibles para su estabilidad emocional y para su desarrollo afectivo. Le imagen física de la madre va a terminar por desaparecer de su mente, inevitablemente. Lo que no debe desaparecer es todo ese conjunto de atenciones y manifestaciones afectivas que son más importantes que comer para sustentar su crecimiento y consolidación como personas. Pueden llegar del padre, de los abuelos, de los tíos, de los amigos, de la nueva pareja del padre en el caso de que la haya con el tiempo…, de quien quiera que sea. El cuerpo de la madre ha desaparecido y ya no va a volver. No se ha ido al cielo ni al infierno ni a ningún sitio. Yo creo que todo eso es mentira. Sólo queda llorarla lo que cada uno necesite y en ese sentido a los niños no se les debe secuestrar ese drama porque tienen el mismo derecho al duelo que los mayores, si no más. Pero mañana volverá a salir el sol y ellos seguirán necesitando quien los abrace y los acompañe en la vida. Eso es lo que no les debe faltar por nada del mundo.

         Mi hermano Paco, discapacitado de 57 años me dijo el otro día refieriéndose a mi madre, muerta hace 15 años: “Por qué se tuvo que ir….” Sólo supe estar a su lado, decirle que todos tendremos que irnos un día y seguir adelante porque la muerte no se puede comprender. Se la acepta y punto. No es lógica, es irremediable, que no es lo mismo.

         Amigo Manuel Ángel, esto es lo que yo puedo aportar sobre la muerte. A estas alturas no sé si sirve para algo o no. Lo que sí te puedo decir es que esto es en lo que yo creo hoy, con todo el respeto del mundo a cualquier otra creencia, tan legítima como la mía. Un fuerte abrazo.

domingo, 6 de octubre de 2013

FAMILIA
         Si recordáis habíamos empezado a tratar los temas como si estuviéramos en clase y fuéramos los maestros. No sé si con eso lo que pretendo es revivir a lo lejos lo que tantas veces viví tan de cerca. No me importa demasiado porque lo cierto es que me sirve para seguir dentro de este blog, que está dedicado a la educación en los primeros años de la vida, y eso sí que me importa. Ya habíamos pasado por aquellos momentos de angustia a los que hemos llamado adaptación, cuando los pequeños se enfrentaron a ese mundo nuevo que es el de las relaciones entre iguales en la escuela y habíamos vivido los primeros días con ellos en los que les habíamos propuesto que recorrieran su cuerpo y fueran tocando y nombrando las partes de las que está compuesto, con la idea de que se reconozcan y vayan cogiendo confianza en ellos mismos.

         Todavía no están completamente adaptados y, por tanto, hay que seguir manteniendo este tema como telón de fondo para que no reverdezcan sensaciones de abandono y desconcierto que surgieron cuando fueron dándose cuenta de que su vida había cambiado de manera importante. Aparte de hablar de ellos mismos y de recorrerse de arriba abajo para que sientan todo lo que tienen en su propio cuerpo,  lo dibujen mil veces en papeles pequeños y en grandes láminas, lo recorten y lo coloreen como tributo a ellos mismos y como invitación a meterse dentro de todas las posibilidades que allí albergan también,  podemos abrir un poco la visión y en el mismo corro en el que nos sentamos a primera hora de la mañana, una vez que nos hemos enseñado lo que cada uno trae de su casa y nos hemos contado lo que habíamos hecho la tarde anterior y con quién la habíamos pasado, podemos dar un repaso a la cantidad de personas que pululan por nuestro alrededor, unas con carácter más cotidiano y otras a una cierta distancia, pero todos rozándose con nosotros y dejándonos su influencia personal y llevándose un poco de nuestra personalidad a través de ese roce.

         Podríamos decir que forman un círculo o una barrera  a nuestro alrededor que, si bien no nos cierran las posibilidades de salir de él para contactar con quien quiera que se cruce con nosotros y despierte nuestra atención, sí que forman como un muro que nos mantiene dentro de un conjunto en el que nos podemos sentir seguros y fortalecidos. Es lo que podríamos denominar como nuestra familia, tanto si lo es de sangre y parentesco real o no. Lo que importa es definir y potenciar en nuestro beneficio a toda esa gente con la que nos cruzamos de manera habitual, que cuenta con nosotros y que nos incluye en su vida y con la que nosotros contamos y la incluimos en la nuestra. Con unos mantenemos una relación muy estrecha, de cada día, dependemos de ellos y contamos con ellos para casi todo y ellos cuentan con nosotros como un núcleo muy fuerte que se mueve como si se tratara de una pieza sola con varias aristas. Pueden ser nuestros padres o quienes estén ejerciendo ese papel. Abuelos, tíos, padres adoptivos…., no necesariamente nuestros progenitores naturales.


         Junto a ellos, formando como un círculo un poco más amplio pero que se repite en el tiempo de manera que nos permite identificarlos como algo nuestro aunque no estén presentes en nuestra vida con tanta frecuencia, se encuentra el resto de nuestra familia a los que es recomendable saber identificar y conocer la vinculación que tienen con nosotros, aparte naturalmente de saber sus nombres. No importa tanto el grado de parentesco: tío, abuelo, primo, vecino…, como el tenerlos presentes, saber de ellos y contar con ellos porque tienen una influencia en nosotros como nosotros tenemos sin duda una influencia en ellos. Todo ese conjunto de seres cercanos forman parte de nuestro mundo para mal y para bien. Conviene que los sepamos definir y contar con ellos en su justa medida porque ellos nos dan la fuerza y la confianza que necesitamos para evolucionar cada día. Son parte de nuestro mundo.