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domingo, 24 de abril de 2011

EL LLANTO

En los primeros momentos de la vida las relaciones de los recién nacidos con su entorno son muy globales: el movimiento tanto externo como interno, sueño y vigilia y el llanto.

Pero llorar es casi un tratado en estos primeros momentos: se llora por hambre, por sueño, por frío, por calor, por necesidad de limpieza…, de modo que los que rodean al bebé han de estar alerta todo el tiempo, no para atender al pequeño cuando llora, sino para interpretar cada llanto de los que el pequeño produce y adoptar las soluciones que se precisen para satisfacer la necesidad que se demande. O sea que el llanto en un principio no es sólo un vehículo de expresión del estado emocional de quien lo produce, que sin duda que lo es, sino también una forma de comunicación muy amplia que tiene y usa el recién nacido con quienes tienen con él una relación más directa.
La interpretación de cada llanto y la solución correspondiente se encuentra muy unida a la relación en general que mantiene el pequeño con su persona de referencia, esa que vive junto a él y que lo atiende en el conjunto de necesidades que plantea. No es relevante que esa persona sea hombre o mujer, joven o mayor y hasta es posible que no sea la misma persona en todos los casos, si bien es importante que su número no sea muy grande para que pueda ser reconocido e identificado por el pequeño. Si cada día es alguien distinto, lo normal es que el bebé disperse su percepción y no se identifique con la persona que lo atiende ni se produzca el imprescindible apego con ella.

El primer valor que podemos darle al llanto es el de llamada. Cada vez que el pequeño llora, en realidad nos está llamando. Hay una primera reacción muy extendida de respuesta poco eficaz y hasta perniciosa. Cuando el niño llora, lo primero que se hace es cogerlo en brazos para que se calme. De ese modo, el adulto no ha tenido tiempo de averiguar qué es lo que el bebé reclama y el bebé se acostumbra a interpretar una sola respuesta de parte de los adultos, que es la de cogerlo en brazos. Es posible que el niño deje de llorar, pero su sistema de comunicación con el adulto se simplifica demasiado y deja de diversificar las demandas para terminar diciendo siempre lo mismo: ¡Cógeme!.

Si en el momento en que aparece el llanto somos capaces de aguantar la primera angustia, nos daremos cuenta de que no todos los llantos son iguales y es fácil que seamos capaces de entender que en cada llanto el bebé nos está demandando una respuesta diferenciada, encaminada a satisfacer la necesidad concreta que está sintiendo en ese momento: teta, dormir, limpieza, silencio, caricia….
Lo que en un principio empieza con el mismo código de comunicación para todo, el llanto, con el tiempo se v a ir diversificando y dando paso al lenguaje junto a las atenciones diferenciadas para satisfacer las distintas demandas que la crianza requiere. De no ser así es posible que terminemos satisfaciendo también las demandas de los pequeños, pero sólo con nuestra propia interpretación de las reclamaciones y a base de empobrecer el código de comunicación ente los pequeños y sus adultos de referencia con consecuencias de gran valor para el futuro.

domingo, 17 de abril de 2011

LA RISA



Es muy frecuente aquello de “los niños nacen sabiendo”. Creo que la frase puede estar referida a cualquier época, pero la verdad es que últimamente se oye más que en otro tiempo, pienso yo. Es mentira pero parece verdad. Los adultos confundimos las capacidades que tienen los recién nacidos para aprender, que son todas, con los aprendizajes concretos, que están todos por producirse salvo las cuatro destrezas directamente ligadas a la supervivencia, como chupar, comer, dormir que sí tienen un carácter más genético. Pero el resto, todo eso que conocemos con el nombre de CULTURA, ha de aprenderse a través de un proceso largo de muchos años y con mucho esfuerzo,


Me centro hoy en una de las manifestaciones primeras, la risa, que suelen hacer las delicias de la familia en cuanto aparece a los pocos meses de vida y que da origen a una confusión en la que poca gente cae, seguramente por ese afán de valorar al pequeño y supongo que, a la vez, por el deseo de verlo cada día mayor y dominando las cosas de la vida cuanto antes.
Un día cualquiera, sin venir a cuento, alguien se da cuenta de que el pequeño ha echado una risa, lo mismo da si es simple sonrisa, que suele ser lo normal, o lleva carcajada incluida. De una u otra forma, ese día hay fiesta en la casa y ese día el recién nacido se ve acosado por todos y cada uno de los que dicen quererlo, para que repita mil veces la maravilla de la risa que le han visto en la cara con toda claridad y, en el mejor de los casos, hasta le han oído. A pesar de la insistencia puede ser que el pequeño no vuelva a repetir el gesto de sonrisa y mucho menos, el sonido de carcajada. Ese momento pasa, pero el comentario del logro del que han sido testigos, ese no pasa. A partir de ese día, repetir el gesto hasta la extenuación.
Cual es la verdad del asunto. Pues muy sencillo. Los niños van moviendo su cuerpo con mucha frecuencia. Están ejercitando toda su musculatura. De los millones de capacidades con que llegamos al mundo, se han de ir manifestando poco a poco, primero sin orden alguno, sencillamente a modo de ensayo. En uno de esos ensayos le ha tocado el turno a los músculos de la cara y alguien de la familia que lo ha visto, ha cantado el eureka y lo ha nombrado risa, cuando no había tal.

Como a partir de ese día todo el mundo le repite el gesto y el sonido, la criatura, que no suele ser tonta, termina aprendiendo y repitiéndolo tantas veces como vea hacerlo a los mayores. Y así es como los niños aprender a reir y a cualquier otra cosa de los millones que tienen, que tenemos, que aprender. No es, por tanto, que el pequeño ha echado una risa sino que nos ve insistiéndole tantas veces con un gesto o con un sonido que ya ni se acuerda que le ha salido, que termina por repetirlo cuando nos ve hacerlo a nosotros.

He cogido la risa porque suele ser muy celebrado y porque se produce a los pocos meses de vida. Podríamos coger cualquier otro aprendizaje posible y tendríamos el mismo resultado más o menos. Con el paso del tiempo las cosas se complican, pero ya tendremos ocasión de tratar las complicaciones a su debido tiempo. Por ahora, a gozar con la primera risa de nuestro bebé.

domingo, 10 de abril de 2011

POR MÍ

Los lenguajes de la persona recién nacida no se ajustan a los parámetros de los que somos más mayores. Se encuentran demasiado ligados a las sensaciones de placer y dolor, de extrañeza, de sorpresa, … sensaciones que nosotros ya hemos abandonado de nuestra primera línea. Los pequeños reaccionan a base de llanto o de movimientos de acercamiento y rechazo y en ningún caso aparece el componente de la palabra. Pero los adultos que se encuentran cerca tienen necesidad de encontrar formas conocidas a esas reacciones y les van poniendo palabras a las reacciones elementales de los pequeños. Así se crean las historias y las versiones que terminan por ser creídas y por ser esgrimidas como verdades por los mayores, cuando en origen no fueron sino interpretaciones más o menos arbitrarias de secuencias que los pequeños produjeron.


Y es que quizá no hay otra manera de encontrar formas a lo que pasa que ponerle palabras, con el riesgo, naturalmente, de que lo que contamos que está pasando se encuentre cerca de la realidad o completamente ajeno a ella. Pero es que la propia realidad hay que crearla a partir de las secuencias de palabras con las que nosotros nos arriesgamos a definirla. No hay que tener miedo, por tanto, a poner palabras en las secuencias que se van viviendo con los pequeños, pero es evidente que hay que ser conscientes de que el relato que nosotros vayamos creando al respecto va produciendo una realidad concreta, una forma de interpretación de lo que pasa y una cierta relación entre quien provoca las vivencias, que hoy no habla pero que mañana hablará, una vez que haya interiorizado nuestro discurso, y la realidad misma, informe en un principio pero que también va tomando forma en la medida en que nosotros la vamos definiendo cada día.

Porque querámoslo o no, el valor que una vez le demos a un hecho, llanto, por ejemplo, mañana va a tener el mismo mas o menos y con la repetición se va a terminar haciendo norma, de modo que cuando el pequeño quiera acordar, se va a encontrar con que valora el hecho del llanto según lo que lentamente le hemos ido introduciendo a través de las palabras con que nosotros lo hemos ido definiendo. Lo mismo podemos hablar de otros signos que nos inquietan y a los que nos vemos obligados a buscar definición: limpieza, alimentación, sueño, contacto físico…

El mundo de las palabras no va incluido en el bebé. Somos los adultos los que vamos introduciendo todo ese mundo y ese baremo asociado a la producción de sus vivencias, pero con el tiempo serán los discursos sobre esas vivencias los que terminarán imponiéndose, unas veces con razón y otras si ella. Si el pequeño se siente reflejado en lo que se cuenta sobre él, se quedará conforme. En caso contrario podremos darnos cuenta de que sus manifestaciones nos estarán diciendo, si queremos escucharlo, que el discurso elaborado no es válido y que tenemos que encontrar palabras más acordes con los sentimientos que en él se suscitan o, de lo contrario, no se sentirá representado en lo que estamos diciendo de él.
En los primeros tiempos puede resultar fácil encontrar un discurso con el que el niño pueda estar conforme. En la adolescencia, este cometido puede resultar muchas veces, sencillamente imposible.

domingo, 3 de abril de 2011

TANTEO

La evolución del aprendizaje humano, por imperativos de la evolución de la especie se ha hecho, largo, muy largo, verdaderamente agotador. Seguramente no existen otros cachorros que tarden tanto en buscarse la vida como las personas. Desde el punto de vista legal son 18 años los que hay estipulados, a lo largo de los cuales, los cachorros humanos son menores de edad y son sus padres los que responden por ellos ante la ley. Y esto no es más que una convención. La verdad del caso es que, así como existen una serie de adquisiciones físicas que se han logrado antes de esa edad, no cabe duda de que muchas otras han de pasar bastantes años todavía, después de los 18 para que se consideren logrados. Sin ir más lejos, la independencia económica.

Pero esto no siempre fue así. Se cuenta de dos sabios que paseaban por un mercado de Lima y el uno le dijo al otro que contara los niños que había en la plaza. Al hacer el recuento, ambos comprobaron que sólo se habían contado los que iban ejerciendo de niños y no los responsables de los puestos de venta, lo mismo de niños que los demás, pero que ejercían funciones de adultos. Hoy, hasta el propio proceso de aprendizaje está diseñado para que tardemos muchos años en considerarnos adultos por lo largos que son los estudios en los que hay que capacitarse.
De cualquier modo los aprendizajes que hay que asumir de la vida y de sus enigmas no son sólo cuestión de tiempo, sin también y mucho más, cuestión de procedimiento. Estamos en u mundo que cada día más aleja a los niños de las experiencias directas con la vida y con los elementos. Hoy es raro ver a los niños tocando las cosas de verdad: la tierra, el agua, las plantas, los metales, los alimentos…. Hemos decidido que en aras de la salud y de la seguridad, todo debe llegar a los niños edulcorado, limpio, cubierto, distante, de modo que la relación con las cosas se convierte en un acto de acercamiento pero en muy pocas ocasiones en un contacto directo con las fuentes de la vida.

Es casi imposible asumir que una mano infantil pueda posarse bajo un chorro de agua sin que al momento le llegue una orden de censura porque se moja y eso está prohibido. Lo mismo puede suceder con la tierra. Si alguien es capaz de atreverse a introducir sus manos en ella tendrá que esperar de un momento a otro que le legue la voz de la censura porque mancharse no está permitido. Así se van estableciendo una serie de normas que van separando a los niños de las cosas. Quien, a pesar de todo, logra mantener contactos directos, o se ha de esconder para no ser visto por la autoridad que lo vigila, o tendrá que arrastrar su complejo de culpa por el hecho de estar saltándose las normas establecidas, casi siempre encaminadas a defender los elementos de higiene y de seguridad por encima de las experiencias de contacto directo y enriquecedor con los elementos que nos rodean y de los que nos puede llegar el conocimiento.
Sé que, afortunadamente, no en todos los casos esto es así. Pero desdichadamente, en muchos casos sí que lo es y es por eso por lo que intento dar la voz de alarma para que se permita a los niños tener contacto directo con la vida para que puedan aprender directamente de ella.